Medio millón de españoles pudieron pasar por los 188 campos de la dictadura, 55 de los cuales se ubicaron en territorio andaluz con cien mil presos.
Público.es / RAFAEL GUERRERO / 24-02-2014
La isla de Saltés fue un campo de concentración para clasificar presos desde 1939.
Los investigadores calculan que medio millón de españoles pudieron pasar por los 188 campos de concentración del franquismo, 55 de los cuales se ubicaron en territorio andaluz con unos cien mil presos. La Sevilla de Queipo no tardó en verse "rodeada de una corona de espinas y acero" -en palabras de la historiadora sobre el trabajo esclavo Lola Martínez- formada por los campos de pueblos y áreas de su extrarradio como Guillena, Los Remedios, Heliópolis, Los Merinales, La Corchela, El Arenoso, Torre la Reina, La Algaba, Torre del Águila, Alcalá de Guadaíra, etc.
El desmedido afán represivo de los golpistas llenó rápidamente las cárceles y hubo que habilitar recintos adicionales para encerrar a los opositores como plazas de toros, cines, instalaciones industriales y hasta barcos como prisiones flotantes. José Luis Gutiérrez Molina, coautor del libro El Canal de los Presos (1940-1962). De la represión política a la explotación económica, explica que como la represión se cebó en los trabajadores y jornaleros, el régimen tuvo que recurrir a ellos para evitar un colapso total en la producción industrial y agraria, estableciendo como norma el trabajo esclavo de decenas de miles de presos políticos. Y antes incluso de que acabara la guerra, en 1938, Franco dio carta de naturaleza oficial a esta práctica con la creación del Patronato para la Redención de Penas por el Trabajo que gestionaba movilización de millares de presos en colonias penitenciarias militarizadas o batallones de trabajadores como mano de obra barata en grandes obras públicas o privadas.
En Andalucía destacan especialmente dos grandes proyectos faraónicos. Por un lado, la fortificación militar del entorno del Estrecho de Gibraltar en la que participaron 15.000 presos republicanos, según el historiador José Manuel Algarbani, y el Canal del Bajo Guadalquivir, popularmente conocido como el Canal de los Presos, en el que trabajaron 2.500 presos para redimir penas a razón de una jornada de labor por dos o tres días de condena en presidio hasta 1962.
Harapientos en la Isla de Saltés como almas en pena
Dejando a un lado la norma general que relacionaba el sistema concentracionario y el trabajo esclavo, hubo también campos de concentración en los primeros años de la postguerra que se caracterizaron por la extrema dureza de las condiciones de vida para los internos. Ejemplos de ello son el recinto habilitado en Saltés, una isla de difícil acceso incluso para los mariscadores en plena marisma entre Huelva y Punta Umbría, rodeada de agua entre esteros y caños de marismas, fangosos e intransitables.
La población donó comida y enseres para los mas de 3.000 republicanos recluidos en la Isla de Saltés (Huelva)
El periodista onubense Rafael Moreno, en su reciente libro Perseguidos,
aporta documentación y testimonios de testigos que dibujan un panorama
apocalíptico para los miles de presos republicanos que, tras un penoso
viaje en buques cargueros como si fueran ganado, llegaban al muelle
pesquero de Huelva. "El de Saltés -dice Moreno- era un campo de
clasificación donde se llegaron a hacinar casi 3.200 personas en los
meses posteriores al fin de la guerra. No tenían ropa y la comida era un chusco de pan con agua salobre donde se cocían huesos podridos. La gente de Punta Umbría los veía desde la otra orilla deambulando harapientos como almas en pena".Siendo escaso el presupuesto oficial que la Administración franquista destinaba a estos recintos, no cuadraba con las infrahumanas condiciones de vida que padecían estos presos, que en su mayor parte eran excombatientes del Ejército republicano capturados en Catalunya y Levante en las últimas semanas de la Guerra Civil. Tanto fue así que la población del entorno tuvo que hacer un esfuerzo de solidaridad en aquellos años del hambre haciendo acopio de enseres, ropa y comida para evitar una auténtica catástrofe humanitaria.
Rafael Moreno reconoce que "muchos murieron de hambre o torturados en aquel recinto temporal, donde miles de personas permanecían durante meses en espera de traslado", aunque matiza que "no está demostrado que hubiera un exterminio masivo".