CLAUDICACIONES ( III )
Extracto del relato “La mujer de papel”.
(Premio de cuentos Ciudad de San Sebastián)
...
“Nicolás Casado barruntó el hechizo destructor de Lahara una tarde de invierno en la tasca Las Cruces, frente a una copa de aguardiente dulce, en medio de un murmullo nervioso de jornaleros en paro, mientras el viento ahilado de noviembre impregnaba las frustraciones y los miedos de un remoto olor a Navidad que nunca olvidaría.
La vio reclinada en un canapé decorado con rosas de Alejandría, con las piernas abiertas en posición de parto urgente, el torso babilónico y descubierto y la mirada de almendra dulce y húmeda. Junto a ella, una marquesita de princesa, cálida y desamparada, acurrucaba una ropa interior de encaje cuyas randas entretejidas parecían albergar aún la sensualidad diabólica de aquella mujer desnuda.
Acababa de conocerla y algo reventó en su corazón limpio y primitivo. Sin darse cuenta se alejó del entorno con la violencia amarga de un vagón de desterrados y penetró en el mundo de la mujer como un corcel joven sediento de lujuria. Acarició su pelo revuelto por ella misma en un ataque de deseo, su boca entreabierta, perfecta y generosa y sus robustas caderas de esclava árabe; besó sus mejillas tiernas, sus pies de cenicienta solitaria y sus pechos de melocotón en almíbar. No lo pudo evitar. Sin temor alguno a los comentarios del bar, se la pidió al dueño.
- Carmelo -dijo-, dame ese almanaque del año que viene, que todavía no tengo.
Había logrado, por primera vez en cuarenta años, rasgar el traje de ridículo que cubría su corazón desde la niñez, y lo había hecho sin saberlo ni pretenderlo, impulsado por una fuerza interior y ardiente que se quedó a vivir en los pliegues de su piel y en los entresijos de su alma. Al pie del calendario, escrito con letras enrojecidas por la pasión, solo un nombre: Lahara.”
José Antonio Illanes.
Extracto del relato “La mujer de papel”.
(Premio de cuentos Ciudad de San Sebastián)
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“Nicolás Casado barruntó el hechizo destructor de Lahara una tarde de invierno en la tasca Las Cruces, frente a una copa de aguardiente dulce, en medio de un murmullo nervioso de jornaleros en paro, mientras el viento ahilado de noviembre impregnaba las frustraciones y los miedos de un remoto olor a Navidad que nunca olvidaría.
La vio reclinada en un canapé decorado con rosas de Alejandría, con las piernas abiertas en posición de parto urgente, el torso babilónico y descubierto y la mirada de almendra dulce y húmeda. Junto a ella, una marquesita de princesa, cálida y desamparada, acurrucaba una ropa interior de encaje cuyas randas entretejidas parecían albergar aún la sensualidad diabólica de aquella mujer desnuda.
Acababa de conocerla y algo reventó en su corazón limpio y primitivo. Sin darse cuenta se alejó del entorno con la violencia amarga de un vagón de desterrados y penetró en el mundo de la mujer como un corcel joven sediento de lujuria. Acarició su pelo revuelto por ella misma en un ataque de deseo, su boca entreabierta, perfecta y generosa y sus robustas caderas de esclava árabe; besó sus mejillas tiernas, sus pies de cenicienta solitaria y sus pechos de melocotón en almíbar. No lo pudo evitar. Sin temor alguno a los comentarios del bar, se la pidió al dueño.
- Carmelo -dijo-, dame ese almanaque del año que viene, que todavía no tengo.
Había logrado, por primera vez en cuarenta años, rasgar el traje de ridículo que cubría su corazón desde la niñez, y lo había hecho sin saberlo ni pretenderlo, impulsado por una fuerza interior y ardiente que se quedó a vivir en los pliegues de su piel y en los entresijos de su alma. Al pie del calendario, escrito con letras enrojecidas por la pasión, solo un nombre: Lahara.”
José Antonio Illanes.
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