lunes, 6 de enero de 2014

LOS PEORES REGALOS

Todas las Navidades mi mamá nos mandaba uno de estos trastos elegidos al azar, cada uno más inútil que el del año anterior. Pero ella no era la única. Estoy seguro de que muchas de las chucherías que he regalado a lo largo de mi vida han ido a parar a la baulera. Sin embargo, año tras año todos queremos dar o recibir un regalo sorprendente, ostentoso y exquisito. Y todos los años, desenvolver el obsequio se convierte en un ejercicio de fingir gozo y disimular la decepción. Es deprimente en ese momento, pero no pasa mucho tiempo antes de que el trance se vuelva una historia memorable.
Decidimos preguntar a nuestros amigos en todo el mundo si tenían algo interesante que contar sobre dar y recibir regalos navideños. Aparentemente, los obsequios inservibles de las suegras son comunes en muchos países, y una prueba de esto son las historias que nos contaron dos nueras.
Marie, de la República Checa, dijo que...
una vez su suegra le regaló un libro de cocina. No habría tenido nada de raro, salvo que incluía un cupón para un curso de tareas domésticas, una alusión no muy sutil a sus habilidades como ama de casa.
Muy comunes son también los “regalos interesados”: objetos que obsequiamos a otras personas pero que, en realidad, deseamos nosotros. Estos regalos tal vez revelen falta de generosidad, pero son muy transparentes: muestran con claridad las motivaciones de quienes los dan.
Louise, de Australia, cuenta que...
su hermano, Kevin, todavía se siente ofendido al recordar que, cuando tenía 12 años y estaba obsesionado con el críquet, encontró un telescopio junto al árbol de Navidad, en vez del bate que tanto quería. “Me sentí muy frustrado —dice Kevin—, pero mi papá estaba ansioso por que llegara la noche”. Años después supieron que su padre había buscado el telescopio por toda la ciudad; era algo que siempre había deseado.
Un caso parecido fue el de Reino, de Finlandia...
Cuando tenía 14 años, le regalaron un libro sobre diexismo [afición de escuchar emisoras de radio extranjeras] y un receptor DX. A él no le interesaba en absoluto rastrear señales radiofónicas lejanas, pero a su hermano sí, quien fue el que le regaló el libro y, al final, terminó por quedarse con él. Pero a Reino no le importó. “Estaba en inglés —dice— y en ese tiempo yo no sabía más que unas cuantas palabras”.
Más frustrantes son los obsequios que, por caros y lindos que sean, indican un desconocimiento total de los gustos y necesidades del destinatario, quien bien podría preguntar: “¿Tienes alguna idea de quién soy?”
Y en la Argentina, Alicia, de 65 años...
les dijo a sus familiares que le gustaría que le regalaran un teléfono celular en Navidad. En vez de eso, recibió un aparato para medirse la presión arterial. “No pude hacer otra cosa más que reírme a carcajadas —cuenta—, porque aunque yo me considero una mujer moderna, ellos me ven como una anciana”.
Para Stig, de Noruega...
la Navidad es un tiempo de pensamientos positivos, y aunque no le preocupa el avance de su calvicie, le entristeció que su esposa le regalara unas pastillas para reducir la caída del cabello. “Y ni siquiera venían con garantía”, dice, aunque ahora ambos se ríen del incidente.
Caroline, de Francia...
reconoce que está un poco excedida de peso. ¿Acaso su tío le hizo una insinuación no muy sutil cuando le regaló una balanza en la Navidad del año pasado? Ella no lo sabe, pero su tío es congruente: en 2009 le obsequió una cajita musical para chicos, y en 2008, un silenciador de auto. Este mes, Caroline sin duda esperará nerviosa su regalo. En unos años más, si las cosas siguen así, Caroline podrá abrir un comercio propio de regalos no deseados.
Reciclar regalos es una forma bastante común de deshacerse de los obsequios que no están a la altura de nuestros gustos, pero también es una táctica que requiere cautela.
Desde Rumania, Florica cuenta que...
una prima suya le regaló una blusa elegante, la misma que ella le había dado a esa prima el año anterior. Florica la guardó y, la Navidad siguiente, de nuevo la envolvió, esta vez con una etiqueta con el nombre de su hermana. Cuando esta abrió el regalo, miró la prenda y dijo: “¿Ya no te acuerdas de que fuimos juntas a comprar esto?”
Mariana de Moscú cuenta que Igualmente...
un alhajero de malaquita verdaderamente feo, sin ningún adorno o grabado que lo hiciera un poco más vistoso, dio vueltas y vueltas en Moscú. Marina cuenta que el alhajero pasó de una rama de su familia a otra durante años, hasta que su padre decidió grabar en él estas palabras: “Para mi querida Ludmilla, con amor”. Desde entonces, una prima suya conserva la cajita.
Y, a veces, un regalo bueno se vuelve malo cuando se cae en el exceso. Si creemos que a una amiga o pariente le gustan los angelitos de vidrio o los elefantes de cerámica, tendemos a comprarle esos artículos para aumentar su colección.
En el Reino Unido, Lucy un día le comentó a un sobrino suyo...
que le encantaban los perritos escoceses. Esa Navidad, él le regaló un llavero con la imagen de un perrito escocés. Y así empezó el aluvión: a Lucy le llovieron platos, tazas, topes de puerta y trapos de cocina con efigies de perritos escoceses. “Tengo una alacena llena de todas esas cosas, y mi pasión por los perritos escoceses se ha esfumado”, dice.

Todas estas historias me hacen sonreír, y mi mente vuela hacia mi madre y los regalos raros que me dio. ¿En qué estaría pensando?, me preguntaba yo cada Navidad, y me deshacía de casi todas las cosas que me mandaba. No obstante, guardé algunas; las atesoro como recuerdos de la enorme bondad de mi madre, porque era su buen corazón y un amor verdadero lo que la hacía comprarlas y enviármelas. Creo que la bondad y el amor son lo que casi siempre nos inspira para regalar. Y nos agraden los obsequios o no, esto es quizá lo primero que deberíamos recordar en Navidad, sea cual sea el lugar donde vivamos.