El imponente edificio, actualmente invadido por murciélagos, palomas y demás bichos (Crónicas Paranormales).
El equipo de Crónica Fenómenos Paranormales realizó una exhaustiva investigación en uno de los sitios más sombríos e imponentes que se pueden visitar, como el Castillo de San Francisco, cerca de General Rauch.
Investigar actividad paranormal y todo el misterio que envuelve el castillo de San Francisco, más conocido como castillo de Egaña, era un reto a superar. A casi 280 kilómetros de la capital y a unos 20 de Gral. Rauch, camino a Tandil, era un anhelo que Crónica Fenómenos Paranormales comenzó a idear en 2013. Y el lluvioso sábado 8 de febrero pasado, la fecha previamente elegida, se comenzó a gestar el enorme desafío, que requirió de una gran infraestructura y de varios estudiosos del tema, además de equipos de avanzada tecnología para encarar el análisis. Porque la enorme edificación de tres pisos, construida por pedido de Eugenio Díaz Vélez entre 1918 y 1930, sin un estilo definido y con 77 habitaciones, enclavada en un bosque al que se accede por un camino de tierra, tiene su historia ya que, tras sus años de esplendor, llegó a funcionar como un orfanato en la década del 70, hasta que se produjo un asesinato. El tiempo pasó y la bella construcción terminó con su actual imagen semiderruida en gran parte de su interior, pese a que existe una fundación que trabaja en restaurar y cuidar el lugar, que da mucho para analizar. Tanto que se logró hacer contacto con ese ser que perdió la vida en un trágico suceso ocurrido en 1973. Pero antes habrá que contar una historia, que relatamos en página 4...La investigación se inició pasadas las dos de la madrugada del domingo, con todo el equipo ya preparado, se hizo una recorrida por el interior del castillo para efectuar mediciones, reconocer y marcar varios lugares bastante peligrosos de transitar en la oscuridad, dado que faltan baldosas y los pisos de madera están semidestruidos, mientras se fotografiaban y observaban las paredes descascaradas, escritas y húmedas, invadidas por murciélagos, arañas y babosas que, en un ambiente por demás lúgubre, asustarían a cualquiera desprevenido. Se utilizaron grabadores digitales, cámaras de fotos, medidores de temperatura, sensores de movimiento y luz, sensores de movimiento con alarma sonora, cámara de video con infrarrojos, linternas, medidores de campos electromagnéticos y un péndulo de cuarzo con un atril para ver si se percibía actividad y mostraba algún movimiento ondulatorio.
El primer lugar elegido, el tercer piso, fue cubierto en dos grupos. En la parte externa (balcón) y las habitaciones posteriores estuvieron Federico Orbes y Tony Ortiz, mientras que Leila Rick, Ariel López y quien estas líneas escribe cubrimos la habitación del primer acceso. En ambos casos, se hicieron preguntas en las que se invocaron respuestas de entidades que pudieran ser capturadas por cámaras o grabadores de audio especiales. Pero den manipular mediante sus luces para entablar una comunicación–, comenzó a destellar sus luces. López, jefe del grupo, le pidió que se detuviera y así lo hizo. Y entonces comenzó una conversación que duró cerca de veinte minutos.
Se entabla un diálogo
Habida cuenta de que en el lugar funcionó durante casi una década un orfanato, se le consultó a la entidad si era un niño, pero contestó que no al detener sus luces totalmente. En cambio, a la pregunta de si había sido el cuidador que había muerto cerca del lugar (Eduardo Daniel Burg, quien fuera director del lugar), dio un rotundo sí. Luego se le efectuaron otras consultas muy puntuales y en casi todas respondió afirmativamente. Por ejemplo, se encendieron a pleno las luces del K2 cuando se le preguntó si estaba contento de que su hijo Daniel Burg -quien junto a Maribel García y otras personas en la actualidad luchan por conservar el lugar a través de una Fundación.
También se le comentó a la entidad sobre una supuesta historia que ronda por el lugar, según la cual había sido asesinado por haber visto un hecho de violación. En ese caso, las luces se detuvieron por completo, con lo que desestimó la versión. Pero, ante la consulta de si era real que su muerte fue producida por un joven que se negaba a irse del orfanato, los destellos del K2 llegaron hasta el punto más alto de medición, que es el rojo –es una línea de leds que mide según la intensidad del verde, el amarillo y, como máximo, el rojo–. Respuesta más precisas, imposible...
A esa altura, el objetivo estaba cumplido, pero se le pidió que diera muestras al otro equipo de su presencia e hiciera mover las luces del K2 que ellos la sombra del equipo de filmación. todo fue tenebroso en egaña. portaban, algo que Orbes y Ortiz pudieron observar nítidamente como única interacción. Sin embargo en esos momentos, mientras las luces se detenían y todo era filmado por dos cámaras, una -la que portaba López- se apagó sin explicación, mientras que, por detrás del camarógrafo Nicolás, el mismo López alcanzó a divisar nítidamente la figura de un niño que se movía cerca de la puerta. Y si bien gritó de inmediato al resto del equipo que fotografiara la imagen, ni Leila Rick ni quien esto escribe logramos hacerlo, dado que ambas cámaras misteriosamente también fallaron. O no tanto porque, cuando las entidades pueden manipular el campo electromagnético, las ondas de audio o la temperatura, también tienden a alimentar su energía de los dispositivos que se utilizan y, cuando uno de estos o varios empiezan a fallar al mismo momento, se sabe que algo va a suceder. Por entonces, la temperatura en el lugar bajó 3ºC de golpe...
Enseguida, el medidor volvió a encenderse y, a la pregunta de si seguía ahí el cuidador o si era un niño quien se encontraba en el lugar, las dos veces se iluminó en toda su dimensión.
La investigación continuó luego en el piso central y en la planta baja. Pero ya el clima era diferente, más límpido, sin tanta carga, como aliviado. Y el final de la investigación llegó pasadas las seis de la mañana. Los resultados definitivos de lo realizado, que incluye evaluar miles de fotografías, imágenes, audios y demás elementos, darán un resultado más acabado, aunque algo es seguro: el castillo de Egaña todavía tiene habitantes y algunos de ellos aún quieren brillar.