MIGUEL ANGEL Toledano 25/03/2013
El tiempo es casi lo único que diferencia, en algunos momentos de nuestra vida, un día del día anterior. Si la meteorología fuese la misma, perderíamos la noción del paso del tiempo. Quiero decir, el tiempo parecería un barco que, una vez perdida el ancla, vaga a la deriva por la extensa superficie del mar. Cuento los días. Hoy es lunes y tengo la impresión de que algo ha comenzado a transformarse. No sabría decir qué, pero lo sé. El flujo del aire, la reverberación de los sonidos, el reflejo de la luz. Todo está cambiando. Estamos siendo engullidos por una especie de remolino que nos convoca a un tiempo distinto -para una persona es importante tener algo así como un lugar al que poder volver, te dicen-, aunque haya años en que nos sentimos fuera de ese tiempo.
No obstante, el aroma de la vida durante estos días está en la calle, en las plazas, en ese laberinto de piedra que trazan los itinerarios de los caminantes y el arrullo de los muchachos que vuelan a los nidos más altos, las florecidas en el amor, persiguiendo el asombro donde no sólo la mirada, sino también las emociones, el tacto. Marzo mes de penumbras, tembloroso de ríos, pálido de vírgenes. La Semana Santa es el relato de un antiguo sueño de redención del ser humano: la redención del sufrimiento y la muerte; y es también la representación de un sueño insensato: el sueño enfebrecido de vivir, de reclamar la vida.
Seres extraños somos, hendiendo lo infinito, buscando un punto de trascendencia en la representación del dolor. Parece canto ese dolor durante el día, pero tiene cuerpo y oscura vocación de profecía. Después de haber hablado como la luz, el ardor arreciará abriendo hasta la herida aquellos ojos que, ya en la madrugada, el silencio inaugura. Mientras tanto, los adolescentes, con un deseo puro todavía, acuden en bandadas explorando un mundo vertiginoso, inaugurando sendas e inmersos en algo maravilloso. Quizá no vuelvan a experimentar algo semejante en toda su vida, de lo maravilloso que es, aunque ahora sean incapaces de apreciar esa maravilla en todo lo que vale. Mientras exista el fuego, un viento hermoso besará los rostros, destilando la tristeza como un licor amargo que apacigua el dolor y las horas.
* Profesor de Literatura
El tiempo es casi lo único que diferencia, en algunos momentos de nuestra vida, un día del día anterior. Si la meteorología fuese la misma, perderíamos la noción del paso del tiempo. Quiero decir, el tiempo parecería un barco que, una vez perdida el ancla, vaga a la deriva por la extensa superficie del mar. Cuento los días. Hoy es lunes y tengo la impresión de que algo ha comenzado a transformarse. No sabría decir qué, pero lo sé. El flujo del aire, la reverberación de los sonidos, el reflejo de la luz. Todo está cambiando. Estamos siendo engullidos por una especie de remolino que nos convoca a un tiempo distinto -para una persona es importante tener algo así como un lugar al que poder volver, te dicen-, aunque haya años en que nos sentimos fuera de ese tiempo.
No obstante, el aroma de la vida durante estos días está en la calle, en las plazas, en ese laberinto de piedra que trazan los itinerarios de los caminantes y el arrullo de los muchachos que vuelan a los nidos más altos, las florecidas en el amor, persiguiendo el asombro donde no sólo la mirada, sino también las emociones, el tacto. Marzo mes de penumbras, tembloroso de ríos, pálido de vírgenes. La Semana Santa es el relato de un antiguo sueño de redención del ser humano: la redención del sufrimiento y la muerte; y es también la representación de un sueño insensato: el sueño enfebrecido de vivir, de reclamar la vida.
Seres extraños somos, hendiendo lo infinito, buscando un punto de trascendencia en la representación del dolor. Parece canto ese dolor durante el día, pero tiene cuerpo y oscura vocación de profecía. Después de haber hablado como la luz, el ardor arreciará abriendo hasta la herida aquellos ojos que, ya en la madrugada, el silencio inaugura. Mientras tanto, los adolescentes, con un deseo puro todavía, acuden en bandadas explorando un mundo vertiginoso, inaugurando sendas e inmersos en algo maravilloso. Quizá no vuelvan a experimentar algo semejante en toda su vida, de lo maravilloso que es, aunque ahora sean incapaces de apreciar esa maravilla en todo lo que vale. Mientras exista el fuego, un viento hermoso besará los rostros, destilando la tristeza como un licor amargo que apacigua el dolor y las horas.
* Profesor de Literatura