EL RESCATADOR DE BANCOS
(Cuento popular del régimen. No apto para niños críticos)
Érase que se era, hijo mío, que en un olvidado barrio periférico del reino había un honrado padre de familia que ganaba el sustento con el sudor de su frente. Vamos a llamarle Ambrosio por darle un nombre a nuestro héroe, pero como él había muchos.
Ambrosio había sido de todo, progresivamente: contable, soldador, jornalero, cargador… y, en los últimos tiempos, tras el despilfarro rojo que arruinó a la patria, hasta chatarrero, el todo que todo era llevar el sustento a casa. De vez en cuando se permitía lujos como ver el fútbol, y estaba más al tanto que José María García, no como otros, siempre quejándose y hablando de política.
Pero Ambrosio tenía un resquemor insuperable, hijo mío, y era haber vivido por encima de sus posibilidades: en su casa habían comido yogures, chóped, anchoas, helados del DIA, galletas, chocolate… En fin, que hasta se lavaban con champú, fíjate tú, habiendo jabón verde. Y claro, los bancos, manirrotos y generosos, se habían arruinado dando, que eso pasa por ser espléndido, y Ambrosio y su familia se vieron un día comiendo de la parroquia.
Total, que se sumió en la tristeza y dio en pensar que ni él ni sus profesiones valían para nada. Si al menos hubiera sido locutor deportivo… o diputado… Pero ni eso. Y se preguntaba una y otra vez por qué los rojos habían despilfarrado tanto que ya no había ni chatarra que recoger. Y un día vio el telediario. ¡Ay, hijo mío! ¡Bendito el día que vio aquel telediario! Fue su salvación.
Supo que los padres de la patria habían rescatado a un banco arruinado, Catalunya Banc, por 13.000 millones de euros. Ambrosio echó la cuenta en pesetas, porque sabía contar, y le salieron dos billones y 200.000 millones más. Y gracias a Dios que los padres de la patria abrieron la hucha de todos, que si no, se hunde como el Titanic, el pobre banco, encima de haber dado. Y ahora, otro banco, el BBVA, compraba al rescatado por 1.100 millones, porque no podía pagar los 13.000 que costó salvarlo. En la tasca, un rojo gritó: “¡Hijos de la gran puta! ¡Criminales! ¡Con nuestros ahorros! ¿Hay derecho a que Ambrosio, que no tiene ni para comer, tenga que rescatar un banco?”.
Y entonces Ambrosio comprendió: sin saberlo, los padres de la patria pensaban en él, tanto, que le habían regalado una profesión nueva, la de rescatador de bancos, fíjate tú, hijo mío, sin comerlo ni beberlo, sin estudiar ni nada: rescatador de bancos. ¿No era para estar agradecido?
Y se sintió feliz y recompensado, y satisfecho de haber votado a políticos que daban profesiones importantes. Nada menos que rescatador de bancos, quién lo iba a decir. ¿No era para votarles de nuevo, a pesar de las miserias? Y aún había gentuza bolivariana que ponía el grito en el cielo. ¡Demasiado que por lo menos daban profesiones! ¡Y dignas! Para que tú veas, hijo mío, que los actuales padres de la patria siempre piensan en ti, aunque no lo creas. Y colorín azulado, este cuento se ha acabado.
(Cuento popular del régimen. No apto para niños críticos)
Érase que se era, hijo mío, que en un olvidado barrio periférico del reino había un honrado padre de familia que ganaba el sustento con el sudor de su frente. Vamos a llamarle Ambrosio por darle un nombre a nuestro héroe, pero como él había muchos.
Ambrosio había sido de todo, progresivamente: contable, soldador, jornalero, cargador… y, en los últimos tiempos, tras el despilfarro rojo que arruinó a la patria, hasta chatarrero, el todo que todo era llevar el sustento a casa. De vez en cuando se permitía lujos como ver el fútbol, y estaba más al tanto que José María García, no como otros, siempre quejándose y hablando de política.
Pero Ambrosio tenía un resquemor insuperable, hijo mío, y era haber vivido por encima de sus posibilidades: en su casa habían comido yogures, chóped, anchoas, helados del DIA, galletas, chocolate… En fin, que hasta se lavaban con champú, fíjate tú, habiendo jabón verde. Y claro, los bancos, manirrotos y generosos, se habían arruinado dando, que eso pasa por ser espléndido, y Ambrosio y su familia se vieron un día comiendo de la parroquia.
Total, que se sumió en la tristeza y dio en pensar que ni él ni sus profesiones valían para nada. Si al menos hubiera sido locutor deportivo… o diputado… Pero ni eso. Y se preguntaba una y otra vez por qué los rojos habían despilfarrado tanto que ya no había ni chatarra que recoger. Y un día vio el telediario. ¡Ay, hijo mío! ¡Bendito el día que vio aquel telediario! Fue su salvación.
Supo que los padres de la patria habían rescatado a un banco arruinado, Catalunya Banc, por 13.000 millones de euros. Ambrosio echó la cuenta en pesetas, porque sabía contar, y le salieron dos billones y 200.000 millones más. Y gracias a Dios que los padres de la patria abrieron la hucha de todos, que si no, se hunde como el Titanic, el pobre banco, encima de haber dado. Y ahora, otro banco, el BBVA, compraba al rescatado por 1.100 millones, porque no podía pagar los 13.000 que costó salvarlo. En la tasca, un rojo gritó: “¡Hijos de la gran puta! ¡Criminales! ¡Con nuestros ahorros! ¿Hay derecho a que Ambrosio, que no tiene ni para comer, tenga que rescatar un banco?”.
Y entonces Ambrosio comprendió: sin saberlo, los padres de la patria pensaban en él, tanto, que le habían regalado una profesión nueva, la de rescatador de bancos, fíjate tú, hijo mío, sin comerlo ni beberlo, sin estudiar ni nada: rescatador de bancos. ¿No era para estar agradecido?
Y se sintió feliz y recompensado, y satisfecho de haber votado a políticos que daban profesiones importantes. Nada menos que rescatador de bancos, quién lo iba a decir. ¿No era para votarles de nuevo, a pesar de las miserias? Y aún había gentuza bolivariana que ponía el grito en el cielo. ¡Demasiado que por lo menos daban profesiones! ¡Y dignas! Para que tú veas, hijo mío, que los actuales padres de la patria siempre piensan en ti, aunque no lo creas. Y colorín azulado, este cuento se ha acabado.