El público no necesita contemplar determinadas imágenes para saciar
sus necesidades informativas. Pongo el ejemplo de las violaciones o la
pornografía infantil. ¿Alguien exige mirar un vídeo pedófilo para
percatarse de la barbaridad que supone? Pues tampoco esto que se observa
a continuación y que jamás debió ser publicado.
Me cuidaré mucho de incurrir en el error que critico. Sólo muestro una captura de pantalla del video.
Esta imagen sale del vídeo de un linchamiento de dos presuntos
violadores y asesinos, perpetrado el 4 de junio pasado en un municipio
indígena de México, y publicado en elmundo.es. Tras recibir una paliza,
los pobladores ataron a árbol a los presuntos asesinos y les prendieron
fuego. Presenció y alentó el crimen una masa enrabietada entre la que
había niños.
No es la primera vez que sucede algo así. En muchos lugares del
planeta aún se aplican estas rudimentarias y draconianas formas de
justicia. Lo novedoso de este caso es que el linchamiento se grabó y se
comercializó por los alrededores. Finalmente, llegó a oídos de las
autoridades, quienes ordenaron su inmediata retirada (como es lógico,
por otra parte). Pero la noticia había saltado ya las fronteras
mexicanas.
He visto algunas partes del video. Unos 15 segundos al principio y
otros 5 al final. Los suficientes para constatar que lo escrito en
párrafo anterior es rigurosamente cierto. Creo que elmundo.es podía
haber acortado, editado o incluso evitado esas imágenes. No son en
absoluto necesarias en su totalidad para comprender el horror que
transmite la noticia.
Hace poco circuló también el video de la ejecución de unos presos
sirios. Igualmente lamentable, aunque no llega a los niveles de sadismo y
horror del de México.
Me extraña que la opinión pública, nacional y extranjera, se enzarce
en debates bizantinos sobre los desnudos de artistas o las imágenes
subidas de tono (el topless de Kate Middleton, por poner un ejemplo), y
luego permanezca callada ante la exhibición detallada del brutal
asesinato de dos seres humanos. Aun suponiendo que sean culpables, ¿con
qué derecho aireamos su muerte tan indigna?
Esta semana se han levantado muchas voces contra la pena de muerte,
pero no he escuchado a nadie contra su difusión más bárbara e
inaceptable, la extrajudicial. Si queremos acabar con la pena de muerte
en el mundo, habría que empezar por rechazar las ansias de venganza
colectiva, comenzando por las propias.
Sé que no me voy a ganar las simpatías de nadie, pero tampoco se
puede aprobar, por muy comprensible que pueda parecer, la acción de una
madre que quemó y mató al canalla que violó a su hija. Sobre esa madre
debe recaer el peso de la ley. Punto. Lo cual no excluye la aplicación
de todos los atenuantes que la ley reserve a personas en su situación
particular. Ojalá que sean muchos y pueda reducir al mínimo sus años de
condena. Pero éste es sólo un deseo personal. Por encima de mis deseos,
debe cumplirse la ley.
Estar contra la pena de muerte no puede convertirse en una pose. Ante
todo, se trata de un ejercicio de autorregulación moral. Implica
deplorar la tortura y el asesinato incluso para aquellos que previamente
lo han perpetrado de la forma más vil. La sociedad civilizada cuenta
con mecanismos más eficaces para prevenir o castigar los peores delitos.