El cordobesismo se vuelca con su equipo desde dos horas antes de un encuentro que termina con el soñado pase para el play off
Desde lejos se comienza a divisar un numeroso grupo de personas. También desde la distancia se escuchan cánticos. Un señor entrado en años camina por El Arenal. El calor aprieta. El hombre se seca el sudor de la frente y resopla. Tras él sonríen, mientras siguen sus pasos, varios niños. No mucho más allá, una joven pareja se hace carantoñas. Cae algún beso que otro. Todos tienen algo en común: visten de blanco y verde. Comparten además ojos acuosos. En sus rostros, desde el más veterano a los pequeños, se suceden gestos que muestran dispares emociones. De un instante al siguiente pasan de una falsa serenidad a una tensión cuasi insoportable. Miran hacia delante. Nada les hace modificar el trayecto. Mientras, a sus espaldas, otro gentío avanza entre “coplas” y palmas. Lucen sus mismos colores. Alguna mirada se distrae para atender los restos de una fiesta que ya se marchó. De la Feria sólo queda eso. Aunque el silencio no se apodera de esa inmensa explanada que, a causa del sol, se convierte en desierto. El sonido y el color toman el relevo al vino y la tómbola. No se puede apelar a la suerte.Faltan dos horas para la gran cita. Y el calor, por si no se enteraron ustedes, aprieta. Pero da igual. Cada vez son más los que se reúnen en las proximidades de las taquillas, que hoy tienen sus persianas cerradas a cal y canto. No es necesario que abran, pues nada hay por vender. Por momentos, las manecillas del reloj parecen frenar. El tiempo no transcurre, se para. Los nervios abren la puerta a la pasión, que lenta pero inevitablemente se desborda. “Volveremos”, canta el cada vez más numeroso grupo de aficionados. Es el sueño que buscan alcanzar todos los que esperan junto a su reino, junto al templo mayor de su religión. El Córdoba quiere creer en un ascenso que algún mes atrás parecía imposible. Los seguidores mantienen el jolgorio y quizá recuerdan días en que todas las suyas eran una sola vez. Esta calurosa tarde de junio de 2014 quieren volver a saborear la miel del éxito. Desean reír y repartir abrazos. Aún queda mucho y antes toca recibir a quienes han de ser héroes inolvidables, los mismos que acerquen la gloria.
Los minutos pasan uno tras otro en tensa calma, en tranquilo estado de ansiedad. Todo es una contradicción, una tremenda mezcolanza de sensaciones. Los cánticos parecen perder fuerza, pero aparece el rival. El autobús del Mallorca se aproxima poco a poco a las cocheras de El Arcángel y el Cordobesismo ruge. Silba y dedica palabras menos agradables a los bermellones. El gran duelo empieza antes de que el balón ruede. En ese momento sólo cabe aguardar la llegada de las huestes que dirige Albert Ferrer. Sólo diez minutos tarda en hacer acto de presencia allá donde se inicia el territorio blanquiverde de El Arenal. Un aficionado advierte de ello al resto. Quizá es el señor mayor que resoplaba, alguno de los niños que sonreían o la novia enamorada de esa pareja que se perdía en besos. “Volveremos”, se vuelve a escuchar. Esta vez con mayor intensidad, de más enérgica manera. “Vamos dale Córdoba, vamos campeón”, gritan los enfervorizados seguidores. El vehículo en que viaja el conjunto califal se detiene y uno a uno empiezan a descender y desfilar. Responden a las muestras de apoyo con gestos de agradecimiento que alientan a la afición a dar todo de principio a fin, a creer.
El rojo humo de algunas bengalas es lo único que dibuja en el lugar un color distinto al blanco y verde. Ferrer levanta los brazos ante algo más de un millar de representantes de una hinchada que va a llenar el estadio que se alza junto al Guadalquivir. Para eso resta todavía hora y media. Quizá sea mucho tiempo, más cuando el reloj parece no tener pila ya. Ahora es momento de que los futbolistas queden en capilla antes de una faena en que deben evitar la cornada de la decepción. Los seguidores, mientras, comienzan a llenar unas gradas que muestran la mejor de las imágenes y el más vibrante de los sonidos durante noventa minutos en que la pasión se desborda. Una pasión que comparten un señor mayor, un grupo de niños y una pareja entregada a su romance. Ese romance que hoy es de todos ellos y otros 21.000 con el club de sus amores. Un romance que no tiene edad. El final de la historia… tarda en llegar al menos una semana más.