Miguel Ángel Toledano
al lugar que les es propio, como mirar tras los cristales más diáfanos del mundo y contemplar cada mañana las extensas alamedas de los sueños. Pero ahora es mejor iniciar el viaje. Cuando estaba terminando sus estudios le ocurrió algo que no ha olvidado nunca, aunque no lo haya comentado, porque esas cosas se las guarda para sí, en sus lagos interiores, y no las verbaliza con facilidad. Había comenzado quinto curso de carrera, ya estaba casi al final de tanto esfuerzo personal, y, sin embargo, le dio vértigo, se detuvo y pensó que algo muy adentro le decía que prefería pararse, que ojalá pudiese detenerse, quedarse así, estudiando, aunque ahora mucho más consciente y tal vez disfrutando más, que en cierto modo le gustaría no concluir.
Sintió miedo a lo que vendría después. Acabaría su carrera, tal vez convendría ir pensando de qué forma podría ampliar estudios, aprender inglés. Pero temió que aun así no sería suficiente. Lo pasó mal, aunque no era hora de rendirse. Lo comentaban entre ellos. Sabían que iba a ser duro. No imaginábamos que finalmente alguien les había arrebatado el porvenir. Finalmente estás harto de ese mundo antiguo y notas que vas cambiando hasta el hastío y nada. Esquinas del destierro. Los españoles de nuevo a la emigración, triste sino de este país de todos los demonios. ¿Adónde irán a buscar hoy nuestros muchachos los desconsolados crepúsculos del último atardecer de este verano que ya hierve, que desata sus dulzuras en el país de los ajenos mestizajes? Las brillantes gotas del rocío, ¿adónde irán a recogerlas?
Hay un tiempo desordenado en la máquina del sueño que despoja al hombre del rostro de los ángeles, y arden las fronteras que alejan las rutas soñadas... Que estamos ya saliendo, dicen. El ojo que no mira. El ojo que no muerde, acuchilla y mata. La vida es dura. El mundo es lo que acaece, dicen. ¡Qué ironía! ¡Cuánta locura esta ironía! Hay en el fondo desprecio y una fijeza que desplaza el roce de la vida hacia qué oscura fascinación por la codicia, hacia los sucios limos de un mundo construido sobre una economía que nos declina y devora y nos sueña moradores silentes de una ceguera universal. Ver claro ha resultado demasiado amargo, se repiten, mientras siguen buscando ese espacio en cuyas vertientes pueda descubrirse y conjurar un destino con un rostro verdaderamente humano, noble. El mejor camino de regreso ahora es resistir. Y recorrerlo hasta devolver la vida a su lugar más propio.
* Profesor de Literatura
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