El cadáver yace sobre la fría plancha de
metal, mientras un horno que alcanzará los mil 100 grados centígrados lo
espera a unos metros para convertirlo en polvo. La familia retira la
placa de identidad al animal, mientras aprovechan para brindarle algunas
caricias, y si el llanto los deja, le recitan unas últimas palabras.
Después de dos días, los dueños regresan al crematorio, donde una pequeña sala y un recipiente de cristal con chocolates los acoge al esperar a su viejo amigo que volverá a casa... convertido en una flor.
Así es Cremeco, donde el proceso de incineración comienza cuando el horno aumenta su temperatura gradualmente, que al paso de dos horas logra deshidratar el cuerpo hasta hacerlo cenizas que se recolectan en su forma áspera.
Posteriormente, éstas reciben un tratamiento que las convertirá en un fino polvo gris o blanco, tonalidades que varían de acuerdo a la edad del animal: los más longevos generan restos con colores más intensos, mientras que los más jóvenes dejan sus residuos blancos.
Al final, las cenizas se mezclan con tierra fértil y pasan a ser fibras comprimidas para conformar una urna biodegradable con forma de maceta, que se entregará lista para ser insertada en el jardín.
La original idea nació a raíz de una mala experiencia de la fundadora de Cremeco, Renate Lozano, quien al fallecer su perro Arturo, no encontró un sitio confiable para su cremación.
"Cuando murió mi perro de 14 años era muy caro todo, con mucha desconfianza, tanta que no podías ir al lugar, no te podían decir dónde estaba, se tardaban más de una semana en entregarte las cenizas y las urnas eran feas y costosas", expresó Lozano.
Ante la creciente demanda y la carencia de alternativas económicas en este giro, Renate y su compañero Román Figueroa decidieron emprender su ayuda a la comunidad a través de un servicio de cremación a bajo costo y transparente.
Para la mayoría, enterrarlo es la primera opción, aunque quienes no desean meterse en complicaciones optan por ceder la tarea a Servicios Primarios Municipales, o en el peor de los casos, tirarlo en un terreno baldío.
Figueroa relató la anécdota de un joven que, en un acto de desesperación, se dirigió a La Huasteca Potosina e intentó cavar un pozo para su perro samoyedo, sin darse cuenta de que el tamaño del animal impediría que fuera sepultado antes de su descomposición.
Según los administradores de Cremeco, el escaso conocimiento sobre este giro se ha prestado para que otros negocios se aprovechen de la confusión que brota al perder una mascota.
Tal es el caso de las mafias de veterinarios, dice, quienes con altos costos y realizando cremaciones comunitarias devuelven a sus clientes bultos de ceniza no acordes al peso y tamaño de animal.
"Nos ha llegado gente con sus cenizas que ya habían cremado antes (en otro lugar) y me dicen 'tenía un chihuahueño así' y le dieron uno así... Qué pena pero no es", expresó Renate señalando con sus manos la diferencia entre el animal vivo y las ceniza entregadas.
"O sí es pero tiene un pedacito de alguien más", interviene.
El desmesurado afecto hacia la mascota y la falta de resignación ante la pérdida de ésta son algunos de los factores que llevan a las personas a buscar desesperadamente alternativas para, de cierto modo, conservar a su compañero.
Incluso, hay quienes prefieren pagar hasta más de 10 mil pesos para continuar acariciándolo por siempre... aunque sin signos vitales.
Con una mirada postiza, un suave pelaje y una posición fija, el animal podrá permanecer en casa eternamente por medio del proceso quirúrgico y artesanal de la taxidermia.
El trabajo forense comienza cortando el cuerpo de forma transversal con el objetivo de retirarle la piel, sin embargo, debe realizarse cuidadosamente para no dañarla.
Posteriormente, la dermis se extiende sobre una base de madera y es raspada con un bisturí para retirarle la grasa pegada, procedimiento que puede demorar hasta ocho horas.
La capa se deposita en una mezcla de líquidos para que se conserve por más tiempo, mientras que los músculos, huesos y órganos son colocados en un congelador por un periodo que varía dependiendo de las características anatómicas del animal.
Cuando la piel está lista, se adhiere con barro a un molde de poliuretano previamente diseñado y se cose.
El laborioso trabajo de disección que tarda entre uno y ocho meses, es el sustento económico de William, un taxidermista de origen salvadoreño.
Dada la complejidad del oficio sólo unas cinco personas lo practican en Nuevo León.
De éstos, William Alexander es el único que realiza la disección de mascotas como perros y gatos, cuya demanda va en aumento.
Dentro de su taller, ubicado en la calle Hipólito Iragoyen de la colonia San Martín, en el municipio de Monterrey, han pasado diversas especies como ratas, iguanas, gallos, tucanes, venados, tiburones, leones y hasta un borrego con dos cabezas.
"Regularmente todos los días veo, ¿qué va a entrar por esa puerta ahora? Ya ni sabes qué es lo que te van a traer", indica William.
El taxidermista ofrece una garantía de 100 años por el trabajo terminado, lo cual se especifica por medio de un contrato, donde también se pactan el monto a pagar y la fecha de entrega.
"Yo tengo la suficiente paciencia en mis manos y eso es lo que me ha llevado. Mi trabajo lo quiero, lo amo, es todo para mí. Es un don que Dios me dio, y ese don lo voy a realizar para alegrar corazones", índica.
Dicha visión de sí mismo es reafirmada por los comentarios de sus clientes, pues su primo Henry relató la anécdota de un hombre que acudió a solicitar la disección de su perro Chihuahua y fue compañero de la familia por 15 años.
Cuando el hombre vio a su can listo, al borde de las lágrimas, expresó: "¡Hombre! No sabes la sorpresa que le voy a dar a mi familia. Le dije a todos que lo había tirado y no les dije que lo iba a traer aquí... ¡Cuando lo vean van a llorar de la emoción!", relataron.