¿Qué cara pusieron los indios caribes cuando vieron por primera vez a Cristóbal Colón y su troupe de recios soldados extremeños en la costa de La Española? Los grabados han inmortalizado un encuentro solemne, con pendones e intercambio de baratijas, pero es más probable que los americanos (ignorantes aún de su gentilicio) se llevaran tremendo susto, tal vez a la altura de este pobre habitante de las tierras altas de Nueva Guinea cuando se vio por vez primera un hombre blanco, un inglés para más señas.
El encuentro lo inmortalizó el protagonista (blanco) del encuentro, el aventurero Michael Leahy en su libro ‘Explorations into Highland New Guinea, 1930-1935’*. Se trata por tanto de un encuentro muy reciente, de apenas 80 años, en una remota región de Nueva Guinea, el único lugar en el mundo -junto a la selva amazónica- donde aun hoy quedan grupos humanos sin contactar.
Cincuenta años después, en los años 80, Leathy volvió al mismo poblado para entrevistar a los aborígenes sobre aquel encuentro. Este es el testimonio de uno de ellos:
“En aquel momento, esos hombres más corpulentos -ahora son viejos- eran jóvenes y no estaban casados. Todavía no se afeitaban. Fue entonces cuando llegaron los hombres blancos (…) Estaba aterrorizado, no podía pensar con claridad y lloraba desconsoladamente. Mi padre me cogió de la mano y nos escondimos detrás de un arbusto”.El motivo del terror no era sólo las extravagantes pintas de los británicos, embutidos en unas prendas como de Coronel Tapioca pasadas de moda varias temporadas, sino la propia cosmología de los papúes: “No sabíamos nada de los hombres de piel blanca. No habíamos visto lugares lejanos. Sólo conocíamos este lado de las montañas, y creíamos que éramos el único pueblo que existía”, relató medio siglo después uno de los abuelos de la tribu, apenas recuperado del shock del encuentro.
Haber elegido muette.
Los papúes pensaban que los blancos eran “gente del cielo”: personas como ellos que supuestamente habitaban el cielo, que comerciaban y habían el amor y la guerra como ellos, pero eran inmortales, espíritus o fantasmas ancestrales que, en ocasiones, adoptaban una forma humana y entonces eran rojos o blancos y descendían a la Tierra.
Sin embargo, hombres y dioses, blancos y salvajes, nos ecualizamos por las bajas pasiones. Los papúes se dieron cuenta de que los blancos no eran tan divinos cuando comprobaron que sus heces eran iguales a las suyas y las jóvenes indígenas que se ofrecieron de esposas a los exploradores se cercioraron que aquellos forasteros hacían el amor con tan poco tino como los mozos locales.
* Citado por Jared Diamond en su último libro ‘El mundo hasta ayer, ¿qué podemos aprender de las sociedades tradicionales’. Imágenes de Discover Something New Every Day.
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