Con paso lento, pero decidido y constante, cargando a sus espaldas la misma bolsa negra con la que el 29 de noviembre abandonó la prisión de Herrera de la Mancha (Ciudad Real), Miguel Ricart se alejaba de Barcelona andando por el arcén de la C-31, el viernes por la noche. Cuando pasaban diez o quince minutos de las once de la noche, el hombre enfilaba el tramo elevado que cruza la Ronda del Litoral y el río Besòs. Hacía frío. Con un gorro cubriéndole prácticamente la cabeza, su silueta oscura, fantasmal, era intermitentemente desvelada por los faros de los coches que salían de Barcelona hacia Badalona y el Maresme. El único condenado por el crimen de las tres niñas de Alcàsser prosiguió su camino hasta que, ya de madrugada, un responsable de seguridad de la autopista le alcanzó con su vehículo y le ordenó abandonar el arcén de la vía rápida. Ricart dejó la autopista y deambuló hasta encontrar refugio junto a las vías del tren, donde durmió buena parte de este sábado.
Miguel Ricart, el pasado
29 de noviembre, cuando salió de la prisión de Herrera de la Mancha
(Ciudad Real). Mariano Cieza Moreno | EFE