MIGUEL ANGEL Toledano 04/11/2013
No sé si este espacio de cada lunes es el lugar apropiado para intentar que el relato de nuestra existencia pueda ser expresado desde sus orígenes, como me piden con cierta insistencia algunos de los lectores más jóvenes. Y cuando hablo de los inicios, hablamos del Mito, de los orígenes míticos del mundo que, parece, pudieran explicar gran parte de nuestra esencia. Los mitos fueron en un principio, cuando todo estaba inmóvil, las historias sagradas de la tribu. Explicaban el mundo mediante el relato de los hechos memorables de los dioses y los héroes antiguos. Historias de otro tiempo y de nuestro tiempo, los hechos de los orígenes, cuando los seres humanos no eran como somos ahora, pues todavía no nos habíamos diferenciado tanto de aquellos dioses y héroes que actuaban con arrojo y magnanimidad en aquella época primigenia, vecina de la aural Edad de Oro, cuando se produjo el paso del caos al cosmos, y en la que ocurrieron historias inverosímiles pero ejemplares que configuraron el mundo, intentando dejarlo más ordenado y habitable para los mortales.
Todos los pueblos primitivos poseen su Mitología. "Un pueblo sin mitos moriría de frío", escribió Dumécil. De frío y de tristeza. Perdido sin reparos en el bosque oscuro de una naturaleza muda, inhumana, implacable, laberíntica. Las narraciones míticas proporcionan un repertorio de figuras que pueblan el imaginario colectivo, forman una parte esencial de la cultura de una nación y se transmiten de generación en generación, aunque no de una forma inmutable o dogmática. Lo que define un mito es justamente ese carácter de relato memorable: viene de muy atrás y pervive durante mucho tiempo y, como explica García Gual, "los mitos viven en el país de la Memoria" (en la mitología griega las musas eran hijas de la divina Mnemósine). La mitología es un espléndido y fabuloso legado cultural. No podríamos entender bien a un pueblo antiguo sin conocer su mitología, y eso nos resulta aún más evidente cuando hablamos de su arte y su literatura. No puede comprenderse el modo de pensar, de actuar, de sentir y de vivir del mundo clásico, del mundo helénico --de donde procedemos-- sin conocer sus mitos, sin acercarnos, como lectores actuales, a todo ese mundo de historias fascinantes y seductoras que se hallan en la raíz de nuestro ser y dibujan el más rico tapiz de nuestros miedos más profundos, de nuestros anhelos, de nuestras esperanzas, de nuestros sueños. Esos que no podemos traicionar sin que nos sobrevenga la muerte lívida y cruel.
* Profesor de Literatura
No sé si este espacio de cada lunes es el lugar apropiado para intentar que el relato de nuestra existencia pueda ser expresado desde sus orígenes, como me piden con cierta insistencia algunos de los lectores más jóvenes. Y cuando hablo de los inicios, hablamos del Mito, de los orígenes míticos del mundo que, parece, pudieran explicar gran parte de nuestra esencia. Los mitos fueron en un principio, cuando todo estaba inmóvil, las historias sagradas de la tribu. Explicaban el mundo mediante el relato de los hechos memorables de los dioses y los héroes antiguos. Historias de otro tiempo y de nuestro tiempo, los hechos de los orígenes, cuando los seres humanos no eran como somos ahora, pues todavía no nos habíamos diferenciado tanto de aquellos dioses y héroes que actuaban con arrojo y magnanimidad en aquella época primigenia, vecina de la aural Edad de Oro, cuando se produjo el paso del caos al cosmos, y en la que ocurrieron historias inverosímiles pero ejemplares que configuraron el mundo, intentando dejarlo más ordenado y habitable para los mortales.
Todos los pueblos primitivos poseen su Mitología. "Un pueblo sin mitos moriría de frío", escribió Dumécil. De frío y de tristeza. Perdido sin reparos en el bosque oscuro de una naturaleza muda, inhumana, implacable, laberíntica. Las narraciones míticas proporcionan un repertorio de figuras que pueblan el imaginario colectivo, forman una parte esencial de la cultura de una nación y se transmiten de generación en generación, aunque no de una forma inmutable o dogmática. Lo que define un mito es justamente ese carácter de relato memorable: viene de muy atrás y pervive durante mucho tiempo y, como explica García Gual, "los mitos viven en el país de la Memoria" (en la mitología griega las musas eran hijas de la divina Mnemósine). La mitología es un espléndido y fabuloso legado cultural. No podríamos entender bien a un pueblo antiguo sin conocer su mitología, y eso nos resulta aún más evidente cuando hablamos de su arte y su literatura. No puede comprenderse el modo de pensar, de actuar, de sentir y de vivir del mundo clásico, del mundo helénico --de donde procedemos-- sin conocer sus mitos, sin acercarnos, como lectores actuales, a todo ese mundo de historias fascinantes y seductoras que se hallan en la raíz de nuestro ser y dibujan el más rico tapiz de nuestros miedos más profundos, de nuestros anhelos, de nuestras esperanzas, de nuestros sueños. Esos que no podemos traicionar sin que nos sobrevenga la muerte lívida y cruel.
* Profesor de Literatura