Parecen
muñecas rotas y sucias apiladas en el suelo, pero no lo son. Son un
grupo de niñas, víctimas de un bombardeo en Zaragoza en marzo de 1937.
Es la imagen del horror de la guerra, una foto captada por un delegado
del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que forma parte del
valioso e inédito archivo que esta organización tiene en su sede central
en Ginebra. Junto a esta foto, hay otras 654 que muestran a civiles
caídos junto a una cuneta tras ser ametrallados desde aviones en la
carretera que une Málaga y Almería, a familias con la evidente huella de
la malnutrición en Barcelona y a brigadistas internacionales presos en
el campo de prisioneros que los franquistas instalaron en San Pedro de
Cardeña (Burgos).
También golpean la mirada las
imágenes de destrucción de la madrileña plaza de Antón Martín, la de dos
niñas refugiadas en la capital de España que miran al fotógrafo con una
mezcla de timidez, curiosidad y diversión, y la de las lesiones que se
causaban los combatientes para no volver al frente de batalla. La
memoria gráfica colectiva de la Guerra Civil española (1936-39) gira por
lo general en torno al frente de batalla. Pero lo novedoso de estas
imágenes es que acercan la terrible y violenta realidad de la
retaguardia, de los prisioneros en ambos bandos, de las familias que
esperaban noticias de sus seres queridos que quedaron del otro lado, de
los niños que hacían cola para conseguir un bote de leche condensada.
Cuando se cumplen 76 años desde
el inicio de la contienda, este archivo fotográfico es casi desconocido
en España, pese a que fue transferido de manera íntegra en 2008 al
Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Los originales
están en Ginebra, donde su consulta está abierta a investigadores,
historiadores, estudiantes y periodistas, y donde, hasta la fecha, han
pasado casi desapercibidos. Fabrizio Bensi, archivista de la Cruz Roja y
gran conocedor de los grandes conflictos del siglo XX, considera que
estos fondos documentales "merecen la atención de los historiadores
españoles e investigadores interesados en elaborar una historia integral
de este conflicto".
"Pocos investigadores se han
acercado a estos archivos, sobre todo por el hecho de que hay una falta
de conocimiento de la intervención del CICR en la guerra de España",
añade su colega Daniel Palmieri, para quien el valor central de este
archivo es que ofrece "la mirada de una institución humanitaria que no
era parte implicada en el conflicto". "Es también -añade Palmieri- la
mirada de simples ciudadanos que fueron 'lanzados en paracaídas' en
plena guerra civil y que se vieron frente a las atrocidades que estaban
ocurriendo allí". Esos "simples ciudadanos" fueron los 15 delegados que
la Cruz Roja envió a España para reforzar sus nueve oficinas locales y
ayudar a la población civil.
Viajaron a España con la misión
de facilitar la localización y el intercambio de prisioneros, distribuir
alimentos y suministros médicos, y reagrupar a las familias que
quedaron divididas entre las "dos Españas". En su equipaje personal
incluyeron cámaras fotográficas, con las que dejaron este legado gráfico
de gran valor histórico. Estos "misioneros humanitarios", como los
define la propia Cruz Roja, no eran Robert Capa ni Agustí Centelles, ni
pretendían serlo, pero sus fotos están a la altura de las de los dos
grandes fotógrafos de la contienda española, porque tuvieron acceso
prácticamente ilimitado en las retaguardias del conflicto.
Fruto de ello fueron las visitas,
y sus respectivas fotos, de cárceles y campos de prisioneros de ambos
bandos, donde llegaron a conocer la situación de 89.000 presos, misiones
en las cárceles que continuaron hasta el final de la guerra en el lado
republicano y que el lado rebelde suspendió en agosto de 1938. El
intercambio de presos fue uno de los grandes objetivos del Comité
Internacional de la Cruz Roja, que designó como máximo responsable en
España a Marcel Junod, un médico con experiencia previa sobre el terreno
en Etiopía, durante la segunda guerra de Abisinia (1935-36).
Junod tuvo como misión
"humanizar" la guerra, inicialmente mediante el canje de prisioneros
entre "rojos y blancos", la reveladora terminología que utilizaba la
Cruz Roja para nombrar a los bandos enfrentados en España y que tenía su
origen en la guerra civil rusa entre zaristas y bolcheviques. Palmieri
explica que Junod y la mayor parte de los delegados "no eran neutrales
ideológicamente hablando". "La mayor parte de ellos eran oficiales del
ejército suizo y por lo tanto más bien posicionados a la derecha del
tablero político. Algunos, como anticomunistas, tenían una cierta
admiración por el ejército franquista, que a sus ojos encarnaba el
orden", dijo.
"Sin embargo, una vez en España,
en contacto con las víctimas, tanto republicanas como profranquistas,
los delegados no se dejaron subyugar por su sentimiento político y
demostraron una imparcialidad total, ayudando a todas las víctimas de la
misma manera", indicó. Todos ellos escribieron durante la guerra
decenas de informes, que forman parte también del archivo y que son un
gran pie de foto descriptivo del horror de la guerra. Los más prolijos
son los de Marcel Junod, que llega a España a finales de septiembre de
1936 y que pronto se da cuenta de que choca contra un muro cuando habla
de Convenciones internacionales, de leyes de la guerra y de respeto a
las poblaciones civiles.
Para abril de 1937, cuando la
guerra aún no ha llegado a su primer año, la frustración y la impotencia
son evidentes en los informes de Junod, que describe España como "un
país donde el asesinato y las ejecuciones han llegado a un grado que la
Historia no ha conocido jamás". "El problema de los asesinatos no es ni
rojo, ni blanco, sino sencillamente español", concluye el delegado.