Concha
Carretero, veterana militante de las Juventudes Socialistas Unificadas
(JSU), a la que pertenecían algunas de las jóvenes fusiladas conocidas
como las Trece Rosas, de las que fue compañera de celda, ha fallecido
hoy, ha informado en su cuenta de twitter Izquierda Unida de la
Comunidad de Madrid.
La formación de izquierdas ha informado también de que la "despedida
oficial" de Concha Carretero tendrá lugar mañana a las 12.45 horas en la
sala 1 del tanatorio de la M30.
Carretero, nacida en Barcelona en 1918 y residente en Madrid desde los
dos años, intervino el pasado 5 de agosto en el último homenaje a las
trece mujeres fusiladas el 5 de agosto de 1939, conocidas como las Trece
Rosas.
Estas mujeres se convirtieron en un símbolo de la represión tras la
Guerra Civil después de ser ejecutadas, junto a otros 43 hombres, cerca
de la tapia del cementerio de La Almudena acusadas por los militares del
bando franquista de "adhesión a la rebelión".
En ese acto, en el que también participó el coordinador de Izquierda
Unida en la Comunidad de Madrid, Eddy Sánchez, Carretero intervino desde
su silla de ruedas para hacer un llamamiento a la unidad de la
izquierda "frente a las políticas de la derecha" y pedir "justicia igual
para todos".
El año anterior, Carretero protagonizó el momento más emotivo del
homenaje al proclamar que los jóvenes de ahora están como los de las
posguerra, "sin derechos, sin empleo, sin futuro, al capricho del
patrón".
"Todos a la
calle, a defender nuestros derechos y nuestra libertad", gritó
Carretero, antes de cantado junto a los presentes en el acto el himno
"Joven Guardia" de las Juventudes Comunistas.
Fuente: www.lainformación.com
La llamaban 'Madame Cibeles'.
Un apodo que se ganó en los corredores de la cárcel de Ventas en unos
años en que las presas políticas le curaban las heridas de la represión
mientras ella les arrancaba la tristeza a base de gracia de Chamberí.
Una tradición familiar de izquierdas y una cruel guerra le habían
llevado hasta allí. Ahora acaba de cumplir 93 años y vive en San Blas,
barrio obrero desde el que repasa sin un solo lamento sus años de lucha y
penurias. «Hice lo que tenía que hacer», sentencia, con su deje de
chulería castiza.
Ironías de la vida, 'Madame Cibeles' nació en Barcelona en 1918; allí
porque su padre, anarquista, fue acusado de intentar asesinar a Alfonso
XIII y tuvo que huir de la capital. Concha llevaba los genes proletarios
en el cuerpo: no pudo ir al colegio porque tenía que trabajar y ya
militaba en las juventudes comunistas cuando se produjo el golpe de
Estado. Lo primero que hizo fue presentarse en su sede del partido para
recibir instrucciones. Le encargaron organizar talleres para los
milicianos y guarderías, en las que llegó a atender a más de 1.000 niños
de la guerra.
Su padre murió esos días y su hermano mayor subió al frente, así que
ella, su madre y su hermano de 10 años tuvieron que enfrentarse solos a
la vida en una ciudad sitiada. Les hacía falta dinero y Concha pidió al
partido trabajo remunerado. Se lo dieron en una fábrica, como tornera.
«En Madrid había esos días un ambiente de lucha muy bonito. Como
estábamos en zona repúblicana, las de izquierdas éramos las reinas de
los mares», bromea. A medida que el bando nacional avanzaba, la euforia
se iba apagando. «Teníamos que resistir para que no entraran. Dolores
—Ibárruri— nos decía todo el tiempo que resistir era vencer y que más
valía morir de pie que vivir de rodillas. Cuánta razón tenía». 'Madame
Cibeles' hace esta afirmación en el salón de su casa, rodeada de
emblemas en los que organizaciones comunistas le agradecen su coraje.
