Yo no fui a la puerta del Congreso de los diputados el pasado 25 de septiembre y me moría de ganas. Había buscado un coche, uno de los que iban, para viajar gratis.
Usted que lee esto, párese aquí y conteste: ¿Llevaría a comer a sus hijos a un comedor social de la Cruz Roja?
Campaña de la Cruz Roja para ayudar a las víctimas de la crisis económica española.
El tipo de la Cruz Roja sigue dando cifras. Son más del 27% los críos españoles pobres. Me doy cuenta de que mis hijos están en ese 27%, incluso lo escribo, pero ni aun escribiéndolo me lo puedo creer. Yo qué sé, ¿cómo íbamos a imaginarnos hace nada, cómo iba yo a pensar que llegaría ese 27%, y más, cómo pensar que estarían mis niños dentro?
Yo no fui a las puertas del Congreso a Madrid, y bien que quería, porque lo único que les falta a mis hijos es una madre lisiada. No fui porque yo allí no me iba a quedar callada y quieta. ¿Cuántas veces ha ido a buscar usted el kit familiar de auxilio de la Cruz Roja? Veo a un griego con la cabeza abierta. Yo no fui a Madrid porque tanta porra y tanta valla y tanta declaración imbécil son gasolina para mi furia. No ir fue la única manera que encontré de evitar la agresión física. La mía, la suya.
Si usted tiene hijos sabrá a qué me refiero. Si te tocan los hijos es mucho peor que si te tocan la cara, infinitamente peor. Por eso yo ya no soy pacífica. No puedo. Ya sé que a los serenos, y a los del Congreso, y a las de la mantilla, y a los analistas y comunicadores, esto de la agresividad les parece intolerable, una falta de respeto, incluso una grosería. Recuerdo cuando a mí también. ¿Cuántas cuotas de comedor le debe usted al colegio? Pero cómo iba a imaginar todo esto, los más de dos millones de niños pobres en esta sociedad rampante hasta hace nada, cómo pensar que a mí, pacífica ciudadana, la rabia y la impotencia me iban a impedir salir a gritarles a esos señores que su irresponsabilidad y su incapacidad no se protegen con cuatro vallas y cuarto y mitad de pasma.
Yo ya no soy pacífica y tuve que echar mano de mi última pizca "ghandista" para quedarme en casa. Pero habrá a quien ya no le quede ni esa pizca –¿cuántas veces ha alargado usted la leche con agua?— y se eche a la calle y estará violento, claro. Violento, como yo.