Yo no sé cuándo vamos a dejar de recibir hostias los españoles de mi quinta, por lo menos los de infantería de toda la vida. Ya al nacer, como primera providencia, nos daban una tunda en el culo para espabilarnos, boca abajo, como diciendo: “Bienvenido a España, desgraciao”.
En los colegios, que eran Treblinkas infantiles, salías a hostia diaria. Si no era el c...ura era el golfo del patio. En el barrio –me curtí en uno de esos barrios obreros de los 60-, el privilegio de hostiar se lo disputaban el golfo de turno y el municipal de guardia. “¿Adónde vas con ese tirabique, desgraciao?” Y hostia que te crió. Y hasta en tu casa: "¿Que te ha castigao el maestro? Algo habrás hecho, sinvergüenza". Otra hostia.
Y en la adolescente transición, los grises, verdaderos profesionales del guantazo: “¿Dónde irás tú con esa bandera roja que no eres ni mayor de edad, desgraciao?” Y hostia al canto. Y en la mili para qué contar, allí de cabo para abajo salía el personal a ración diaria. Para cuando yo estudiaba, ya los grises se llamaban monos, pero mantenían la vieja tradición de hostiar a los desgraciaos, elevándola algunos a virtud nacional, como muchos comprobamos en los anales de esta cloacocracia que hoy disfrutamos, modelo y envidia de todas las repúblicas bananeras del planeta.
A partir de ahí muchas hostias no eran físicas, pero dolían el doble. Si ibas a buscar empleo: “¿Aquí vas a venir a buscar trabajo? ¿No ves cómo estamos, desgraciao?” Y si lo encontrabas: “El desgraciao que no venga el domingo a currar que tampoco venga el lunes”, y así una tras otra, hasta que los años y el roce con la civilización nos convencieron de que ese amor hispano por tocarle el careto al prójimo era cosa del ayer, de los curas, de los grises, de los golfos de barrio. Pero no.
Ahora, con tanta modernidad y tanto indecente instruido en los tejemanejes de la cloacocracia, las hostias siguen llegando, pero con finura, con legislación abofada en mala leche, como las torrijas en miel: notificaciones, copagos, rescates, desahucios, preferentes, ajustes, recortes... “¿Adónde vas tú sin copago, desgraciao?” Y hostia que te crió. O: “¿Adónde irá este desgraciao sin recortes, y siendo jubilata? ¿Pero tú te creíste, desgraciao, que te ibas a quedar sin ajuste?” Y en esas estamos, 51 años y recibiendo hostias. Ustedes dirán.
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