SI el alma de un cristiano busca la salvación a través de las siete virtudes que se contraponen a los pecados capitales, el festival de los Patios podría encontrar una de las garantías de su pervivencia en el cultivo de la generosidad, la humildad, la paciencia, la templanza, la caridad, la diligencia y la castidad. ¿Que no? Pasen y lean.
1 Generosidad. Sin el ánimo desprendido de los dueños de las casas de vecinos que a punto están de abrir los portones para el disfrute de quien tenga a bien cruzar la línea de sombra que separa su vida privada de la que acontece en la calle no es posible concebir esta fiesta popular, que si por algo va camino ya de cumplir la centuria es por el carácter filantrópico de los propietarios de las viviendas del casco histórico que participan en el certamen. Ni programas oficiales, ni ayudas institucionales: el secreto de los Patios son ellos mismos, o mejor dicho, la gente que los cuida con mimo durante todo el año y que ha acompasado su vida a las atenciones que precisan las plantas. Sí, hay horarios y normas marcados por la autoridad municipal, un cierto ánimo de competición que afila el gusto, una recompensa económica para los ganadores. Sí, está en juego el nombre del patio, su reputación, sobre todo si se trata de alguno de los de más predicamento; y sí, hay un componente indudable de disfrute propio, de los dueños de la casa. Pero todos esos acaban siendo elementos que pasan a un segundo plano comparados con el espíritu expansivo que mueve a quienes exponen sus viviendas a las miradas ajenas en cuanto despunta mayo. Si la avaricia es el pecado capital que hace pareja con la generosidad, desde luego que de aquélla florece poca en los patios.
2 Templanza. El pregonero del mes de mayo, el periodista Jesús Cabrera, ha recordado estos días con acierto que uno de los principales males a los que se enfrenta la fiesta popular que a horas está de conocer su inicio es la masificación que ha padecido en los años precedentes. El Ayuntamiento ha estado fino en esta edición al aplazar la publicación de los premios al último fin de semana de la celebración, de manera que se eviten los apelotanamientos en los recintos galardonados. La templanza es una buena virtud para hacer frente a las colas desesperantes y perniciosas que marchitan la esencia de los Patios. ¿Que por qué la marchitan? Muy sencillo: el amor por esta tradición casa mal, muy mal, con las prisas y con las aglomeraciones, pues precisa de toda la densidad del tiempo detenido en un humilde rincón del casco histórico. Mala cosa cuando San Basilio, o el Alcázar Viejo por emplear el topónimo predilecto de sus moradores, se convierte en un parque temático. Mal asunto si estamos a un paso de que los turistas que quieran entrar en una casa de Martín de Roa o de Roelas tengan que sacar número en una máquina, como si esto fuera Isla Mágica. Que no. Que hace falta tiempo, todo el del mundo, para escuchar como se merecen a las abuelitas como la de la calle Encarnación —¿seguirá aún al pie de su patio?— contar cómo miman los geranios y como repasan cada abril el añil de sus tiestos. La gula, el pecado capital que viene a simbolizar los excesos y los atracones gratuitos, no es bienvenida a este mundo ingrávido de sutilezas y de pompas de jabón.
3 Humildad. ¿Qué es un patio sino la sublimación de la escasez? ¿Qué sino la optimización de los escasos medios materiales para extraer belleza de donde sólo hubo pobreza? ¿Qué sino la institucionalización de una forma de vida marcada por la solidaridad incondicional entre vecinos? ¿Qué sino un museo vivo en el que se reproducen hábitos sociales de otra época mucho más menesterosa en la que el ingenio y el hambre aguzaban el buen gusto para olvidar las penas? Es cierto que hay ejemplos de casas unifamiliares que entran en concurso y a veces merecen con creces los premios que les conceden y los elogios de quienes las visitan, pero ni son mayoría ni tampoco las más paradigmáticas del festival que mañana comienza. Los Patios son bellos porque su belleza es compartida: la fruición personal y exclusiva del propietario está a un paso de la soberbia, pecado capital. También en mayo.
4 Diligencia. Los Patios son una tradición, claro, pero también una ciencia que exige disciplina y saber hacer. El conocimiento que se precisa para ponerlos a punto estará ya en los libros mas su aprendizaje va por vía sanguínea: se transmite de abuelos a padres y de padres a hijos. Para montar una casa bonita en mayo hay que tener talento... y una voluntad inquebrantable para ponerlo en práctica. Para no descuidarse, para no dejarse vencer por la pereza, pecado capital. También en mayo, mes del año que en Córdoba es sinónimo de laboriosidad callada entre paredes encaladas y empedrados recién regados. Hay ejemplos en los que el amor por los Patios ha cristalizado en una diligencia admirable, de libro. Ahí está el museo que acaba de abrir Cajasur en el Palacio de Viana, en el que se explica el alfa y el omega de esta manifestación popular. Ahí está el patio del número 21 de la calle Rey Heredia, que lleva más de una década demostrando cómo las generaciones jóvenes tienen la sensibilidad suficiente para mantener viva la manifestación más singular del mes festivo por excelencia de la ciudad.
5 Paciencia. En ocasiones, los Patios han sido víctima de la ira. Mala cosa. Pecado capital. También en mayo. También en Córdoba. Paciencia para combatirla. No hay prisa, aunque la haya, por que la ciudad consiga para su joya de mayo la ansiada distinción de la Unesco. ¿Patrimonio Inmaterial de la Humanidad? De toda la vida lo son, otra cosa es que el título oficial no pudiera venir a la ciudad el pasado otoño, cuando el citado organismo internacional estimó que el dossier presentado por el Ayuntamiento no justificaba bien la inclusión de los Patios en el catálogo internacional. La opinión unánime de la clase política y empresarial —también la de los dueños de las casas en concurso— es que los Patios precisan de un acicate como el título de la Unesco para hacer frente a los peligros que se ciernen sobre ellos. Todo llegará. Con paciencia. Y sin ira.
6 Castidad. Si el tópico está en lo cierto y Córdoba es senequista, no queda más remedio que concluir que los Patios son uno de los hábitats de esa forma de ser. O de no ser. De esa manera de entender la vida con cierta flema y alejada de los placeres que no sean estrictamente necesarios. Por ejemplo, de la lujuria, pecado capital. También en mayo. También en Córdoba. Porque en un patio apenas se alterna y si hace es manteniendo las distancias. Una pregunta sobre por qué esta planta es de sol y esta otra de sombra, un elogio muy medido a la mecedora de la esquina, una charla mínima sobre el propietario original de la máquina Singer que está junto a la entrada. Y nada más. El resto, silencio y observación abnegada. Para encontrarse con el lado canalla de la ciudad ya están las Cruces y, en unas semanas, la Feria de Nuestra Señora de la Salud.
7 Caridad. ¿Los Patios un concurso? ¿Un competición? Valga el término certamen, y eso haciendo concesiones al mundo terrenal, que envidia por el que se lleva la palma debe de haber —hay— la justita. Envidia, pecado capital. No cabe en los patios. Úsese mejor caridad. ¿Caridad por qué? Por la acogida al que cruza la puerta y se pone a husmear en una casa que no es la suya. Por el regalo a los sentidos del que participa toda la ciudad. Por la mano que los dueños de las viviendas que lucen sus tiestos le echan a los hoteleros y a los restauradores, beneficiarios directos del éxito de los patios. De sus virtudes y de sus pecados capitales