Y entonces llegaron las detenciones. «La noche del 4 de marzo del 39 fue
la última que estuvo mi familia unida», recuerda Concha. Ese mismo día
se llevaron preso a su hermano, comisario del PCE, y ella 'cayó' días
después, el 28 de marzo, justo cuando el coronel Casado entregó Madrid y
Concha se precipitó a la sede del partido para destruir los documentos
que pudiesen comprometerles. La llevaron a Ventas. «Entonces la cárcel
era muy bonita, mejor que mi casa. La había diseñado Victoria Kent y en
cada celda había dos camitas, muebles de colores, baños...». Nada que
ver con el horror que viviría después entre esos muros. La dejaron en
libertad la noche antes de que Franco entrase en Madrid, pero era sólo
el primer paso del drama que la esperaba.
En esos días, echaron a su familia de la portería que ocupaba en el
barrio de Chamberí, un desahucio por rojos que salvó la vida de Concha,
ya que cuando la policía fue a buscarla, no la encontró. Lejos de
amedrentarse, se puso a trabajar en su nuevo barrio, Ventas, donde
organizó actividades para recaudar fondos para los presos. Entre ellos,
su hermano, al que se llevaron a un campo de concentración en
Villaviciosa que tardó mucho tiempo en localizar.
Un día, la sombra de las delaciones cayó sobre ella. «Teníamos reunión
del partido y yo llegué 10 minutos antes con un compañero. De pronto, me
dijo, '¿Te imaginas que hoy nos detienen?'». Y así fue. Él mismo había
delatado al grupo. Entonces empezaron las torturas. «Me pegaron mucho y
cuando no lo hacían, me mandaban a fregar la sangre de mis compañeros,
que era todavía peor». La detención terminó muy mal: a los chicos los
fusilaron y a las chicas las mandaron a Ventas la misma noche que
hicieron el paseíllo a 'Las 13 rosas', alguna de ellas compañera de
Concha en el partido. «Cuando me enteré, se me hundió el mundo». 'Madame
Cibeles' tenía 18 años.
En 1940 la dejaron de nuevo en libertad. «Creía que les había convencido
de que sólo iba al círculo socialista a bailar con los chicos. Les dije
que la política no me importaba, que ni siquiera sabía leer», pero
cuando estaba fuera, volvieron a delatarla. Ella se escondió, pero
amenazaron a su familia y el 17 de enero de 1941, se entregó en
comisaría. «Me dieron dos bofetadas que me tiraron al suelo», cuenta. Y
de nuevo las torturas. «Me desnudaron y me pegaron una paliza tremenda.
Como yo seguía sin hablar, me llevaron a las tapias del cementerio de la
Almudena y me enseñaron los agujeros en las paredes. '¿Los ves? Son de
tus camaradas y ahora habrá también uno tuyo', me dijeron». Concha no
sabe lo que ocurrió después. Cuando se despertó estaba de nuevo en la
galería de penadas de Ventas, adonde llegó inconsciente. A la mañana
siguiente la trasladaron a una celda de castigo, en la que pasó cuatro
meses sin ver a nadie. Casi sin agua ni comida. «Tenía que cantar para
que mis compañeras supieran que seguía viva».
Cuando la devolvieron a las galerías, el resto de presas se aseguró de
que se recuperase. «Había una solidaridad enorme. Me daban todo lo mejor
porque mi madre era muy pobre y no podía enviarme nada», dice Concha.
Pero no podía ni imaginarse la situación en que estaba: cuando salió de
prisión se la encontró enferma, viviendo en los soportales de Ventas,
donde pedía limosna —la habían echado de la casa porque la policía iba
todos los días a sacar información de Concha—. «Mis hermanos estaban
presos [estuvieron en Burgos 15 y 18 años], así que me puse a buscar
trabajo para mantenernos».
Uno de esos días, Carmen se reencontró con el que había sido su novio
durante la guerra. Él también acababa de salir de prisión. Retomaron la
relación y se quedó embarazada. Pero ni siquiera con eso la vida le dio
una tregua. Cuando estaba de seis meses, lo detuvieron. Y hasta hoy: «No
volví a saber de él». Concha llamó a su hija Diana porque tras su
sonido fusilaban a los presos