MIGUEL ANGEL Toledano 18/11/2013
Desocupado lector, a más de agradecerte debidamente la atención que vienes prestando a estas nuevas líneas que se van publicando cada lunes desde hace ya más de quince meses, he creído hoy de todo modo procedente llamar tu atención sobre algunas cuestiones que me van acaeciendo o viniendo a las mientes y que, no sin cierto humor, que tan preciso y necesario se nos viene haciendo, según van viniendo los tiempos, deseo trasladarte para tu honesta y preciada consideración. Te hablaré primero, y como no podría ser de otro modo, de la rabia, esa sensación punzante, loca y amarilla, que da vueltas por la boca del estómago, sube hasta los ojos descompuestos y es capaz de provocar las situaciones más irracionales de las que arrepentirse al instante luego.
Esta misma mañana, sin ir más lejos, he detenido varias veces la línea a un comercial de alguna empresa telefónica que, al ver que no dices nada y cuelgas, insiste una y otra vez porque cree que no has oído el timbre, o que a lo mejor eres algo mayor y estás quedándote sordo, o por si acaso. No importa si es la hora de la sobremesa, no; esos instantes en que, bajando levemente el sonido de la televisión hasta conseguir el volumen inocuo y sin sentido, intentamos reponernos un poco cabeceando sobre el respaldo del sofá. Otros días son varias las llamadas, a horas diferentes y desde distintos chiringuitos comerciales o lugares incansables y demoledores, y atiendes la primera, desconectas las siguientes hasta que llega esa última en la hora punta y repiquetea finísima y tercamente hasta provocar un extraño temblor en el labio inferior que llega incluso a asustarte- Es entonces ya en ese instante y de verdad cuando entran ganas de asesinar a alguien.
Porque en esos momentos te quedas sin saber qué hacer, no sabes si arrancar el teléfono, lo cual sería de majaderos, o de preguntar si existe modo alguno de rechazar la llamada y que lo sepan, pero con frecuencia no disponemos de esa opción en el teléfono fijo y además que más les da. Los hacen así a propósito, ¿no? Es curioso, las empresas y compañías que se hacen con tu número de teléfono no solo se sienten con derecho a invadir tu intimidad a cualquier hora, sino que se saben, y así lo trasladan a sus operadores, con total impunidad: la venta, la oferta con sangre entra. Así que venga, a diestro y siniestro. Y digo yo que cualquier cosa que hagamos estará bien, todo menos dejarse invadir por esa sensación punzante, loca y amarilla. Anda y que les den.
* Profesor de Literatura
Desocupado lector, a más de agradecerte debidamente la atención que vienes prestando a estas nuevas líneas que se van publicando cada lunes desde hace ya más de quince meses, he creído hoy de todo modo procedente llamar tu atención sobre algunas cuestiones que me van acaeciendo o viniendo a las mientes y que, no sin cierto humor, que tan preciso y necesario se nos viene haciendo, según van viniendo los tiempos, deseo trasladarte para tu honesta y preciada consideración. Te hablaré primero, y como no podría ser de otro modo, de la rabia, esa sensación punzante, loca y amarilla, que da vueltas por la boca del estómago, sube hasta los ojos descompuestos y es capaz de provocar las situaciones más irracionales de las que arrepentirse al instante luego.
Esta misma mañana, sin ir más lejos, he detenido varias veces la línea a un comercial de alguna empresa telefónica que, al ver que no dices nada y cuelgas, insiste una y otra vez porque cree que no has oído el timbre, o que a lo mejor eres algo mayor y estás quedándote sordo, o por si acaso. No importa si es la hora de la sobremesa, no; esos instantes en que, bajando levemente el sonido de la televisión hasta conseguir el volumen inocuo y sin sentido, intentamos reponernos un poco cabeceando sobre el respaldo del sofá. Otros días son varias las llamadas, a horas diferentes y desde distintos chiringuitos comerciales o lugares incansables y demoledores, y atiendes la primera, desconectas las siguientes hasta que llega esa última en la hora punta y repiquetea finísima y tercamente hasta provocar un extraño temblor en el labio inferior que llega incluso a asustarte- Es entonces ya en ese instante y de verdad cuando entran ganas de asesinar a alguien.
Porque en esos momentos te quedas sin saber qué hacer, no sabes si arrancar el teléfono, lo cual sería de majaderos, o de preguntar si existe modo alguno de rechazar la llamada y que lo sepan, pero con frecuencia no disponemos de esa opción en el teléfono fijo y además que más les da. Los hacen así a propósito, ¿no? Es curioso, las empresas y compañías que se hacen con tu número de teléfono no solo se sienten con derecho a invadir tu intimidad a cualquier hora, sino que se saben, y así lo trasladan a sus operadores, con total impunidad: la venta, la oferta con sangre entra. Así que venga, a diestro y siniestro. Y digo yo que cualquier cosa que hagamos estará bien, todo menos dejarse invadir por esa sensación punzante, loca y amarilla. Anda y que les den.
* Profesor de Literatura