MIGUEL ANGEL Toledano 21/10/2013
El miedo provoca las emociones más poderosas en el ser humano. No se debería jugar con fuego. Algunos estamos indignados. Llevamos así bastante tiempo en realidad. Mucho por lo que está ocurriendo, pero, sobre todo, cuando comprobamos lo que se les está haciendo a los mayores, a los millones de parados, a toda una generación de jóvenes a los que parecen querer abandonar a una suerte inmerecida e irremediable, y también a los enfermos. Los políticos se han dejado ganar por el poder financiero, pero no podemos estar en manos de la codicia y la corrupción. "No comprendo cómo permitimos a esta panda de cenutrios que nos gobiernen, sean nuestros políticos y dirijan nuestros bancos", dice Antonio Gala, y vale para desdramatizar certeramente.
Han aprovechado la quiebra para disolver el Estado que parecía haber adquirido carta de naturaleza y que garantizaba los derechos esenciales a los ciudadanos. El buey que se crece con el castigo no ceja en su empeño de laminar la educación y la cultura, mientras la curia y sus órdenes mendicantes están de gloria, jamás hubieran podido imaginar que nadie les daría de nuevo el poder en la enseñanza, imponiendo sus dogmas confesionales y sectarios y además cobrando y segregando. A ellos les da igual lo que ocurrió en España no hace tanto tiempo. Es lo que parece. Dicen palabras extrañas y siguen adelante. No ven, no oyen, y legislan enfebrecidamente ¿para qué y para favorecer a quién?
Estamos viendo un mundo en el que los bancos y las grandes entidades tienen un peso ideológico y económico cada vez mayor, mientras que disminuye el de las instituciones políticas y representativas; y con esa presión la gente, por lo general, se siente no más distante, sino ajena a sus gobernantes. Estamos en un momento en que los dirigentes han perdido el sentido de la realidad, y no sabemos si no quieren o no pueden o no saben solucionar los problemas. ¿O lo saben perfectamente y por eso hacen lo que hacen? Y el miedo acechando. Decía Marco Aurelio: "Cuánto más dolorosas son las consecuencias de la ira que las acciones que la han originado". Las buenas gentes no comprenden y están aguantando a palo seco. Otros, no. Tal vez no quieran saber, esperan que pase el tiempo, tal vez ignoren que puede venir una revolución civil muy gorda, no violenta, en la que los canallas, los negociantes, los ladrones y sinvergüenzas no tengan cabida. Pero eso sería saber quiénes somos y dónde estamos ahora.
* Profesor de Literatura
El miedo provoca las emociones más poderosas en el ser humano. No se debería jugar con fuego. Algunos estamos indignados. Llevamos así bastante tiempo en realidad. Mucho por lo que está ocurriendo, pero, sobre todo, cuando comprobamos lo que se les está haciendo a los mayores, a los millones de parados, a toda una generación de jóvenes a los que parecen querer abandonar a una suerte inmerecida e irremediable, y también a los enfermos. Los políticos se han dejado ganar por el poder financiero, pero no podemos estar en manos de la codicia y la corrupción. "No comprendo cómo permitimos a esta panda de cenutrios que nos gobiernen, sean nuestros políticos y dirijan nuestros bancos", dice Antonio Gala, y vale para desdramatizar certeramente.
Han aprovechado la quiebra para disolver el Estado que parecía haber adquirido carta de naturaleza y que garantizaba los derechos esenciales a los ciudadanos. El buey que se crece con el castigo no ceja en su empeño de laminar la educación y la cultura, mientras la curia y sus órdenes mendicantes están de gloria, jamás hubieran podido imaginar que nadie les daría de nuevo el poder en la enseñanza, imponiendo sus dogmas confesionales y sectarios y además cobrando y segregando. A ellos les da igual lo que ocurrió en España no hace tanto tiempo. Es lo que parece. Dicen palabras extrañas y siguen adelante. No ven, no oyen, y legislan enfebrecidamente ¿para qué y para favorecer a quién?
Estamos viendo un mundo en el que los bancos y las grandes entidades tienen un peso ideológico y económico cada vez mayor, mientras que disminuye el de las instituciones políticas y representativas; y con esa presión la gente, por lo general, se siente no más distante, sino ajena a sus gobernantes. Estamos en un momento en que los dirigentes han perdido el sentido de la realidad, y no sabemos si no quieren o no pueden o no saben solucionar los problemas. ¿O lo saben perfectamente y por eso hacen lo que hacen? Y el miedo acechando. Decía Marco Aurelio: "Cuánto más dolorosas son las consecuencias de la ira que las acciones que la han originado". Las buenas gentes no comprenden y están aguantando a palo seco. Otros, no. Tal vez no quieran saber, esperan que pase el tiempo, tal vez ignoren que puede venir una revolución civil muy gorda, no violenta, en la que los canallas, los negociantes, los ladrones y sinvergüenzas no tengan cabida. Pero eso sería saber quiénes somos y dónde estamos ahora.
* Profesor de Literatura