miércoles, 13 de febrero de 2013

El cementerio de Chauchilla y sus tumbas a cielo abierto

Los rostros calavéricos de las momias te observan desde un buen número de tumbas abiertas en el suelo. Desde su cuadrángulo excavado, convertido en hogar al aire libre con puertas a la otra vida, estos cuerpos envueltos en posición fetal en fardos de tela se ríen de su destino final, quizás porque conocen el camino que tantos nos hemos preguntado alguna vez. En plena llanura desértica del suroeste de Perú, soplando un viento ardiente y seco, a muy pocos kilómetros de las Líneas de Nazca, se expande el conocido como Cementerio de Chauchilla. Sus tumbas a cielo abierto no se libraron de los actos de saqueadores y ladrones de tesoros, pero aún así se han mantenido en buen estado para que, solitarias, silenciosas y apartadas, los viajeros podamos llegar hasta ellas y dar un último adiós a las personas que las ocupan.

Foto de una de las momias del Cementerio de Chauchilla (Perú)

El cementerio de Chauchilla es una de las necrópolis prehispánicas más antiguas y mejor conservadas que se pueden visitar no sólo Perú sino también en Latinoamérica. Al aire libre, sus sonrientes moradores sostienen esta burbuja de energía que ni los siglos ni los robatumbas han sido capaces de romper.

Cuando llegué en bus a la ciudad de Nazca no había hecho más que empezar a amanecer. El cielo no dejaba ver los rayos de Sol porque el día se había levantado con una niebla espantosa que me hacía cruzar los dedos ante el sobrevuelo a las Líneas de Nazca que tenía pensado acometer en las próximas horas. Afortunadamente el tiempo y un buen desayuno ayudaron a que despejara y se quedara una mañana azul, limpia y calurosa como suele suceder en esta zona del Perú que no se caracteriza precisamente por tener mal clima.

Y es que, aunque el objetivo del 100% de los turistas que viajan a Nazca es tomar una avioneta y ver con sus propios ojos un imenso mapa de líneas que la arqueología aún no ha sido capaz de descifrar, hay más intereses no demasiado lejos de allí que extrañamente pasan desapercibidos. Uno de ellos es precisamente Chauchilla, un cementerio antiquísimo en el que hubo enterramientos muchos siglos antes de que naciera en la Isla del Sol el poderoso Imperio Inca. Y que no deja indiferente a nadie…

Mapa de situación del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Así que en cuanto me bajé de la avioneta me encaminé hacia mi próximo objetivo. Por un precio aproximado de 30 soles (aprox 10€) tomé un vehículo con conductor que me acercara a esta área arqueológica situada a 28 kilómetros de la ciudad de Nazca. Lo hice en compañía de un viajero suizo hijo de emigrantes españoles que conocí en el hostel en el que guardamos el equipaje mientras nos perdíamos por la zona. Este chico jamás había oído hablar de Chauchilla ni nada parecido pero doy fe que acabó realmente sorprendido. Y casualidades del destino, había sido compañero de habitación de unos amigos australianos y españoles que había podido conocer semanas antes en Sucre (Bolivia).

CHAUCHILLA: UNA NECRÓPOLIS SOLITARIA, SILENCIOSA E IMPACTANTE


El coche empezó a remover el polvo a medida iba avanzando por lo más parecido a un desierto. A lo largo de cada kilómetro le daba vueltas a lo que acababa de ver desde el aire y al nacimiento de tantas civilizaciones que en el fondo son aún unas auténticas desconocidas. Recordaba las páginas de viejos libros y las voces de algunos documentales que hablaban de esa extraña necrópolis saqueada que aún dejaba a la luz a un buen número de momias descarnadas. Me preguntaba si íbamos a encontrarnos a alguien más por allí, si era algo muy turístico hoy en día, pero las respuestas fueron apareciendo de forma automática cuando nos bajamos del vehículo (previo pago de 8 soles de entrada en un diminuto kiosko, un precio asequible) y nos vimos absolutamente solos ante un vastísimo llano en el que el Sol golpeaba con furia, en el que pensar en una gota de agua era un acto de lo más contradictorio.

Fotografía del Cementerio de Chauchilla (Perú)

La tierra parecía removida. Antes de llegar a la primeras tumbas nos dimos cuenta que había esparcidos huesos humanos por todas partes, al igual que ropajes e incluso cabello enredado con las piedras que rasgaban el suelo. Son restos del desgaste del tiempo, de la salvajada de unos saqueos que buscaron hasta el último hálito de oro entre aquellos cadáveres inmóviles. Pedacitos de cuencos o vasijas de alfarería, llenadas con víveres preparados para la otra vida y que veríamos también en los sepulcros, vestían nuestros pasos. Teníamos un nudo en el estómago aunque cuando miramos el primer agujero éste se volvió aún más grande.

Nos pusimos delante (o mejor dicho encima) de nuestra primera tumba. Una momia vestida de ropajes rojizos permanecía semienvuelta en un fardo que a todas luces había sido abierto. Su cara conservaba aún parte de la piel, aunque la mandíbula abierta era la propia de un esqueleto. Si bien es cierto que los cuerpos momificados de Chauchilla se preservaron a la perfección gracias a las condiciones climáticas de una región seca y árida como pocas, los efectos del saqueo y del Sol, han terminado de pulir los cráneos hasta dejarlos de un color blanco nuclear. La expresividad y el gesto de la momia era la Reina dentro de aquel hueco de ladrillos de adobe.

