Todas las
Navidades mi mamá nos mandaba uno de estos trastos elegidos al azar,
cada uno más inútil que el del año anterior. Pero ella no era la única.
Estoy seguro de que muchas de las chucherías que he regalado a lo largo
de mi vida han ido a parar a la baulera. Sin embargo, año tras año todos
queremos dar o recibir un regalo sorprendente, ostentoso y exquisito. Y
todos los años, desenvolver el obsequio se convierte en un ejercicio de fingir gozo y disimular la decepción. Es deprimente en ese momento, pero no pasa mucho tiempo antes de que el trance se vuelva una historia memorable.
Decidimos preguntar a nuestros amigos en todo el mundo
si tenían algo interesante que contar sobre dar y recibir regalos
navideños. Aparentemente, los obsequios inservibles de las suegras son
comunes en muchos países, y una prueba de esto son las historias que nos
contaron dos nueras.
Marie, de la República Checa, dijo que...
una vez su suegra le regaló un libro de
cocina. No habría tenido nada de raro, salvo que incluía un cupón para
un curso de tareas domésticas, una alusión no muy sutil a sus
habilidades como ama de casa.
Muy comunes son también los “regalos interesados”: objetos que obsequiamos a otras personas pero que, en realidad, deseamos nosotros. Estos regalos tal vez revelen falta de generosidad, pero son muy transparentes: muestran con claridad las motivaciones de quienes los dan.
Louise, de Australia, cuenta que...
su hermano, Kevin, todavía se siente
ofendido al recordar que, cuando tenía 12 años y estaba obsesionado con
el críquet, encontró un telescopio junto al árbol de Navidad, en vez del
bate que tanto quería. “Me sentí muy frustrado —dice Kevin—, pero mi
papá estaba ansioso por que llegara la noche”. Años después supieron que
su padre había buscado el telescopio por toda la ciudad; era algo que
siempre había deseado.
Un caso parecido fue el de Reino, de Finlandia...
Cuando tenía 14 años, le regalaron un
libro sobre diexismo [afición de escuchar emisoras de radio extranjeras]
y un receptor DX. A él no le interesaba en absoluto rastrear señales
radiofónicas lejanas, pero a su hermano sí, quien fue el que le regaló
el libro y, al final, terminó por quedarse con él. Pero a Reino no le
importó. “Estaba en inglés —dice— y en ese tiempo yo no sabía más que
unas cuantas palabras”.
Más frustrantes son los obsequios que, por caros y lindos que sean, indican un desconocimiento total de los gustos y necesidades del destinatario, quien bien podría preguntar: “¿Tienes alguna idea de quién soy?”
Y en la Argentina, Alicia, de 65 años...
les dijo a sus familiares que le
gustaría que le regalaran un teléfono celular en Navidad. En vez de eso,
recibió un aparato para medirse la presión arterial. “No pude hacer
otra cosa más que reírme a carcajadas —cuenta—, porque aunque yo me
considero una mujer moderna, ellos me ven como una anciana”.
Para Stig, de Noruega...
la Navidad es un tiempo de pensamientos
positivos, y aunque no le preocupa el avance de su calvicie, le
entristeció que su esposa le regalara unas pastillas para reducir la
caída del cabello. “Y ni siquiera venían con garantía”, dice, aunque
ahora ambos se ríen del incidente.
Caroline, de Francia...
reconoce que está un poco excedida de
peso. ¿Acaso su tío le hizo una insinuación no muy sutil cuando le
regaló una balanza en la Navidad del año pasado? Ella no lo sabe, pero
su tío es congruente: en 2009 le obsequió una cajita musical para
chicos, y en 2008, un silenciador de auto. Este mes, Caroline sin duda
esperará nerviosa su regalo. En unos años más, si las cosas siguen así,
Caroline podrá abrir un comercio propio de regalos no deseados.
Reciclar regalos es una
forma bastante común de deshacerse de los obsequios que no están a la
altura de nuestros gustos, pero también es una táctica que requiere
cautela.
Desde Rumania, Florica cuenta que...
una prima suya le regaló una blusa
elegante, la misma que ella le había dado a esa prima el año anterior.
Florica la guardó y, la Navidad siguiente, de nuevo la envolvió, esta
vez con una etiqueta con el nombre de su hermana. Cuando esta abrió el
regalo, miró la prenda y dijo: “¿Ya no te acuerdas de que fuimos juntas a
comprar esto?”
Mariana de Moscú cuenta que Igualmente...
un alhajero de malaquita verdaderamente
feo, sin ningún adorno o grabado que lo hiciera un poco más vistoso, dio
vueltas y vueltas en Moscú. Marina cuenta que el alhajero pasó de una
rama de su familia a otra durante años, hasta que su padre decidió
grabar en él estas palabras: “Para mi querida Ludmilla, con amor”. Desde
entonces, una prima suya conserva la cajita.
Y, a veces, un regalo bueno se vuelve malo cuando se cae en el exceso.
Si creemos que a una amiga o pariente le gustan los angelitos de vidrio
o los elefantes de cerámica, tendemos a comprarle esos artículos para
aumentar su colección.
En el Reino Unido, Lucy un día le comentó a un sobrino suyo...
que le encantaban los perritos
escoceses. Esa Navidad, él le regaló un llavero con la imagen de un
perrito escocés. Y así empezó el aluvión: a Lucy le llovieron platos,
tazas, topes de puerta y trapos de cocina con efigies de perritos
escoceses. “Tengo una alacena llena de todas esas cosas, y mi pasión por
los perritos escoceses se ha esfumado”, dice.
Todas estas historias me hacen sonreír, y
mi mente vuela hacia mi madre y los regalos raros que me dio. ¿En qué
estaría pensando?, me preguntaba yo cada Navidad, y me deshacía de casi
todas las cosas que me mandaba. No obstante, guardé algunas; las atesoro
como recuerdos de la enorme bondad de mi madre, porque era su buen corazón y un amor verdadero lo que la hacía comprarlas y enviármelas. Creo que la bondad y el amor son lo que casi siempre nos inspira para regalar. Y
nos agraden los obsequios o no, esto es quizá lo primero que deberíamos
recordar en Navidad, sea cual sea el lugar donde vivamos.