Ustedes, que son jóvenes e inocentes, creerán que los kioscos siempre han sido lo que son: absurdas casetas donde se exhiben unas cuantas publicaciones que nadie compra con portadas que parecen anuncios, fotos aburridas y titulares políticamente correctos. Pero esto no siempre ha sido así.
Antes de la llegada del Internet, ir al kiosco era entrar en una dimensión desconocida donde todo era posible. Aunque hoy parezca mentira, las publicaciones se vendían como churros y la dura competencia entre ellas las empujaba a cometer auténticas barrabasadas y alcanzar unas cotas de sensacionalismo y barbarie que hoy no se dan ni en la Deep Web.
A continuación, van a ustedes asistir a un viaje en el tiempo, para visitar los kioscos de una España que aún no se había trasquilado el pelo de la dehesa. Podrán comprobar con sus propios ojos que, para bien y para mal, las portadas de antes eran un prodigio de libertad, gamberrismo y desparrame. Solo les pido que no sean duros con sus autores: comprendan que la gente tenía que divertirse de alguna manera en aquellos oscuros tiempos en los que no había ni Facebook, ni YouTube, ni ‘Sálvame Deluxe’.
El Caso
Nacido en 1952, a este descarnada publicación de sucesos solían llamarle “el diario de las porteras”, si bien parecía más adecuado para aficionados al gore y la crónica cafre. Sus titulares le llamaban al pan, “pan” y al vino, “vino”, y sus textos describían con pelos y señales todo tipo de carnicerías. Alcanzó su cumbre en los años 50, llegando a despachar hasta medio millón de ejemplares gracias a titanes del crimen como Jarabo.
La publicación gozó de excelente salud hasta la década de los 90, cuando la prensa generalista incorporó largas secciones criminales y las nacientes televisiones privadas empezaron a vomitar casquería. La caída de las ventas hizo que echara el cierre en 1997.
En 2013, regresó en formato digital: www.elcaso.net. Por desgracia, ahora está más centrada en el mercado sudamericano y meten un montón de chismes que rozan lo paranormal. Aún así, vale la pena consultar su jugosa hemeroteca (de pago), que dice muchísimo más de nuestro país que la almibarada serie “Cuéntame”.
La Judía Verde
En los años 80 se publicaron tropecientos números de este cómic pseudoerótico de humor extremo y guarrindongo. Su objetivo era hacer de reír y poner un poco cachondo al lector y, aunque la calidad de algunos chistes e historietas dejaba bastante que desear, tras los seudónimos de sus autores se encontraban pesos pesados del noveno arte como Josep María Beà o Joan Boix.
Sus antológicas portadas contenían chistes tan “verdes” que, aún hoy, pondrían rojo como un tomate al mismísimo Nacho Vidal; no en vano, se saltaban a la torera tabúes contemporáneos como la pedofilia, la zoofilia o el incesto.
El Papus
Mítico semanario de humor inconoclasta y contracultural, fundado por Xavier de Echarri, también creador de la revista satírico-deportiva ‘Barrabás’. Aunque empezó en 1973, tras la muerte de Franco su tono se hizo cada vez más chusco y virulento, con textos, dibujos y fotos de alto voltaje humorístico, perpetrados por francotiradores como Manuel Vázquez Moltalbán, Maruja Torres, Ivá, Óscar, Carlos Giménez o Ventura & Nieto.
En 1977, la organización terrorista parapolicial Triple A puso una bomba en la sede del semanario, que provocó un muerto y diecisiete heridos. Tras el atentado, la revista fue languideciendo hasta desaparecer.
Sal y Pimienta
“La gran calva de José María Íñigo”, “La gitana que resucitó en Jaén”, “Duque de Alba: tonto contemporáneo”, “El porro cura el cáncer”, “Juanito Navarro le jode los negocios a Doña Croqueta“. Eran algunos de los titulares que te enganchaban cual anzuelos envenenados desde la portada de este semanario satírico que nació como suplemento de ‘Interviú’ y, a partir de 1979 y durante varios años, se editó de forma independiente.
Su humor era hiriente, asesino y aderezado con imágenes que dolían más que mil insultos. No se casaban con nadie y sus dardos gráficos y verbales alcanzaban tanto a personajes populares, como a políticos de todo signo y condición. Nada que ver, pues, con las ocurrencias tibias e inocuas de ‘Mongolia’ o de la última temporada de ‘El Jueves’.
Pronto
Para ellos eran tan importantes las peripecias del “niño viejo” o de la “mujer que abortó siete fetos a la vez” como las aberraciones sexuales y politóxicas del famoso de turno. Entre los truculentos titulares de portada siempre había sitio para mentiras y palabrotas. Todo valía con tal de exagerar el morbo y disparar las ventas.
Makoki
Esta revista de comix underground bautizada como el legendario personaje de Gallardo y Mediavilla nació en 1982, pero fue en su segunda época (1989-1993), bajo la dirección del “tercer makoki” Felipe Borrayo, cuando se salió por completo de madre.
Era increíble llegar al kiosko y ver colgada alegremente aquella burrada de tinta y papel en cuya portada llegaron a imprimir el dibujo de una polla erecta a tamaño natural. En el interior, historietas de línea chunga donde se hacía apología de las drogas, la okupación, el sexo libre o la ultraviolencia, de la mano de autores tan indomables como Manuel Vázquez, Alberto Calvo, Miguel Ángel Martín o Carlos Azagra.
Entre los dibujantes extranjeros, destacaron los franceses Jean-Marie Gourio y Philippe Wuillemin, cuyo cómic ‘Hitler=SS’ fue secuestrado de los kioscos españoles por mofarse del holocausto nazi y de los judíos. En 1993 también desapareció la revista titular, sin duda demasiado punki para un país cada vez más olímpico, europeo y “civilizado”.
Dígame
En el año 2000 apareció la revista del corazón más hardcore de todos los tiempos. Fue utilizada por su dueño, el polémico abogado Emilio José Rodríguez Menéndez, para desfacer turbios entuertos personales, y descalificar gravemente a todos los políticos, famosos y presentadores de la tele que se le atragantaban.
En sus portadas, se hartó de llamar “puta”, “pederasta” o “maricón” a todo aquel que él creía que lo merecía. Por ejemplo, en la del número 22 salía Dinio en pelotas, compartiendo sofá-cama con dos muchachitas y un muchachito sobre la frase “Corruptor de menores”. La revista fue secuestrada varias veces y, como todo proyecto kamikaze, duró tres telediarios.
Ahora, Rodríguez Menéndez ha resucitado su artefacto en versión online (www.digameotravez.com) aunque, como corresponde a los tiempos que corren, su tono es mucho más descafeinado: en la portada del primer número aparece Kiko Hernández y solo le llaman “estafador”. Una palabra que, en un país como España, es casi un piropo.
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