Foto de una tumba del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Había muchas imágenes curiosas ahí dentro, como un fardo con lo que parecían ser los restos de un niño, tibias y fémures apelotonados en la distancia y, en la momia protagonista, un cabello de enorme longitud que se enredaba en su propio cuerpo. Aunque los vería mucho más largos durante la visita, algunos de más de 2 metros.  También vasijas que, al parecer, tenían restos de comida que llevarse en ese viaje al “Más allá” con que tantas civilizaciones soñaron. Un tejadillo de madera, construido recientemente, da sombra a una tumba con objeto de una protección que lamentablemente ha tardado mucho en llegar.

Fotografía de una momia del Cementerio de Chauchilla (Perú)

No era capaz de articular palabra, algo que me sucedió en los siguientes agujeros donde el número de momias se ampliaba hasta perder la cuenta. Algunas solas, pero la mayoría acompañadas de otros cuerpos que probablemente fueron removidos de su lugar de origen durante muchos años. Abiertas y conocidas hay en torno a 20 ó 30 tumbas que se rompen en un suelo repleto de pedacitos de un ayer casi desconocido. Pero al parecer son cientos y cientos los huecos excavados en la tierra que muestran la actividad de una necrópolis de en torno a 2 kilómetros de largo.

Fotografía de una tumba del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Hay quien dice que esas tumbas corresponden a un período que va entre el año 200 y el 600 de Nuestra Era, pero las hipótesis varían de tal manera que hay arqueólogos que aseveran que son anteriores incluso al nacimiento de Cristo, mientras que otros no dudan en su posterioridad, cercana al Siglo X. Lo que sí parece es que los enterramientos corresponden a una importante cultura pre-incaica denominada “Ica-Chincha”, por lo que las momias que allí se encuentran no son de los Nazca ó Nasca, conocidos por esas líneas destinadas a ser vistas únicamente desde el cielo. En todo caso son posteriores a éstos.

Foto de una momia del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Foto de una momia del Cementerio de Chauchilla (Perú)Otra cosa que parece evidente tiene que ver con el método de lograr la momificación de los cuerpos. Si los incas los subían a lo alto de volcanes y montañas heladas con objeto de quedarse congeladas en el tiempo, el pueblo Ica Chincha se aprovechó de todo lo contrario. La aridez, el clima excesivamente seco de aquellas tierras que haría por sí solo todo el trabajo. Como realizarían los atacameños y otras culturas de esta zona, dejarían a los muertos secarse al Sol y los cubrirían de algodón que absorbiese todos los líquidos que pudiesen ser expulsados. Una vez totalmente deshidratados se les añadía chile y otras sustancias que ayudaran a evitar ser devorados por los insectos. El infortunio de los saqueos y de los efectos meteorológicos de El Niño, que trajeron lluvias demasiado fuertes en un lugar que no estuvo cubierto hasta hace poco tiempo, eliminó el estado de unos cuerpos que se habían conservado prácticamente intactos. Por eso hoy día más que rostros de momias podemos ver rostros esqueléticos de un blanco refulgente.

Foto de una tumba en el Cementerio de Chauchilla

Las decrépitas momias sitas en el Cementerio de Chauchilla mantienen un diálogo con el mismísimo silencio que puebla un valle reseco en el que los agujeros, convertidos en hogar de adobe de esa muerte que nadie puede esquivar, permanecen abiertos a cielo descubierto. La luz del día ilumina todos aquellos fardos de tela y hace brillar las osamentas de quien se ríe de la vida tanto como de lo que viene después. Como salido de un decorado de película de ficción, esta Necrópolis tan apartada de todo, es mucho más impactante de lo que podamos llegarnos a imaginar. Personalmente no había visto nada semejante en mi vida…

Foto de una momia del Cementerio de Chauchilla (Perú)

De aquel paseo entre momias y cuerpos esparcidos sin control pude tomar una serie de imágenes que traer conmigo y con las que poder ayudar a conocer mejor lo que hay a algo menos de 30 minutos de Nazca y mucha gente se salta porque directamente no tiene idea de que eso estuviera allí. Aquí van unas fotografías del cementerio de Chauchilla que, seguro, no os van a decepcionar:

Foto de una de las tumbas del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Foto de una tumba del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Foto de una de las momias del cementerio de Chauchilla (Perú)
Foto de una momia del Cementerio de Chauchilla (Perú)
Foto de una de las momias del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Imagen de una de las momias del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Fotografía tomada en el Cementerio de Chauchilla (Perú)

Foto de una de las tumbas del Cementerio de Chauchilla (Perú)

Recorrer el cementerio de Chauchilla supuso para mí una de las paradas más interesantes que pude hacer en Perú. Fue una aproximación a la historia perdida de culturas de las que se conoce bastante poco, y la muestra de que este es un país en el que todavía la Arqueología tiene mucho que hacer. El Perú es un museo al aire libre de numerosísimas civilizaciones (no sólo la inca), una tierra que aún esconde múltiples tesoros y secretos que nos están esperando.

Lo que me contaron las momias fue algo que se quedará en la mochila de un largo viaje por América que aún me emociona recordar. Quizás porque allí viví algunos de los días más especiales que recuerdo…