El lunes logré conversar con mi esposa y acordamos juntarnos a cenar, por lo que para mí la reconciliación había partido.
Cuando vi a mi
esposa en el restorán encontré que se veía más linda que nunca, se
notaba que se había producido para el reencuentro. Al poco rato de la
conversación ella dijo con un tono entre rabia y pena que una cosa es
el engaño pero otra distinta es que además sea un descarado. Callé,
después le tomé la mano y le dije que lo pasáramos bien, pero ella me
respondió con una risa llena de ironía.
Mientras yo le
comentaba lo que me estaba ocurriendo en el trabajo, sus ojos se
empezaron a llenar de lágrimas y de un momento a otro se largó a llorar.
Me dijo que yo no la amaba, luego tomó su cartera, se paró y se fue al
baño.
Mientras la
esperaba pensé mucho en la infidelidad, no entendía cómo ella concluía
que no la amaba por el solo hecho de pensar que yo le era infiel. Quizás
para muchos pueda parecer obvio, pero jamás se me habría ocurrido que
ella pudiese concluir eso, jamás hasta ese momento.
Después de
unos minutos llegó y me dijo, “te voy a dar un rato para que pienses
bien y me cuentes la verdad, cuando vuelva quiero que me digas cuántas
veces me has sido infiel”. Estaba claro que no podía responder esa
pregunta, no al menos con la verdad como ella quería. Si ella pensaba
que ser infiel significaba que no la amaba no lograba imaginar lo que
pensaría al saber que sólo en el último mes había sido infiel cerca de
quince veces. Pensé mucho la respuesta, analizaba las distintas
alternativas que podía elegir; una opción era decirle que ninguna vez le
había sido infiel o bien asumir un poco de culpa y reconocer sólo una
vez o definitivamente decirle la verdad. Después de mucho pensarlo
decidí decirle que nunca había sido infiel. Cuando llegó y me preguntó
si tenía una respuesta le dije: “sí, no te he engañado ninguna vez”,
ella no pareció sorprendida. Se sentó y me dijo indignada que sabía
perfectamente donde había estado el fin de semana, que también sabía
que me había metido con mi secretaria y la Gerente de Marketing de la
empresa. Luego se paró, me pidió las llaves de la casa, dijo que había
mandado mis maletas a un hotel. Calmadamente me lanzó un vaso de agua
en la cara y dijo que esperara la llamada de su abogado.
Quedé desecho,
entendí que ella tenía esta venganza completamente planeada desde
antes, El camino más lógico a seguir era contactar a mis abogados para
contener los daños económicos de lo que significaría el divorcio, pero
después de pensarlo un rato decidí que no jugaría ese camino. Todo
contrario me la jugaría completamente por reconquistar a mi mujer.