La lectura del último y excelente libro de Jesús Palacios, 23-F. El Rey y su secreto,
me ha hecho retroceder en el túnel del tiempo y recordar algunos hechos
significativos de los que fui testigo. Les hablo de recuerdos que he
compartido con algunos amigos pero que hasta ahora jamás había
publicado.
Durante
el verano de 1980 trabé cierta relación con el embajador
norteamericano, Terence Todman, y su esposa (Doris), que visitaron
Santander invitados por la Universidad Internacional Menéndez y Pelayo,
en la que yo trabajaba con el equipo del rector Morodo. Les acompañé en
algunas visitas turísticas y gastronómicas por la región, y quedamos en
continuar viéndonos en Madrid. Las circunstancias no lo permitieron,
pero el embajador encargó a un alto consejero de la legación, Allen
Smith, que prosiguiera los contactos. Durante algunos meses de 1980-81
mantuvimos varios encuentros, y puedo decir que llegamos a tener una
fluida relación de amistad. Resultaba obvio que estaba interesado en mis
informaciones sobre el PSOE, especialmente las relacionadas con la
contradictoria actitud del partido respecto a la OTAN: yo había sido su secretario de relaciones internacionales, y participado en el comité de unidad socialista –como representante del PSP de Tierno Galván y Raúl Morodo–; entonces trabajaba part time,
aunque cada vez con menos entusiasmo, en la Comisión Internacional, que
componíamos realmente muy pocas personas, entre las que se contaban
Luis Yáñez, Curro López Real, Elena Flores y Tino Arenal.
Allen
nunca me lo dijo, pero siempre sospeché que era un oficial de la CIA, a
lo cual yo no le daba demasiada importancia; de hecho, en la misma
época mantuve una relación parecida, aunque menos amigable, con otro
agente de inteligencia: Anatoli Krasikov, de la KGB. A
mí también me interesaban los intercambios de información con personas
cualificadas. Da la curiosa casualidad de que ambos, Allen y Anatoli,
serían declarados personas non gratas por el gobierno y expulsados del país poco después del 23-F. Fue entonces cuando supe, por informaciones aparecidas en Cambio16, que Allen Smith era el jefe de la estación de la CIA en España.
Veinticuatro
horas antes de los sucesos del 23-F me encontré, a petición suya, con
Smith en la cafetería-restaurante Mazarino, en la calle de Eduardo Dato.
Recuerdo perfectamente la conversación que mantuvimos; en esencia, el
funcionario norteamericano me vino a decir que la embajada de su país tenía información de que se estaba tramando “algo” con la anuencia del Rey y del partido socialista,
y que el muñidor o trujimán de la operación (no especificó si política o
militar) era Manuel Prado y Colón de Carvajal, amigo personal del
monarca, que eventualmente podría ocupar la cartera de Defensa en un
gobierno de concentración.
Aunque la información oficiosa procedía de los servicios de información de la embajada, Smith, como buen oficial de la CIA, quería contrastar dicha información con otras, procedentes, por ejemplo, del PSOE. Lo único que le pude decir es que no tenía ni idea de lo que me estaba contando, y le aseguré que estaba personalmente convencido de que Tierno Galván, entonces presidente de honor de los socialistas, tampoco (Morodo no se había integrado en el PSOE: estaba más bien próximo al presidente Suárez, principal víctima de la supuesta operación).
Esa fue mi última entrevista con Smith (aunque creo recordar que me telefoneó antes de abandonar España).
Tras
los sucesos del 23-F, la mayoría de relatos y libros ha ignorado el
papel de Prado y Colón de Carvajal. La primera excepción sería el libro
de Vilallonga de conversaciones con el Rey, en el que éste reconoce que
en la noche de autos el personaje en cuestión se encontraba en La
Zarzuela. Ricardo de la Cierva lo comentó también en su obra sobre el
infausto episodio. Ahora veo que Jesús Palacios lo sitúa más propiamente
en el contexto, e insinúa que pudiera ser el enlace en la residencia real con el general Armada, al que todos esperaban, y que finalmente no hizo acto de presencia porque Sabino Fernández Campo lo impidió.
Al
parecer, y según ha contado Abel Hernández –citando como fuente a
Fernández Campo–, la denominada Operación De Gaulle tuvo sus orígenes en
un dictamen redactado don Carlos Ollero, catedrático de Derecho
Constitucional (y uno de mis maestros en la Universidad Complutense),
aunque dudo mucho de que éste supiera el uso que se haría del mismo.
Palacios no cita a Ollero ni a Smith, a quien se expulsó del país por “controlar” las conversaciones telefónicas del Rey; no es baladí el hecho de que puede que haya sido el primer y único agente de la CIA expulsado de nuestro territorio.
Supongo que lo más sorprendente de la lista del gobierno de concentración encabezado por Armada que reproduce Palacios son los nombres de los políticos de izquierda: los socialistas Felipe González, Javier Solana, Enrique Múgica y Gregorio Peces Barba, así como los comunistas Ramón Tamames y Jordi Solé Tura. Pero también sorprenden los de los traidores a Suárez: los ucedistas Cabanillas, Álvarez y Rodríguez Sahagún. El resto no es sino una colección de oportunistas de distintos colores bajo la etiqueta de liberales, monárquicos y ex franquistas del ubicuo club Estoloarreglamosentretodos: Luis María Ansón, Antonio Garrigues, López de Letona, Ferrer Salat, Herrero de Miñón, etc. La única presencia disonante, a mi juicio, es la de Fraga. ¿Se le
incluyó en el último momento en sustitución de Prado?
Espero
que, en un futuro no lejano, los historiadores nos aclaren todos los
enigmas, secretos e imposturas. Con su magnífico trabajo de
investigación, Palacios les ha allanado el camino considerablemente. Los
españoles nos merecemos una explicación y la verdad sobre este asunto,
que está, a mi juicio, en la raíz de la incapacidad de nuestra
democracia para consolidarse.
Este
acontecimiento contribuyó a mi distanciamiento del socialismo y de la
política partidaria, que desembocó en mi dedicación exclusiva a la
universidad.
MANUEL PASTOR, director del Departamento de Ciencia Política de la UCM y ex director del Real Colegio Complutense en la Universidad de Harvard.