Los chavales de hoy tenéis más suerte que Tarzán encontrando lianas: entre la Interné, las videoconsolas, los smartphones esos para hablar con las chavalas y las discotecas infantiles, apenas necesitáis tele. ¡Y encima protestáis! Os quejáis de vicio… Vuestros tíos-abuelos, que fuimos niños en los años 70 y 80, nos aburríamos como percebes: sólo teníamos la caja tonta, los juguetes o la puñetera calle.
Y, claro, con tal de no salir a la calle a que nos pegaran otros niños más grandes y más malos que nosotros, nos tirábamos horas y horas hipnotizados ante el receptor de rayos catódicos, viendo cosas que vuestros ojos no creerían. ¡Enanos espaguetis! ¡Marcianos de peluche! ¡Brujas posmodernas! ¡Putones verbeneros! Este es un rendido homenaje a los entretenedores de ayer que amenizaron nuestra infancia y, ya de paso, nos traumatizaron para siempre.
TORREBRUNO
Era un señor achaparrado, extremadamente bajito: apenas llegaba al metro cuarenta. Pero esa tara fue la clave de su éxito como presentador y cantante infantil: estar a la altura de los críos. Aunque nació en Roma, en una familia pija y se curtió en la tele italiana, en 1962 hizo las Españas y arrasó.
En menos que canta un gallo, este enano vocinglero y ceceante se convirtió en favorito de los niños españoles a base de bailotear y berrear en programas infantiles como “La Guagua”, “El Recreo”, “Sabadabadá” o “Dabadabadá”. Su popularidad subió como la espuma y el caricato hizo cine, se forró y se hartó de follar: gracias a su proverbial gracejo y a su (según decían) enorme miembro viril, se pasó por la piedra a decenas de actrices y locutoras ibéricas.
A finales de los 80, Torrebruno inició su lento pero inexorable declive. Las nuevas generaciones de infantes lo aborrecían, y tuvo que tuvo que refugiarse en circos y parques de atracciones. Como ya no salía en la tele, corrió el macabro rumor de que Torrebruno se había ahorcado de un bonsái, y el propio artista tuvo que desmentirlo en la revista “Pronto”. Tal vez este disgusto aceleró su muerte, de un infarto, en 1998. Pero himnos como “Yo quiero hacer pipí papá” o “Tigres y leones” castigarán nuestras neuronas para siempre.
TERESA RABAL
La hijísima de Paco Rabal debutó por todo lo alto en “Viridiana”, de Luis Buñuel. Sin embargo, las películas que hizo después la revelaron como una actriz sosa y sin carisma. No nos perdimos nada cuando cuando su marido Eduardo Rodrigo, que era un moro, le prohibió hacer más cine porque “eso es un putiferio”.
Así las cosas, Teresa se consagró al público infantil, presentando programas para parvulitos como “La factoría” o “Mazapán”, y montando El Circo de Teresa Rabal, que recorrió España junto al atroz perro de peluche viviente Napoleón o el grotesco oso Angeloso. A lo tonto, vendió un millón y medio de discos de canciones infantiles, con éxitos como “Veo veo” o “Me pongo de pie”, casi siempre compuestos por su señor marido.
En los años 90, cuando ya teníamos pelos en los cataplines, los niños de los 80 nos reencontramos en la tele con una Teresa más descocada, enseñando patorra, intentando en vano competir con las nuevas entretenedoras. Por eso, aún retumban en nuestras retinas programas de televisión como “La Guardería” o “La casa de la guasa”, junto al inefable Kike Supermix. La cosa no cuajó y Teresa volvió al lugar natural de toda payasa: el circo.
GACHI FERRARI Y PETETE
Tras fracasar como modelo y como actriz, la argentina Gachi Ferrari se transmutó en presentadora infantil, con programas como “Telejuegos” o “El club de Anteojito y Antifaz”… Todo ni fú ni fá. Hasta que llegó el almibarado ¿pingüino? Petete y la llevó a la fama.
La culpa de su abultada audiencia no era de las relamidas lecciones y cancioncillas del ¿patito? con chupete, sino de su bella comparsa, castamente vestida pero con unas expresiones faciales más propias de una felatriz que de lo que se supone que debe ser una chica decente que presenta un programa infantil.
Pero la fiesta se aguó cuando, allá por 1985, la chica logró al fin su objetivo en la vida: casarse con un millonario. De la parodia guarrindonga que hizo Pedro Ruíz de Petete (llamada Pedrete) hablamos otro día, que estamos en horario infantil.
PEPE CARABIAS
Era un hombrecillo con voz de pito que ponía voz a incontables muñecos televisivos, desde Benji de “Campeones” al Pato Lucas. Como actor, su característico y a veces horrísono tono de voz, su baja estatura y su extremo frikismo, lo condenaron a las galeras de la programación infantil, donde puso voz a perosnajes tan odiosos como Pepe Soplillo o Paco Micro.
