lunes, 27 de agosto de 2012

ROJOS. 16 de agosto de 1936Autor: Rafael Espino Navarro.

  Antonio Pintor Marin
“... los cuerpos caen al suelo sin vida. La “roja” sangre de todos ellos, se diluye y se
mezcla sobre la “tierra” que un día anhelaron”.
Es domingo, 16 de agosto de 1936. Al alba los débiles rayos de sol comienzan a apoderarse del
angosto y seco paisaje repleto de miles de viñedos donde cuelgan ya los dorados racimos de uvas
que esperan una rápida y pronta recogida.
Junto a ellos serpentea la carretera nacional, alzándose sobre el reconstruido puente del río Cabra,
dinamitado hace apenas tres semanas por los jornalero, partidarios del régimen republicano en su
huida de la localidad,cuando fue tomada por la guardia civil, para imposibilitar la salida y el acceso
a la población de Aguilar de la Frontera (Córdoba) en dirección a la capital.
El dorado pasto alfombra los parajes ya segados, próximos a las blancas salinas que se abren sobre
la pequeña vega que discurre paralela al trazado del río. Tranquilidad, silencio. Solo el canto de los
madrugadores pájaros perturba el alba de la mañana.
Bajo el viejo y abandonado puente romano, las aguas del río discurren lentas y arremolinadas sobre
el remanso natural que bordea las salinas. La leve brisa matinal, eriza el bello de frío, anunciando
tras su fin, las altas temperaturas que proseguirán durante el día cuando el astro sol haga su
aparición completa adueñándose de todo cuanto encuentre a su paso.
Llama la atención la tranquilidad y la calma. Exenta de toda actividad humana. Son las siete de la
mañana. Cerca, las casillas habitadas, aún permanecen cerradas. El miedo de las gentes de estos
parajes producido por los acontecimientos de los últimos días, ha echo que sus habitantes
permanezcan en el interior de sus refugios y casas.
El silencio y la tranquilidad imperante solo se rompe, cuando un desvencijado camión rojo hace
acto de presencia a lo lejos. El rugido de su motor y sus débiles luces delatan su pronta presencia.
Aún esta lejos. Viene hacía las salinas en dirección a Aguilar, desde Montilla. Viaja a gran
velocidad, como si viniese huyendo de algo. Trasporta una carga “altamente peligrosa”. Al llegar a
la curva de las salinas, disminuye su marcha y se detiene a un lado de la carretera.
Del interior de su cabina, bajan dos hombres, armados con fusiles Mauser. Uno de ellos, el que no
conduce, es un guardia civil. Su uniforme lo delata. Sus galones en la bocamanga del uniforme y en
el gran sombrero blanco que nada más bajar del camión ha dejado caer sobre su cabeza lo
identifican como un sargento de la benemérita. Porta también pistola de 9 mm. al cinto, como todos
los suboficiales.
Su rostro muestra los síntomas de una noche de insomnio. Una noche de servicio y cumplimiento
del deber. El deber con la patria. El deber con el nuevo estado. El deber con la nueva España. El
deber con su glorioso movimiento nacional, salvador de la patria, al que de forma unánime se ha
unido y sumado, a las ordenes de su comandante de puesto hace ya casi un mes, cuando recibieron
instrucciones desde la capital.
Para el este viaje es uno más. Desde el día 20 de julio del pasado mes, ha perpetrado varios
servicios “especiales” a la causa. Hoy de nuevo espera terminar pronto y rápido. No ha dormido
nada en toda la noche y quiere descansar. Salieron de Fernán Núñez, ya de madrugada e hicieron
una parada en la localidad cercana de Montemayor, tras recibir una llamada indicándole que habría
de recoger una mercancía extremadamente peligrosa también en esta localidad. Ha recibido ordenes
al respecto y espera como en otras ocasiones no defraudar la confianza que sus superiores han
puesto en él.
Al acercarse a la parte posterior del camión grita !Arriba España!, a lo que varías voces desde el
interior responden de forma unánime.
La parte trasera del camión, la de carga, se encuentra cubierta por una loneta de color gris. Por
alguna de las rasgaduras que tiene en uno de sus laterales se puede ver parte de la carga que
transporta. Parecen personas, pero no se ve muy bien el número de ellas.
En su interior, se oyen gritos ordenando que bajen rápidamente del camión, a la vez que la trampilla
metálica que cierra el remolque, es abierta y con un estrepitoso chirrido, cae por la fuerza de la
gravedad al quitar los pestillos que la cierran, produciendo un enorme ruido multiplicado por el
silencio imperante en el lugar.
Del interior, bajan otros tres hombres más, también armados con fusiles. Dos son guardias civiles.
El tercero no parece militar, pero también porta pistola al cinto. Viste con uniforme azul sobre el
que destacan ribetes amarillos entre los que se distingue un yugo y unas flechas.
