MIGUEL ANGEL Toledano 17/03/2014
Todo lo que sabía de José Luis Sampedro provenía de la lectura de sus
libros y de las entrevistas que le hicieron a lo largo de su vida. Y sin
embargo esa visión se ha visto recientemente enriquecida al escuchar en
uno de esos escasos programas de la radio donde sigue siendo posible la
palabra, la conversación íntima y compartida, a una persona muy cercana
al hombre y al escritor: Olga Lucas. En un tono sereno, intenso,
lúcido, comienza recordando que Sampedro, al final, tenía la certeza de
que se había destrozado en un año lo que había costado construir
treinta. Es lo que ocurre cuando el poder político se entrega al poder
financiero, y todos sabemos a dónde puede conducir eso. Que nos
encontrábamos ya plenamente en el camino equivocado, pero que no
lográbamos reaccionar: "Es como cuando vemos que nuestro hijo quiere ir
por un camino equivocado, y no atiende razones, y no podemos hacer nada
para impedirlo", decía. En los últimos tiempos prestó su apoyo a todos
cuantos se esforzaban por ver, por comprender y explicar, pero se
mantuvo en su sitio. Olga lo dice, que el viejo profesor era un hombre
decente, sincero, educado, desprendido y risueño. Y además era sabio.
Ella lo dice con sencillez y naturalidad, con un amor que logra disipar
el miedo a la ausencia de los seres amados, pero nosotros lo sabemos
bien: su rostro irradiaba alegría, en pocos instantes lograba una
complicidad conmovedora y su simpatía ante todos los seres humanos era
inmediata. Cierro los ojos y estoy escuchándolo, subiéndose las gafas
mientras nos habla. El caballo desnudo. Y en otro momento Olga recuerda
cómo, en la duermevela de su delirio, le escuchó repetir las palabras
inconexas que había oído en las noticias cuando Cospedal decía aquellos
de un despido aplazado, en diferido, que era un tesorero sin tesorería y
pertenecía sin pertenecer... Al final, un largo suspiro.
Esa
perversión del lenguaje contrastaba tanto con su claridad: Solo se puede
sentir indignación. Hay que rebelarse. Hacer una revolución pacífica
que atienda los derechos de todos los hombres a vivir con la dignidad
adecuada. Y no son los mayores, ya cansados, son los jóvenes los que han
de comprender lo que está ocurriendo y ponerse en marcha para
cambiarlo. Nadie se va a salvar solo, esa es la mayor trampa y el error
que mantiene las cosas como están. Los jóvenes deben prepararse bien,
salir de esta sociedad cómoda y beocia en que los han metido y han de
rebelarse. Ese es el único camino posible.
* Profesor de Literatura