Esta historia nos la envía César, es una historia de terror llamada El Reflejo.
Caía la tarde, serían poco más de las 3 cuando mi hija cerró la puerta y
colgándose de mi brazo nos encaminamos hacia una pequeña tienda que no
queda lejos de casa. El clima era muy inusual, corría un viento frío y
sin embargo el sol se mantenía radiante en un cielo despejado. El camino
se me antojó un poco más largo de recorrer que en otras oportunidades,
además no había gente transitando, no había automóviles, no había ni
siquiera un solo perro que normalmente vagabundeaban por las calles,
todo era un silencio perturbador pero finalmente decidí no prestarle
atención al detalle pues la tertulia con mi niña era de lo más
entretenida, haciéndome reír con las ocurrencias típicas de sus
compañeros de salón y regañándola con cariño cuando me contaba una
travesura que a mi juicio había excedido algún límite.
Esa extraña brisa fría hacia que ella se aferrara a mi brazo con más
fuerza, como si buscara algo más de calor mientras se lamentaba no haber
traído su suéter. Atravesábamos ya un parque y una corriente de aire
muy fuerte levantó mucho polvo del que tuve que cubrir el rostro con el
brazo para evitar que entrara tierra a los ojos, y mientras con el otro
brazo intentaba cubrirle el rostro a María Esther con el mismo fin.
Sentí un escalofrío cuando noté que no estaba a mi lado... Procuré
mantener la calma mientras pensaba "y ahora, ¿adónde se fue?" pero no
podía, el parque es grande, sin árboles, ¿dónde esconderse? y ¿qué tan
rápido podía cruzarse, si cuantas veces habíamos venido a jugar a las
carreras sabía por esa experiencia que no podía desaparecer corriendo en
menos de 5 segundos? Una sensación de desesperación empezó a
invadirme...
Me quedé parado con una sensación de aturdimiento, miraba alrededor,
giraba en círculos sobre mí mismo buscando con la mirada, atisbando
algún movimiento, el frío y el silencio no hicieron más que aumentar mi
estado de pánico, no comprendía, ¿qué estaba sucediendo?, ¿qué hacía
detenido allí como tonto? y ¡mi hija! ¿dónde está María Esther?. De
tanta vuelta sentía que perdía la cordura, mi mente era un revoltijo de
imágenes, sonidos y pensamientos, mi corazón no paraba de latir con más
fuerza y mayor velocidad... Sentí que me desvanecería en cualquier
momento, pero ¡no!, no dejaría que eso me pasara, ¡mi María Esther!,
¡tenía que hacer algo!.
Logré dejar de girar sobre mi sitio, era cómico verme en una situación
así, quienquiera que me haya visto se hubiera reído sin el menor
remordimiento. Me ubiqué mirando hacia el lado del parque desde donde
veníamos, y el cielo había dejado de ser azul para dar paso a unas nubes
anunciando una tormenta. Empecé a caminar, mis pasos iniciales eran
tambaleantes pero tomé fuerza y me encaminé hacia la casa, finalmente
pude tomar una bocanada de aire y corrí.
Toda ésta locura no tenía sentido, a medida que me aproximaba a la
puerta buscaba en el bolsillo del pantalón la llave, tras sacarla con
una mano nerviosa noté que ésta se abría y allí estaba ella parada con
una sonrisa... Sentí volverme loco.
- ¡Papá! ¿Estas bien?
- ...
- ¿Papá?
- ...
Me tomó de la mano y sentí recuperarme de ese algo que no sabía qué era...
- No es nada hija... Es que pensé... ... ... olvídalo...
- No entiendo papá, pero no importa... ¿Me das un abrazo?
Cerré los ojos y la estreché entre mis brazos, ¡Sentí recuperar la
tranquilidad...! Evitaba que una inquieta lágrima iniciara su camino por
mi mejilla izquierda, la seque apoyando mi rostro en su hombro, y al
levantar la vista para mirarla y ver lo bella que era y cuánto se
parecía a su madre, sentí una alegría... Me miraba con curiosidad,
porque bueno, no entendía nada... Pero, ¡un momento!, el espejo de la
sala, ¡el espiejo solo me reflejaba a mí!