MIGUEL ANGEL Toledano 07/10/2013
Acabo de leer, en una revista del fin de semana, la comparación que una escritora establece sobre dos modelos de belleza femenina: el de curvas sensuales, perfectas, tan excepcionalmente bellas de Marilyn, por ejemplo, y las inexistentes de Diane Kruger, la Helena de Troya, cuya belleza se sitúa en el otro extremo estético, el de la suprema delgadez, tan atractiva sin embargo para muchos diseñadores de moda y directores de cine. ¿O tal vez no solo para ellos? Observo las fotografías que acompañan al artículo, traigo a mi memoria imágenes de los últimos desfiles en Madrid o Milán, a las modelos que anuncian la temporada de invierno y pienso en otras mujeres, las que me han acompañado y acompañan hasta este momento de mi vida.
La mujer es el Alma, la forma femenina de donde proviene ánimus, que significa: nutricio, feraz. Y hablo de ello porque, recordando a mi abuela, a mi madre, a la madre de nuestros hijos, a mi hija, a mi hermana, a mis amigas, a mis compañeras, impresiona recordar su actitud, ese esfuerzo, ese tesón lleno de claridad y sentido, esa belleza que es la que nos ayuda a todos a caminar, a vivir, a ser. Es una senda antigua, lenta, larga y llena de sacrificios y abnegación, de dolor, la que han debido recorrer estas muchachas, que han sido mis alumnas y ahora son ya madres, y todas las madres de todos nosotros, para llegar hasta aquí. Pagando precios altísimos, sufriendo exclusiones y olvidos sin nombre.
A todo ese dolor han, hemos contribuido muchos hombres concretos; hombres y mujeres equivocadas, sí -y muchos de nosotros inconscientemente-, pero sobre todo influyentes instituciones civiles y religiosas que se han valido de su preeminencia para alentar una discriminación secular, que nace probablemente del miedo y la inferioridad, y mantener esa situación tan injusta, tan inhumana. La belleza permanece siempre, aunque la moda sea algo más volátil. Y hay que buscar la belleza a nuestro alrededor y en las cosas de cada día. Miro a mi alrededor de nuevo y compruebo que entre ambos referentes, el de la voluptuosidad y la sexualidad evidentes y el de la fragilidad infantil, hay otra mujer fuerte y decidida, hermosa, sensible, una mujer capaz, femenina y desacomplejada que corresponde a la mujer real, la que vemos y queremos constantemente alrededor y a nuestro lado. La que encaja en el siglo que querríamos de la ansiada igualdad verdadera.
* Profesor de Literatura
Acabo de leer, en una revista del fin de semana, la comparación que una escritora establece sobre dos modelos de belleza femenina: el de curvas sensuales, perfectas, tan excepcionalmente bellas de Marilyn, por ejemplo, y las inexistentes de Diane Kruger, la Helena de Troya, cuya belleza se sitúa en el otro extremo estético, el de la suprema delgadez, tan atractiva sin embargo para muchos diseñadores de moda y directores de cine. ¿O tal vez no solo para ellos? Observo las fotografías que acompañan al artículo, traigo a mi memoria imágenes de los últimos desfiles en Madrid o Milán, a las modelos que anuncian la temporada de invierno y pienso en otras mujeres, las que me han acompañado y acompañan hasta este momento de mi vida.
La mujer es el Alma, la forma femenina de donde proviene ánimus, que significa: nutricio, feraz. Y hablo de ello porque, recordando a mi abuela, a mi madre, a la madre de nuestros hijos, a mi hija, a mi hermana, a mis amigas, a mis compañeras, impresiona recordar su actitud, ese esfuerzo, ese tesón lleno de claridad y sentido, esa belleza que es la que nos ayuda a todos a caminar, a vivir, a ser. Es una senda antigua, lenta, larga y llena de sacrificios y abnegación, de dolor, la que han debido recorrer estas muchachas, que han sido mis alumnas y ahora son ya madres, y todas las madres de todos nosotros, para llegar hasta aquí. Pagando precios altísimos, sufriendo exclusiones y olvidos sin nombre.
A todo ese dolor han, hemos contribuido muchos hombres concretos; hombres y mujeres equivocadas, sí -y muchos de nosotros inconscientemente-, pero sobre todo influyentes instituciones civiles y religiosas que se han valido de su preeminencia para alentar una discriminación secular, que nace probablemente del miedo y la inferioridad, y mantener esa situación tan injusta, tan inhumana. La belleza permanece siempre, aunque la moda sea algo más volátil. Y hay que buscar la belleza a nuestro alrededor y en las cosas de cada día. Miro a mi alrededor de nuevo y compruebo que entre ambos referentes, el de la voluptuosidad y la sexualidad evidentes y el de la fragilidad infantil, hay otra mujer fuerte y decidida, hermosa, sensible, una mujer capaz, femenina y desacomplejada que corresponde a la mujer real, la que vemos y queremos constantemente alrededor y a nuestro lado. La que encaja en el siglo que querríamos de la ansiada igualdad verdadera.
* Profesor de Literatura