“LA HABITACIÓN DE VERÓNICA”
TEATRO REINA VICTORIA. MADRID
“(INQUIETATANTE, ABRUMADORA, HIPNÓTICA, UN HALO ASFIXIANTE DE INTRIGA, INTERPRETACIONES EXCELSAS)”
Regreso a las llanuras fecundas de mis crónicas teatrales para tirar de un hilo de una madeja cargada de emociones vibrantes, hipnóticas e intrigantes desde el minuto uno. El teatro Reina Victoria ha quedado imbuido en un halo de misterio casi asfixiante y opresor. El artífice de tal encantamiento no es otro que el dramaturgo estadounidense Ira Levin, autor de la eminente y aterradora novela y película “La Semilla del diablo”.
Dirigida y traducida por Ricard Reguant, “La habitación de Verónica” nos embauca desde el minuto uno sumiendo al espectador en un halo de intriga trepidante y ponzoñoso que se fuese extendiendo como un virus maléfico, cuya finalidad fuese atrapar al espectador en un estado de parálisis permanente que lo mantiene clavado a la butaca, conteniendo el aliento, apresado en la trama como si fuese ésta una trampa letal que te arrebatase el aliento y el alma.
Una pareja de apariencia entrañable y anodina concierta con una chiquilla pizpireta y resuelta a participar durante un breve instante en una falacia inusitada con fines humanitarios. Un juego peligroso de enmascaramiento y suplantación de identidad que persigue aliviar el sufrimiento del último miembro vivo del clan Brabissant. Verónica es la personificación de la hermana adulterada que se entrega a la farsa en pos de un recurso tan diabólico como, presuntamente” redentor y lenitivo (calmante).
Pero bien es sabido que poco beneficio proporciona un cargamento tan descollante (sobresaliente) si no viene coadyuvado (apoyado) por un elenco protagonista a la altura de tamaño reto.
La polifacética y donosa actriz y cantante Lucía Gil es quien soporta el peso abrumador del personaje central, Verónica, ese trasunto modificado de hermana viva que asume su rol como algo divertido y terapéutico. Dicharachera y adorable en todo momento, representa al arquetipo idóneo de novia, consorte y futura esposa con quien sueña toda madre para su hijo: positiva, risueña, resuelta, un torbellino juvenil contagioso. Como buitres agazapados en su negro plumaje acechan con nebulosas intencionas Antonio Albella (Sr.Mckey) y Lara Dibildos (Sra.Mckey). Pergeñadores del maquiavélico juego de pura engañifa con aires de inocencia y beneficencia, sus interpretaciones pertenecen a un estrato destinado a las grandes celebridades de la historia del cine y el teatro. Nombres que debieran esculpirse con marchamo de inmortalidad, que a fin de cuentas, crean escuela y sirven como paradigma de los sueños que se anhelan acariciar y que sólo se materializan con ímprobo denuedo de años y años de duro trabajos, derrochando amor por la profesión y ambición ilimitada por superarse a sí mismo cada día, dando lo mejor de uno mismo y considerando cada nueva gesta como un reto futuro superable. Lara, bella, escultórica, dama de los escenarios, ancla su fisonomía perfecta y su maestría en esto de la interpretación como si el teatro fuese el hogar donde reposan sus sueños de grandeza. Albella domina como propia la emoción, la intensidad necesaria inyectada en cada gesto y palabra. Antonio y Lara llevan al culmen el significado intrínseco y por antonomasia del concepto del suspense, tensión, misterio. El pretendiente de la impostada Verónica está correcto. Javier Pascual se funde en su personaje contenido y puedes sentir cada fibra de su ser entregada al ejercicio de su rol. En definitiva, una clase magistral de cómo llevar el concepto del misterio a las cotas más excelsas; un regalo generoso de derroche interpretativo que no pueden abarcarse con ovaciones ni panegíricos.
ORLANDO TÜNNERMANN.
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