sábado, 14 de julio de 2012

Cuando se cumplen 76 años desde el inicio de la contienda


Parecen muñecas rotas y sucias apiladas en el suelo, pero no lo son. Son un grupo de niñas, víctimas de un bombardeo en Zaragoza en marzo de 1937. Es la imagen del horror de la guerra, una foto captada por un delegado del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR) que forma parte del valioso e inédito archivo que esta organización tiene en su sede central en Ginebra. Junto a esta foto, hay otras 654 que muestran a civiles caídos junto a una cuneta tras ser ametrallados desde aviones en la carretera que une Málaga y Almería, a familias con la evidente huella de la malnutrición en Barcelona y a brigadistas internacionales presos en el campo de prisioneros que los franquistas instalaron en San Pedro de Cardeña (Burgos).
También golpean la mirada las imágenes de destrucción de la madrileña plaza de Antón Martín, la de dos niñas refugiadas en la capital de España que miran al fotógrafo con una mezcla de timidez, curiosidad y diversión, y la de las lesiones que se causaban los combatientes para no volver al frente de batalla. La memoria gráfica colectiva de la Guerra Civil española (1936-39) gira por lo general en torno al frente de batalla. Pero lo novedoso de estas imágenes es que acercan la terrible y violenta realidad de la retaguardia, de los prisioneros en ambos bandos, de las familias que esperaban noticias de sus seres queridos que quedaron del otro lado, de los niños que hacían cola para conseguir un bote de leche condensada.
Cuando se cumplen 76 años desde el inicio de la contienda, este archivo fotográfico es casi desconocido en España, pese a que fue transferido de manera íntegra en 2008 al Centro Documental de la Memoria Histórica de Salamanca. Los originales están en Ginebra, donde su consulta está abierta a investigadores, historiadores, estudiantes y periodistas, y donde, hasta la fecha, han pasado casi desapercibidos. Fabrizio Bensi, archivista de la Cruz Roja y gran conocedor de los grandes conflictos del siglo XX, considera que estos fondos documentales "merecen la atención de los historiadores españoles e investigadores interesados en elaborar una historia integral de este conflicto".
"Pocos investigadores se han acercado a estos archivos, sobre todo por el hecho de que hay una falta de conocimiento de la intervención del CICR en la guerra de España", añade su colega Daniel Palmieri, para quien el valor central de este archivo es que ofrece "la mirada de una institución humanitaria que no era parte implicada en el conflicto". "Es también -añade Palmieri- la mirada de simples ciudadanos que fueron 'lanzados en paracaídas' en plena guerra civil y que se vieron frente a las atrocidades que estaban ocurriendo allí". Esos "simples ciudadanos" fueron los 15 delegados que la Cruz Roja envió a España para reforzar sus nueve oficinas locales y ayudar a la población civil.
Viajaron a España con la misión de facilitar la localización y el intercambio de prisioneros, distribuir alimentos y suministros médicos, y reagrupar a las familias que quedaron divididas entre las "dos Españas". En su equipaje personal incluyeron cámaras fotográficas, con las que dejaron este legado gráfico de gran valor histórico. Estos "misioneros humanitarios", como los define la propia Cruz Roja, no eran Robert Capa ni Agustí Centelles, ni pretendían serlo, pero sus fotos están a la altura de las de los dos grandes fotógrafos de la contienda española, porque tuvieron acceso prácticamente ilimitado en las retaguardias del conflicto.
Fruto de ello fueron las visitas, y sus respectivas fotos, de cárceles y campos de prisioneros de ambos bandos, donde llegaron a conocer la situación de 89.000 presos, misiones en las cárceles que continuaron hasta el final de la guerra en el lado republicano y que el lado rebelde suspendió en agosto de 1938. El intercambio de presos fue uno de los grandes objetivos del Comité Internacional de la Cruz Roja, que designó como máximo responsable en España a Marcel Junod, un médico con experiencia previa sobre el terreno en Etiopía, durante la segunda guerra de Abisinia (1935-36).
Junod tuvo como misión "humanizar" la guerra, inicialmente mediante el canje de prisioneros entre "rojos y blancos", la reveladora terminología que utilizaba la Cruz Roja para nombrar a los bandos enfrentados en España y que tenía su origen en la guerra civil rusa entre zaristas y bolcheviques. Palmieri explica que Junod y la mayor parte de los delegados "no eran neutrales ideológicamente hablando". "La mayor parte de ellos eran oficiales del ejército suizo y por lo tanto más bien posicionados a la derecha del tablero político. Algunos, como anticomunistas, tenían una cierta admiración por el ejército franquista, que a sus ojos encarnaba el orden", dijo.
"Sin embargo, una vez en España, en contacto con las víctimas, tanto republicanas como profranquistas, los delegados no se dejaron subyugar por su sentimiento político y demostraron una imparcialidad total, ayudando a todas las víctimas de la misma manera", indicó. Todos ellos escribieron durante la guerra decenas de informes, que forman parte también del archivo y que son un gran pie de foto descriptivo del horror de la guerra. Los más prolijos son los de Marcel Junod, que llega a España a finales de septiembre de 1936 y que pronto se da cuenta de que choca contra un muro cuando habla de Convenciones internacionales, de leyes de la guerra y de respeto a las poblaciones civiles.
Para abril de 1937, cuando la guerra aún no ha llegado a su primer año, la frustración y la impotencia son evidentes en los informes de Junod, que describe España como "un país donde el asesinato y las ejecuciones han llegado a un grado que la Historia no ha conocido jamás". "El problema de los asesinatos no es ni rojo, ni blanco, sino sencillamente español", concluye el delegado.