MIGUEL ANGEL Toledano 24/02/2014
Me gustaría mostrar mi ánimo con una sonrisa. Dicen que no cuesta nada y puedes ofrecer mucho con ella. Es una forma de valentía para los tiempos que corren mantenerse en esa actitud, despertar cada mañana hilando la hebra de la sonrisa, esa luz maravillosa, pero no siempre posible, porque últimamente, por mucho que intentemos apartarla, la rabia aparece revolviéndonos y como consecuencia natural ante el estado de cosas tan fuertes que pretenden que aceptemos cuando son absolutamente inaceptables. No se hubieran atrevido a plantearlas en otra situación. Previamente Ellos necesitaban una mayoría aplastante con categoría de cheque en blanco y ojos cerrados que les dejase las manos libres --ustedes ya han votado, ahora olvídense-- y así iniciar el arrasamiento sostenido de todo el campo que habían diseñado desde hace años: paso a paso, hombre a hombre, derecho a derecho.
Liberalización del suelo, dijeron. Liberalización de la sanidad, dijeron. Liberalización de la educación siguieron. Y, además, hiriendo donde más duele, en lo necesario e imprescindible: el empleo, los sueldos, la vivienda, la calefacción, la cultura, degradando con bisturíes precisos y laminando todo el esfuerzo, el amor propio, hasta llegar suavemente hasta la indignidad. Demasiado bien se están portando las gentes. Y he nombrado a la rabia, esa sensación punzante, loca y amarilla, que da vueltas por la boca del estómago y es capaz de provocar las situaciones más irracionales de las que arrepentirse al instante. Por eso hay que tener cuidado. Ellos no cejarán, son muchas las deudas, los plazos, los compromisos adquiridos, los sobornos y las ocultaciones, no cejarán porque están vendidos y laboran para sus dueños, y además están bendecidos, pero hay que tener cuidado. Por nosotros mismos. Y no desentendernos: ojalá pronto nos demos cuenta de que ya no es por la salud, la escuela, los mayores, los jóvenes, que es todos por todos.
Así que la primera recomendación, cuando la sombra de la mala leche y la impotencia acecha, es pensar que te quedan cinco minutos de vida y que tal vez debas ser valiente y dedicarlos a danzar desenfrenadamente. Pero hoy me parecen más valientes esas personas que se plantan, levantan la cabeza y dicen hasta aquí hemos llegado. Recuerdo la novela de Albert Camus, El extranjero, en la que el protagonista, Meursault, un hombre pacífico, indolente, sale a la calle y comete un disparate cuando menos lo espera nadie, y menos que nadie él mismo, que no sabe lo que ha ocurrido cuando al fin recobra la lucidez. Genta buena y apacible. Lo que somos todos en el fondo, gente tranquila que mastica en el mismo silencio sus frustraciones y sus deseos. Lo peor es que nos estamos poniendo nerviosos y pudiera ocurrir que un día despertemos tras un sueño lleno de color rojo y le demos licencia a la desgracia para que llame a nuestra puerta y entre ese aturdimiento que desactiva nuestra barrera de seguridad y bajo el que sucumben nuestros instintos hasta que se produce la tragedia o una secuencia irreversible que conduce irremediablemente a algo desconocido y terrible. A ellos les van bien las divisiones. Sería mejor que Nosotros comprendiésemos que ahora es ya todos por todos.
* Profesor de Literatura