6 de abril de 2014
| Largas colas en la plaza de la Corredera, tomada por una multitud, para degustar una de las 750 raciones preparadas por la Asociación de Carniceros de Córdoba
Hizo falta metro. El notario que se había buscado el Ayuntamiento de Córdoba para certificar la longitud del flamenquín más grande del mundo no encontró un metro que superase los 50 metros de longitud. Por eso, tuvo que ingeniárselas para marcar hasta dónde llegaban los 50 metros y continuar, después, para medir otro metro más, que fue exacto. Finalmente, el notario dio fe. La Asociación de Carniceros de Córdoba había sido capaz de cocinar un flamenquín de 51 metros de longitud en un domingo soleado que encendía una plaza de la Corredera tomada por una multitud deseosa de probar tan magno alimento.Aunque la gran comilona estaba prevista para las 13.00 del mediodía, la monumental empresa de cocinar y preparar un flamenquín gigantesco tardó algo más de la cuenta. Aunque se empezó a las 12.00 del mediodía a preparar el asunto, la parte más compleja llegó cuando tocó emborrizar (con kilos y kilos de pan rallado) un gigantesco flamenquín de 51 metros y tres centímetros de grosor. Los cocineros, Alfonso Alcaide y Marina Molero, iban despacito pero sin pausa. No era cuestión de por un pequeño fallo de cálculo romper tan gigantesco flamenquín en algún movimiento precipitado mientras se emborrizaba el asunto.
Al final, y como las colas empezaban a ser tan colosales como el propio flamenquín (empezaban a dar la vuelta a la Corredera e incluso se llegaban a salir de la misma levemente por la calle Espartería) el notario, acompañado del concejal de Turismo Rafael Navas, decidió que era mejor coger el metro y dar fe de lo que allí se había gestado. Cierto es que aún quedaba un 20% de flamenquín por emborrizar, pero el tamaño, que en este casi sí que importaba, ya no iba a ser mayor o menor.
Pero la gran pregunta que se hacía la multitud que hacía cola era cómo iba a ser frito el flamenquín más grande del mundo. Una vez emborrizado, los cocineros lo trocearon y lo sumergieron en tres freidoras a tope de aceite de oliva que dejaban un aroma a flamenquín por todo el entorno de la Corredera. En un proceso no menos complejo que el de emborrizarlo, los cocineros frieron y frieron hasta que calmaron a la inmensa cola que se había formado y que, todo hay que decirlo, iba a pagar el euro que costaba cada una de las raciones. Todo el dinero recaudado va a ir a parar a Cáritas.
Las colas, que zigzagueaban por las mesas de los distintos establecimientos de la Corredera, llegaron a aguantar hasta dos horas al sol. Algunos saciaban su hambre con otros flamenquines, que no formaban parte del gigante, que la organización había comenzado a freír. También con la cerveza que corría en abundancia. E incluso se entretenían con una curiosa batucada que de repente apareció por la Corredera. Todo por un récord. Sí, el tamaño sí que importa.