José Antonio Pérez Tapias
Malagón
5 de Febrero de 2016
El tiempo se agota, aun contando con prórrogas, y los márgenes se estrechan. Y así todos somos conscientes de que toca a su fin el juego de máscaras que se ha venido desarrollando desde las elecciones generales del 20 de diciembre. La verdad es que el juego no ha sido divertido, pues se conocían los malos trucos que se han empleado, y aunque nos haya tenido entretenidos, el remedo de carnaval político no ha ayudado demasiado a salir del atolladero en que estamos, es decir, a salir por la izquierda. Por la derecha no hay salida.
El secretario general del PSOE saltó a protagonista principal al aceptar el encargo de presentarse a la investidura para la presidencia del gobierno, toda vez que el candidato popular se mostró ante el rey de nuevo incapaz de congregar en torno a sí una mayoría parlamentaria suficiente. Al aceptar el reto de intentar formar gobierno, Pedro Sánchez asumió su papel de presidenciable, honrándole su capacidad de respuesta para señalar una salida al bloqueo institucional en que estábamos. Su papel adquirió así el más destacado relieve, a pesar de todos los que desde dentro y desde fuera del PSOE trataban de recortárselo. Por el contrario, del papel del candidato derechista no merece la pena ni hablar, pues tras la fachada de prudencia no hay más que irresponsabilidad, por lo que hasta su claque le niega el aplauso. No obstante, a nadie se le oculta que tras la máscara de perdedor con que Rajoy se cubre el rostro se deja ver la mueca de quien vuelve a esperar a que el candidato socialista se estrelle y no llegue ni a una nueva convocatoria de elecciones, confiado en que no prospere su investidura.
Por su parte, Ciudadanos, partido de la derecha remozada, ha brindado a su líder la máscara de personaje voluntarioso que hasta está dispuesto a ser chico de los recados. No tardó en ir a ver a Rajoy, presidente en funciones --vergüenza da que aun así lo sea, dada la corrupción hipersistémica en que nada el PP--, para contarle como correveidile lo que había hablado poco antes con Sánchez, dejando a éste en evidencia ante tanta desmesura de mediación con el pretexto de pactar medidas comunes para hacer frente al secesionismo de Cataluña y, de camino, seguir tentando a los populares para que se abstengan en el posible escenario de pacto de Ciudadanos con el PSOE --así se expone--. Por mucho que se enmascare de regeneración, Ciudadanos no pasa de neoliberalismo ramplón.
El juego ha tenido en Podemos o, mejor, en su líder Pablo Iglesias, al animador por excelencia del patio político. La máscara de radical con la que se pasea entre protagonistas y público, no tanto elegida por él sino puesta sobre él por la tropa antibolivariana adueñada del espacio mediático, no llega a ocultar su ubicación programática en una socialdemocracia que quiere estar puesta al día. No obstante, puestas en escena tan ostentosas como la consistente en distribuir hipotéticos ministerios de un ficcional gobierno de coalición con el PSOE acentuaron los rasgos del papel asignado, para paradójico regocijo interno de quienes en las filas socialistas pusieron el grito en el cielo por la humillación que se le infligía al candidato socialista al diseñársele el gobierno que estaría llamado a presidir. Menos mal que la ya conocida ironía de Iceta, primer secretario de los socialistas de Cataluña, pareció venir en ayuda de todos los que defendíamos y propugnamos un pacto de izquierda, poniendo de relieve el hecho de hablar de compromiso de gobierno, aunque fuera de manera tan innecesariamente estridente. El caso es que cada cual siguió tras sus máscaras, incluido el mismo Iceta, convencido de que de alguna manera hay que resolver la demanda de que Cataluña sea reconocida como nación, pero agazapado detrás de la propuesta de una reforma constitucional que en verdad no va a dar ese paso --y que será inservible, por tanto, para salir de la crisis del Estado--.
Con todo, llegada la hora de las negociaciones previas al debate de investidura --yendo "en serio", como Pedro Sánchez dice de sí mismo--, es el momento de prescindir de las máscaras y mostrarse a cara descubierta. Pero ocurre, a pesar de todo, que buena parte de los mensajes siguen siendo cifrados. PSOE y Ciudadanos subrayan los posibles puntos de acuerdo --¿cediendo hasta dónde, por ejemplo, en reforma laboral o en qué hacer con artículo 135 de la Constitución?-- e incluso tienden la mano al PP para los asuntos de Estado. No puede pasar desapercibido que se tiende la mano con unánime acuerdo, al parecer, en no hacer lo que se vislumbra como insoslayable de acometer para solucionar la crisis del Estado: un referéndum en Cataluña, sobre cuya modalidad como consultivo y no necesariamente de autodeterminación podría y debería hablarse de verdad en serio.
En tal punto álgido de la trama hasta ahora desplegada, Pablo Iglesias, con notorio uso de la megafonía, plantea a Pedro Sánchez una disyuntiva clara: o pacta con Ciudadanos o pacta con Podemos. Los respectivos proyectos no son compatibles. ¿Veto de Podemos? No menor que el veto de Ciudadanos a la formación de Iglesias. Las urgentes cuestiones que hay que abordar para implementar las necesarias políticas sociales que la ciudadanía espera no pueden hacer olvidar la importancia de la llamada cuestión territorial que, bajo modo de referéndum, se hace inevitablemente presente. Habrá quien diga que Podemos se parapeta tras ella; habrá que decir que no faltan quienes se vuelven a alegrar por la derecha de que sea así, toda vez que la abusivamente invocada unidad de España les sirve para bloquear un pacto por la izquierda que de ninguna manera quieren, ni con Podemos ni con otros, como IU. Y esto último por más que a su líder, Alberto Garzón, le venga bien la máscara de político de izquierda responsable y juicioso.
Entre desenmascaramientos y renovadas formas de ocultamiento, sobre todo para evitar cada cual aparecer como responsable del pacto no logrado si éste fuera el caso, echando sobre los demás la culpa del fracaso --por muchos inducido para ir a elecciones generales de nuevo--, lo que emerge con claridad es una disyuntiva clara en cuanto a pacto pretendido: o por la izquierda o por la derecha. Guste o no, la disyuntiva es de tal tensión que no se sale de ella sólo con decir que a todos los convocados a pactar une la voluntad de impedir que el PP gobierne. Eso es necesario, pero no cubre los requisitos de la razón suficiente. Y el momento político actual exige un pacto con razón suficiente para mantenerlo con la indispensable lealtad y el firme compromiso de sus miembros para llevar adelante la política alternativa que hace falta.
De nuevo me viene a las mientes, en estas líneas finales, aquel Maquiavelo republicano que tan frontalmente se opuso a lo que llamaba una monarquía de barones, como la que por entonces, cual residuo de un feudalismo aún no superado, se daba en Francia: los barones, tan poco preocupados por el pueblo como el rey, el caso es que tenían maniatado a éste para así conservar mejor sus privilegios. Quizá nos haga falta una buena dosis de conciencia republicana para abordar la búsqueda de pacto en la crítica situación actual con participación democrática, pero sin ataduras bloqueantes. Es lo que hace falta para ir por la izquierda. El camino de las derechas ya sabemos a dónde conduce. Quiero pensar que Pedro Sánchez lo tiene presente.
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