Eugene Finney no quería acudir al doctor por el ataque del escualo, pero terminó por saber que tenía otro problema más grave
Eugene Finney, de 39 años, es probablemente la única persona en el planeta que puede presumir de que el ataque de un tiburón le salvó la vida.
Era el 13 julio, se acercaba el fin de sus vacaciones, que había pasado junto a su hija, Temple, de 10 años, su hijo Turner, de 6, y su novia, Emeline McKeown, en California.
Mientras se estaba bañando en la playa con su hija, observó una ola particularmente grande que se acercaba, por lo que se sumergió para dejar que pasara por encima de ambos.
Fue entonces cuando notó un gran golpe en su espalda. Su visión se nubló y sólo pudo pensar en mantener a Temple entre sus brazos para protegerla. Al recuperarse, comenzó a nadar hacia la orilla, demasiado confuso para entender lo que acaba de pasar.
Pese a que Finney no vio lo que lo golpeó, varios testigos narraron que habían visto algunos tiburones en la playa, además de que su novia y su hijo dijeron haber visto aletas en la misma área en la que el hombre estaba nadando, según The Telegraph.
Al otro día, la televisión anunció que un tiburón blanco había atacado a un surfista no muy lejos de donde el padre de familia había resultado lastimado.
"Fue entonces cuando me di cuenta de lo que me había pasado. Ese tiburón, o uno diferente, me golpeó", relató Finney a The Washington Post.
Al no querer perder más días de trabajo tras sus vacaciones, no buscó tratamiento médico para sus heridas, y voló junto a su familia a Massachussets ese fin de semana. Pero los cambios de presión en el avión exacerbaron el dolor que éstas le provocaban.
Finalmente, decidió acudir al hospital. Pero esta visita estaba a punto de cambiarle la vida a Finney. O, más concretamente, de salvársela, pues cuando los empleados sanitarios le hicieron un escaneo de rayos X hallaron en su riñón un mal que se cobra muchas más vidas humanas cada año que los tiburones en todo un siglo: un tumor cancerígeno.
Afortunadamente, éste se encontraba en un estado muy poco avanzado. Era muy pequeño y se podía extirpar con facilidad.
Tres meses después, Finney abandonó el hospital, curado de su cáncer y con solo un 20 por ciento de su riñón extraído.
"Recibí un mensaje de la madre naturaleza", explicó al diario estadounidense.
"Si no me hubiera atacado el tiburón, no hubiera ido al hospital, y nunca hubieran detectado el tumor, hasta que hubiera sufrido metástasis y, para entonces, hubiera sido demasiado tarde".
Nativo de la costa de Nueva Jersey e hijo de un marino, Finney creció muy apegado al océano. Ha vivido muchos años en la playa y trabajó en un acuario.
Nativo de la costa de Nueva Jersey e hijo de un marino, Finney creció muy apegado al océano. Ha vivido muchos años en la playa y trabajó en un acuario.
"Si pudiera volver a encontrarme con ese tiburón, lo abrazaría", afirmó Finney, sin atisbo de burla.
Entretanto, el dolor causado por el ataque desapareció por completo, dejando únicamente una delgada cicatriz que cruza su espalda, recordándole lo que sucedió y, sobre todo, lo que podría haber sucedido.
No hay comentarios:
Publicar un comentario