No son putas, son princesas.
Cuando se le pregunta al personal qué haría si le tocara la Lotería, la respuesta habitual (en público, al menos) es “hacer un viaje y tapar algunos agujeros”. Cuando el premio Gordo no te toca sino que te viene regalado -en forma de oro negro bajo el subsuelo del terreno de tu abuelos, pastores de dromedarios- haces ambas cosas (viajar y tapar agujeros) pero a lo grande. Por poner un ejemplo, te plantas cada año en Ibiza con el yate más grande del mundo y un segundo barco, un poco más modesto (pero capaz de hacer sombra a un Transmediterránea) cargado de un surtido de las putas más selectas de Brasil, Rusia y Francia. Bueno, escorts, ustedes me entienden.
Esto es lo que viene haciendo un verano sí y otro también Abdul Aziz bin Fahd Al Saud, a la sazón, hijo predilecto del fallecido rey Fahd de Arabia Saudí, un individuo que nunca jugó en la división de los multimillonarios porque nació directamente en la Golden League, la de los asquerosamente ricos. Como no podía ser otra cosa, Abdul es un vividor que cada mes de julio riega con el maná de petrodólares las Pitiusas -Ibiza y Formentera-, un archipiélago donde el non olet (el dinero no huele, sólo compra cosas, que decían los romanos) es principio rector.
Según cuenta el periodista de ‘El Diario de Ibiza’ Joan Lluis Ferrer en su libro-reportaje ‘Ibiza, la isla de los ricos’, el jeque es un tipo campechano -una cualidad al parecer muy apreciada entre la realeza- que lo mismo deja 30.000 euros de propina a los croupiers del Casino de Ibiza que se toma un helado con Mónica, la propietaria de Los Valencianos en el puerto de Vila, a escasos metros de donde aparca su yate, un mamotreto de 147 metros que pasamos a describir:
“El Prince Abdulaziz es el típico buque de jeque árabe: 147 metros de eslora, con un helipuerto en su proa, sistema antimisiles, una tripulación de 66 personas y otros tantos pasajeros (…) Quienes han entrado en su interior refieren todo tipo de lujos en grado superlativo: grifería de oro, suelos de maderas nobles… Cada vez que el buque ha de repostar combustible llena su depósito con 400.000 litros, lo que supones un gasto de 600.000 euros…”, relata el periodista.En fin, no queremos aburrirles con esta exhibición impúdica de ostentación. Vamos al grano: a las putas. En el yate principal viaja el jeque Abdul Aziz y su cuadrilla (masculina, como es preceptivo entre los seguidores del Profeta), pero la flotilla suele estar integrada por otros dos macroyates, el Turama y el Al Diriyah.
Prosigue Joan Lluis Ferrer, “en uno viaja el séquito del príncipe y en otro, la compañía femenina, que es renovada cada semana mediante vuelos llegados directamente desde Londres y París. Son mujeres de una belleza despampanante y físico escultural, que se pasan semanas enteras a cuerpo de rey, sin otra cosa que entregarse al ocio, ir a restaurantes y tomar el sol en la playa y, de vez en cuando, atender los requerimientos de los jeques que las han contratado”. Vacaciones en el mar. Dan ganas de apuntarse, ¿eh?Quienes se han cruzado con el barco de las meretrices en Ibiza relatan escenas propias de una fantasía erótica viril, nada casualmente parecidas al prometido paraíso de los musulmanes: un harén de vírgenes y suculentos manjares, aunque lo de vírgenes en este caso se puede pasar por alto.
De todos modos, me aclara me Ferrer, “muchas veces estas chicas son sólo decorativas, es más de lo mismo: una manera de exhibirse y demostrar su poderío. Lo mismo que la flota de 70 Mercedes negros de gama alta que viajan en las bodegas del barco y que cada día pasan por el túnel de lavado sin haber pillado una mota de polvo”.Pero no todo van a ser truchas y piscinas en el veraneo a todo trapo del jeque saudí. Otra anécdota que me contaron en el archipiélago puede servir para sopesar la insoportable levedad del ser (un príncipe saudí, en este caso): Abdul Aziz quería pasar un día en la playa. Es bien sabido que una playa paradisíaca puede llegar a ser terriblemente aburrida, así que sus secretarios desembarcaron (del yate Turama, 117 metros,70 pasajeros) con el mandato de “crear ambiente”. Para ello contrataron por un día a un grupo de “bosquimanos” (nombre con el se conoce a los viajeros o temporeros que habitan en los bosques de sabinas de Formentera, a falta de casa y cama) para que “hicieran malabares y cosas hippies”. Con la parte folklórica ya resuelta, los productores de la jornada playera montaron un chiringuito para que el jeque pudiera tomarse un quéseyo y decoraron la barra con las jamonas de la semana (descargadas directamente del buque Al Diriyah, el de las putas, 79 metros, 16 pasajeros). Abdul Aziz pasó su día de playa, volvió a la nave nodriza, se pagó a los hippies y se recogió el chiringuito. La playa volvió a ser el soporífero arenal formenteril que era antes de la Real visita.
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