MIGUEL ANGEL Toledano 19/05/2014
A veces pienso que no soy de aquí, oigo cosas que no existen, vivo en otro lugar donde las voces de este lado me llegan confusas, remotas, en una lengua que no es exactamente la mía y acompañadas de sonrisas, palmaditas, miradas curiosas de soslayo. A veces me distraigo. Y no es verdad, no me distraigo, dejo el cuerpo leyendo el diario y ando por ahí; mi cuerpo finge que oye, que se preocupa, que conversa, y mientras tanto yo libre, mirando a las personas, paseando, me echo a correr a fin de regresar al cuerpo en el momento de la despedida para decir: --Ha sido un placer.
Y de placer, nada. Ayer sin ir más lejos anduve por ahí al azar y no me di cuenta de nada. Es la manera de mirar de ciertas mujeres lo que aún me retiene aquí, ciertas carcajadas, cortas, la textura de ciertas pieles, el deseo de ciertas expresiones, no sé bien explicar cuáles, me provocan. Otros días ando por ahí volando o tropezando con las cosas, divagando. Hay grifos que no cierran y el agua sigue manando sin valor y sin sentido. Tengo un libro a mi lado, dentro de mí y conversamos los dos. Cuando acabo el libro, aterrizo. Y ahí siguen los grifos que no cierran bien, ese aire frío por las rendijas de las ventanas. Siempre me han causado pavor las cosas feas y caras, mientras que las cosas feas y baratas me enternecen. Con las personas lo que se me ocurre es que a los dioses deben de gustarle bastante los imbéciles porque no se cansan de hacerlos. Bien que los oigo cuando salgo, en las cafeterías, en las tiendas, y allí vienen de nuevo las sonrisas, las palmaditas, las miradas curiosas de soslayo. Y también hay grifos que no abren, están atascados. O cerrados discrecionalmente para hundir todo lo que se mueve. Ya saben.
Que no estoy. Sí que estoy, claro que estoy. Me callo. Finjo que no los oigo y me callo. Por otra parte no se van a extrañar: hablo poco. Hay momentos, hay lugares en los que hablo muy poco. Me detengo en la acera y descubro el perfil de una muchacha tras la cortina del balcón. Una muchacha fumando al borde de las flores. Y mientras otros andan dejándose la piel o la dignidad, o ambas cosas a la vez, ella, desde esa supuesta o vacía frialdad, nos mira cuestionando y repleta de otras muchas cosas humanas- Fragmentos de azul. Tal vez ella se me acerque, me llame, y los dos podamos bajar desde la terraza hasta los jardines, traspasando otros muros. Pero de nuevo vuelven las palmaditas, las sonrisas, las miradas. Creo que no voy a responder. ¿Para qué? ¿Responder qué a quién? Sí.
* Profesor de Literatura
A veces pienso que no soy de aquí, oigo cosas que no existen, vivo en otro lugar donde las voces de este lado me llegan confusas, remotas, en una lengua que no es exactamente la mía y acompañadas de sonrisas, palmaditas, miradas curiosas de soslayo. A veces me distraigo. Y no es verdad, no me distraigo, dejo el cuerpo leyendo el diario y ando por ahí; mi cuerpo finge que oye, que se preocupa, que conversa, y mientras tanto yo libre, mirando a las personas, paseando, me echo a correr a fin de regresar al cuerpo en el momento de la despedida para decir: --Ha sido un placer.
Y de placer, nada. Ayer sin ir más lejos anduve por ahí al azar y no me di cuenta de nada. Es la manera de mirar de ciertas mujeres lo que aún me retiene aquí, ciertas carcajadas, cortas, la textura de ciertas pieles, el deseo de ciertas expresiones, no sé bien explicar cuáles, me provocan. Otros días ando por ahí volando o tropezando con las cosas, divagando. Hay grifos que no cierran y el agua sigue manando sin valor y sin sentido. Tengo un libro a mi lado, dentro de mí y conversamos los dos. Cuando acabo el libro, aterrizo. Y ahí siguen los grifos que no cierran bien, ese aire frío por las rendijas de las ventanas. Siempre me han causado pavor las cosas feas y caras, mientras que las cosas feas y baratas me enternecen. Con las personas lo que se me ocurre es que a los dioses deben de gustarle bastante los imbéciles porque no se cansan de hacerlos. Bien que los oigo cuando salgo, en las cafeterías, en las tiendas, y allí vienen de nuevo las sonrisas, las palmaditas, las miradas curiosas de soslayo. Y también hay grifos que no abren, están atascados. O cerrados discrecionalmente para hundir todo lo que se mueve. Ya saben.
Que no estoy. Sí que estoy, claro que estoy. Me callo. Finjo que no los oigo y me callo. Por otra parte no se van a extrañar: hablo poco. Hay momentos, hay lugares en los que hablo muy poco. Me detengo en la acera y descubro el perfil de una muchacha tras la cortina del balcón. Una muchacha fumando al borde de las flores. Y mientras otros andan dejándose la piel o la dignidad, o ambas cosas a la vez, ella, desde esa supuesta o vacía frialdad, nos mira cuestionando y repleta de otras muchas cosas humanas- Fragmentos de azul. Tal vez ella se me acerque, me llame, y los dos podamos bajar desde la terraza hasta los jardines, traspasando otros muros. Pero de nuevo vuelven las palmaditas, las sonrisas, las miradas. Creo que no voy a responder. ¿Para qué? ¿Responder qué a quién? Sí.
* Profesor de Literatura