Tras ellos, atropelladamente ... brutalmente empujados bajan 10 personas. Atados entre ellos a dos
cuerdas de presos. Los dos últimos caen al suelo desde lo alto del camión. Hoy dos mujeres entre
ellos. El vientre abultado de una ellas, denota su avanzado estado de gestación.
El último en abandonar el camión, es otro guardia civil. Un cabo. Fuertemente armado, con formas
toscas y de aspecto casi fantasmal, toma el mando y ordena lo que hacer, nada más poner píe en
tierra.
Dos cuerdas de presos. Una de Fernán Núñez, en la que van atados Antonio Pintor Marin, chofer
de profesión, de 43 años de edad, que ha sido durante mucho tiempo Presidente de la Agrupación
Local del Partido Socialista Obrero Español de Fernán-Núñez. Tras de él camina Fernando Valle
Luque, industrial y comerciante, de 42 años de edad, al que le sigue su esposa, embarazada, María
Antonia Jiménez Alcaide “La Fina” de 41 años. Teodomiro Villalba Velasco es el último de esa
cuerda de presos. El es también de la misma localidad, es jornalero y tiene 33 años de edad.
En la otra cuerda se encuentran atadas personas detenidas en Montemayor. El montillano Rafael
Pedraza Bellido, es el primero. Rafael tiene 39 años de edad, es electricista y ha sido durante
muchos años Presidente de la Agrupación Local del Partido Socialista Obrero Español de
Montemayor, localidad donde vive desde que se caso. Tras de él, camina con mucha dificultad, el
también miembro de la Agrupación local socialista, Antonio Jiménez Jiménez, “Paquili” camarero
de profesión, de 40 años de edad. Le sigue Juan María Moreno Díaz, “Cachas” socialista también,
carpintero, de 44 años. Rafael Prieto Nadales “Pelengue” se encuentra atado junto a él. Jornalero,
tiene 37 años recién cumplidos. Alfonsa Galan Luna, camina tras de él.Es natural de Fernán
Núñez, pero ha sido detenida en Montemayor, el pueblo de su esposo. Tiene 47 años. José María
Arroyo Llamas, “ el Titi” es el último, carpintero tiene 29 años de edad.
Todos los detenidos llevan las manos atadas con alambres... estas, se unen a una cuerda. Una
cuerda que une sus manos ... una cuerda que une sus cuerpos ... sus vidas, tras haber sido detenidos
en sus casas, apenas hace unas horas, cuando emprendieron un viaje sin retorno en la tarde noche
del día 15 de agosto de 1936.
Vigilados muy de cerca, encañonados constantemente por los fusiles, todos ellos son llevados a
empujones a un descampado cercano a la carretera. Cruzan la casi inexistente cuneta acuciados por
los gritos , ordenes e insultos que se suceden de forma casi incoherente.
Para poder ser alineados, uno junto a otro, uno de los guardias civiles se ha acercado y los ha
liberado de la cuerda. Los alambres aún aprisionan sus muñecas. Las dos mujeres, se abrazan. No
hay llantos, ni lamentos, pero sus rostros presagian lo que esta a punto de suceder. Agonía en
silencio. Los hombres con los dientes apretados contienen la rabia y la impotencia.
Tres ráfagas de disparos de fusil Mauser rompen el silencio a la orden de ¡ Fuego¡. Las descargas
han sido perfectamente escuchadas por las personas que habitan en las casillas próximas. 10
cuerpos caen al suelo sin vida.
La “roja” sangre de todos ellos, se diluye y se mezcla sobre la “tierra” que un día anhelaron. 10
disparos más certifican un trabajo bien hecho. Las ordenes recibidas han sido cumplidas.
No muy lejos, en el cerro de San Cristóbal, a esa misma hora, el chirrido espeluznante de las
bisagras de hierro de la enorme puerta del Cementerio Municipal de Aguilar de la Frontera ha
provocado la desbandada de cientos de pájaros que dormitan en los jóvenes y verdes cipreses de su
interior.
Desde hace ya casi un mes y aprovechando la clandestinidad y ocultación que ofrece la llegada del
nuevo día, al alba, llega al pueblo el acusador eco de los disparos, que confirma nuevos asesinatos ,
la continuidad de la ejecución de cientos de personas asesinadas, solo por pensar de forma diferente.
Hoy también ha podido escucharse.
Hace apenas medía hora, una camioneta detenía su motor delante del cuartelillo, en la calle
Pescaderías, (junto al Ayuntamiento). En una de sus puertas puede leerse un pequeño rotulo que
dice “Fábrica de Aceite Las Puentes”. De su interior bajaron dos hombres. Uno vestía uniforme de
guardia municipal, el otro era un guardia civil. El cabo. Un tercero, el conductor de la misma,
requerido por la guardia civil desde hace unas semanas para que conduzca el vehículo, que también
ha sido requisado, permanece junto al volante, cabizbajo, con el rostro entre las manos. Esta pálido
y parece muy asustado
Poco tiempo después, por la puerta del cuartelillo, salía una cuerda de presos, fuertemente
custodiada por otros cuatro guardias municipales, pistola en mano. En el exterior, se les unieron
otros tantos guardias civiles, recién llegados.
