MIGUEL ANGEL Toledano 11/02/2013
Había pasado la mayor parte de la mañana leyendo y, aunque el día se
abría lentamente, se notaba ya un desprendimiento de la luz que se va
transformando, ese escozor húmedo que ha ido penetrando en los cuerpos,
incrustándose hasta alcanzar los huesos. Tras los cristales, el viento
mueve las hojas de los árboles que se inclinan mostrando así su
resistencia. Se nota el descenso de las temperaturas, especialmente
durante las noches, aunque después, cuando amanece y el sol calienta de
nuevo, la luminosidad abre espacios, la tonalidad de las plantas es
diferente y todo comienza a sentirse más lleno de vida.
En los
campos de la Bética cordobesa, la aurora tiene dedos rosáceos desde
Homero. Porque la vida de los hombres es una permanente creación de
proyectos, amenazada en todo momento, y por causas ajenas a nuestra
voluntad, por la posibilidad de la paralización y la demora. A veces la
sombra llega de la forma más inesperada y mientras perseverábamos en la
búsqueda de nuestra verdad más íntima. Entonces todo, el ansia y la
esperanza, se diluye. Por ello parece recomendable, casi imprescindible
mantener la calma, conseguir los fragmentos necesarios de serenidad y
lucidez, de fuerza, antes de emprender el definitivo éxodo hacia la luz.
A veces adelantando un olvido o regresando a un recuerdo, porque, ¿hay
quién ignora la fuerza de un recuerdo o de un olvido para formar una
decisión o un temperamento?
Pero los recuerdos siempre vuelven,
nos siguen el rastro y acechan. Algunas madrugadas se abre de nuevo el
ámbito de la nostalgia: el invierno tira sin contemplaciones de la yunta
de la noche y sólo se le resisten las aspas luminosas de la
complicidad. Ahora recoge las hojas del diario y vuelve a la lectura
como un viajero que regresa a ese muelle laborioso donde una dulce
lluvia empapa la razón, a ese puerto adonde siguen llegando los barcos
cargados de preguntas, aguas y sueños, y, sólo después de permanecer
otro largo rato en silencio, se descubre varado en la habitación, el
compartimento de un tren desde el que vamos avanzando como si fuésemos
arrojando el lastre de la memoria.