Pero Carabias no triunfó hasta que interpretó a Luis Ricardo en el programa “El monstruo de Sanchezstein” (1977), donde arrancaba sonrisas (o muecas de horror) a los niños con su espantoso personaje. El tirón de este programa lo llevó de cabeza al cine, con largometrajes como “El liguero mágico” (1980) de Mariano Ozores (única película en la que sale un Hombre Lobo homosexual) o “La avispita Ruinasa” (1983), una disparatada parodia del caso Ruiz-Mateos.
Tras ese periplo laboral y harto de hacer el mono, Pepe se dedicó a cosas más discretas, como intervenciones en obras de teatro o series tipo La que se avecina o Cuéntame como pasó. Dicen ahora que es un gran actor, y puede que tengan razón, pero para nosotros siempre será un monstruo: “Luis Ricardo cantidubidubidubi cantidubidubidá ¡ya!”
“Los mundos de Yupi” fue un programa infantil protagonizado por un marciano de peluche gordo y ñoño al que le tocó una papeleta imposible: sustituir al mismísimo Espinete. Pero el pobre Yupi fracasó y su programa, estrenado en 1989, duró apenas dos años. ¡Cómo odiaban los niños al pobre Yupi! Y aún más a su compinche Astrako, penoso émulo intergaláctico de Don Pimpón.
Injusto, porque la serie no era peor que “Barrio Sésamo”: básicamente era igual, pero en lugar de un erizo y un oso (o lo que demonios fuera Don Pimpón), estaba protagonizada por dos marcianos cuya nave caía en un típico pueblo español.
A pesar del batacazo que se dio el programa, su título dio lugar a una frase hecha que aún se pronuncia con frecuencia: “estar en los mundos de Yupi”, bello sinónimo de “no enterarse de nada”. ¿Un ejemplo? No hace mucho, el portavoz de la Federación de Defensa de la Sanidad Pública dijo que “Rajoy vive en los mundos de Yupi y no sabe nada del sufrimiento de los españoles”.
OLVIDO GARA
Aunque la gente la conoce más como Alaska, cantante y esposa del celebérrimo Mario Vaquerizo, no son pocos los que anhelan su faceta de presentadora infantil, que desempeñó entre los años 1984 y 1988 dentro del programa “La bola de cristal”.
Alaska, que en aquel programa usaba su nombre real, Olvido Gara, hacía de sí misma, y esta era su mejor baza. Por primera vez, una presentadora infantil no se refería a nosotros, los niños, como si fuéramos bebés con síndrome de Down, ni nos gritaba, ni nos hacía la pelota para caernos bien, sino que nos hablaba de tú a tú, incluso con cierto desprecio: no es ningún secreto que Alaska aborrece a los niños.
En “El librovisor”, el espacio que presentaba esta mujer con pinta de bruja postmoderna, se escenificaban o narraban diferentes episodios históricos. Olvido era la payasa seria, equivalente modelno a Gaby o al Tío Aquiles, mientras que varios comparsas (primero Miguel Ángel Valero “Piraña” –en el papel del Detective Mantequilla- y, más tarde, Pedro Reyes y Pablo Carbonell) ponían la nota cómica para amenizar las, a veces un tanto monótonas, monsergas de Olvido. Para bien o para mal, tras esta experiencia, Alaska no volvería a hacer programas para niños y se consagraría a la televisión basura, valga la flunflunflancia.
LETICIA SABATER
Aunque la decadencia de la programación infantil española se inició con la aeróbica Miriam Díaz-Aroca y ese descafeinado sustituto de “La bola de cristal” llamado “Cajón desastre”, se puede decir que la Sabater fue la pionera de la telebasura orientada a menores.
Leticia era una tía aparentemente buenorra que, mirada con lupa, no lo era tanto: patizamba, bajita, con un cutis terrorífico, rubia de teñido criminal (ella puso de moda las atroces raíces negras) y más bizca que Fernando Savater. Así era antes; luego, el cirujano plástico arreglaría un poquito el desaguisado. Usando frases enrolladas tipo “okey makey” y vestida como una fulana, la Leti conseguía poner colorados los mofletes de los niños y de sus padres. He aquí el secreto de su éxito.
Su carrera como entretenedora infantil se desarrolló en los años 90, en shows como “A mediodía, alegría”, “Vivan los compis”, “Mucha marcha” y un largo e inenarrable etcétera. Hasta el coño de calentar churumbeles, en el siglo XXI Leticia hizo algún intento de ser actriz seria, pero la cabra tira al monte y acabó convertida en friki de la tele. Lo último que hemos sabido de ella es que en 2015 se sometió a una cirugía para reconstruir su himen y ensanchar su vagina.
Dildo de Congost es headhunter de estrellas infantiles.
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