Son todos hombres. Ocho. José María Tubino Montesinos y los hermanos Modesto y José
Carmona Padilla “Los Cerotes”, junto a otros cinco hombres más. Llevan atadas las muñecas,
algunos con alambre, otros con cable eléctrico y este a su vez hilvana una cuerda corta, que los une
a todos para que nadie pueda escapar corriendo, sin que la unión a sus compañeros le detenga.
Han subido a la camioneta, junto con los municipales y los guardias civiles. El que parece estar al
mando, sube junto al conductor y ordena ¡al cementerio¡.
Al bajar la cuesta de la Membrilla, junto a la fuente, alguien grita desde el interior el nombre del
conductor de la camioneta, pidiendo compasión por sus hijos. El conductor, que llora impotente, al
reconocer por la voz a muchos de los que han subido en la parte trasera y que hasta hace unos días
eran sus compañeros y amigos.
Solo diez minutos. Diez largos e interminables minutos bastan para llegar a las puertas del
cementerio. Una vez allí, los presos son bajados rápidamente y conducidos a las tapias exteriores de
la zona sur. Al girar el camino que circunscribe las mismas, son detenidos y alineados.
Mientras, las puertas del cementerio se abren para dejar entrar un camión. Rojo con loneta gris, que
transporta un carga que “ya no es peligrosa”, el ensordecedor ruido de los disparos oculta para
siempre la injusticia y la impunidad de los asesinos . Ocho cuerpos sin vida caen al suelo y ... la
“roja” sangre de todos ellos, se diluye y se mezcla sobre la “tierra” que un día anhelaron. Ocho
disparos espaciados, esta vez de pistola reglamentaria de 9 mm. arrebatan por completo el último
hilo de vida.
Entre sollozos de dolor y angustia, el conductor de la camioneta, abatido, llora desenfrenadamente
al ver la imagen de la muerte, la injusta muerte, el impune asesinato, con su rostro ensangrentado,
de compañeros y amigos. Una imagen del horror, que ya no olvidará mientras viva.
En el interior del cementerio, dos hombres, uno de ellos apodado “el morito”, se afanan por bajar
los cuerpos sin vida, del camión rojo. Este ha sido conducido hasta la parte norte. Junto a la Iglesia,
donde los cuerpos son tirados desde lo alto del camión al suelo. Amontonados. Las últimas en caer
son María Antonia y Alfonsa.
Sus frágiles cuerpos son tirados y ocultados en la última de las fosas que conforman un entramado
clandestino para silenciar los asesinatos cometidos durante las últimas semanas por los golpistas. Es
la fosa número 19. Con anterioridad, desde finales del mes de julio, han sido ocupadas las fosas
número 6, la 18,20 y 21, en esta parte del cementerio. En la zona sur, fueron ocupadas otras tres, la
50, 51 y 51, para la primera semana del alzamiento.
Los cuerpos de María Antonia y Alfonsa, son los primeros en ser arrojados a la fosa número 19.
Con posterioridad, serían arrojados a la misma el resto de cuerpos hasta un total de 18 personas. El
mismo números de asesinatos cometidos en Aguilar de la Frontera, el día 16 de agosto de 1936.
Mientras los cuerpos son arrojados al interior de la fosa, a mas de tres metros de profundidad, a esta
se acercan dos personas. Un guardia civil y un guardia municipal. Al asomarse al interior de la fosa,
ambos se miran y sonríen. Complacientemente y al unisonó, ambos descorren los cerrojos de sus
fusiles Mauser. Apuntan hacia el interior de la fosa y realizan varios disparos al interior de la
misma, al bulto de los 18 cuerpos apelmazados unos sobre otros.
Mientras los dos camiones se alejan del cementerio municipal, los dos hombres ocupados en las
tareas de enterramiento clandestino, comienzan a echar sobre los cuerpos, paladas de la tierra, de la
misma que se encuentra amontonada al lado de las sepulturas.
A mas de tres metros de profundidad, varios metros cúbicos de tierra ocultan sus cuerpos. Una
ocultación mas, de las que en las últimas semanas se han practicado en este mismo entorno y que se
convertirá con el paso del tiempo en un drama colectivo en España. Una España donde la mitad de
sus hijos albergarán sentimientos de rabia e impotencia, agravadas porque durante muchos años,
estas muertes, estas desapariciones, estos asesinatos, no pudieron ni tan siquiera ser llorados.
Mientras el sol ha hecho ya su total aparición y los cipreses proyectan su sombra crecida sobre la
tierra que oculta los cuerpos, los operarios del cementerio se afanan por terminar un proceso de
“desaparición” perfectamente planificado y diseñado.
La última palada de tierra deja paso al rastrillo y al apisonamiento de la tierra, que durante mas de
tres cuartos de siglo, sellara la trajedia, sucedida al alba del día 16 de agosto de 1936 en Aguilar de
la Frontera (Córdoba)