Con
Fernando Parrilla se entra en una generación pictórica que para la
plástica andaluza tuvo una singular repercusión. La prolífica generación
de los ochenta supuso situar en el universo pictórico a una región,
defendida por toda una serie de artistas que en aquellos momentos se
incorporaban al prometedor panorama artístico. En tiempos de la
"Pintura-Pintura" comenzó su andadura Parrilla. Sus exposiciones,
casi todas en instituciones y galerías pioneras por aquel entonces y
hoy verdaderos núcleos centrales de lo creativo, darán paso a un
dilatado camino que lo ha llevado a exponer en recintos internacionales
de prestigio.
Esa constante barroca aflora de nuevo. En las obras de
Parrilla, la mirada se convierte inconstante, dubitativa, difícil de
fijar. Por ellas se deambula buscando un orden, un inicio, una linea
argumental, pero es tarea poco menos que imposible, pues en ese complejo
universo, repleto de símbolos y formas, que traen recuerdos que no se
aciertan a concretar, la respuesta está en la pregunta. Así aparece la
certidumbre, al sentir que no hay partes, que el todo es el que te
habla, que es el conjunto el que significa, el que cuando ya no estemos
ante la obra acompañará permanentemente grabado en nuestra conciencia.
Los fragmentos de lo orgánico articulan como una red sobre la que, sin
diferenciación de planos, se van a ir encontrando restos sublimados de
recuerdos que no se aciertan a concretar. Aparecen y se disuelven esas
lineas y colores que conforman paisajes intuidos como en un sueño recién
descubierto tras el despertar.
© Luis F. Martínez Montiel
Cuatro jinetes de mucha elipsis.