Lo primero que se advierte al adentrarse en estas páginas es de que el autor no nada, ni por supuesto se sumerge en las “subordinadas aguas de la docilidad”. Su verbo es rebelde y retador, y su verso, liberado de metro, ritmo y rima, -incluso de mayúsculas y de signos de puntuación- “hiere a la palabra en su raíz”. Escribe: “testando la
Otro yo. Otro río. La otredad se instala en el noúmeno del ser pensante y sintiente y desde allí impulsa una fluencia transversal, “sin realidades pactadas”, que se apodera del todo, pero que permite compuertas reveladoras, por las que afloran anhelos, experiencias, evocaciones, relámpagos de lucidez, propósitos, memorias que desbordan al poeta y llegan a paralizarle: “permanecí tras la nada tras la ausencia”, confiesa.
La libertad creadora y expresiva que caracteriza el ya señalado hacer de Torres, no le impide estructurar su libro en tres apartados: “la voz del otro yo”, “vestigios de casi todo” (en un epílogo, lo denomina “despojos de casi todo”) y “menos que nada”.
En tal epílogo, titulado “Modus vivendi de `La voz del otro yo´” -¿modus operandi?-, Torres se detiene en cada una de esas tres partes, glosando su motivación y su esencia: “La percepción de la otredad -concluye- se alinea al lenguaje revelado evidenciando la racionalidad de una voz intencionada”. La tripartición que -pudiera parecer- sirve para separar los poemas, acaba agrupándolos, porque no hay rupturas, no hay saltos desmedidos, sino una continuidad textual y estilística, adhesionadora y enlazante: “el silencio de una mirada/ puede llegar a quitar la
Calixto Torres ha
Al hilo de estas consideraciones, cabe añadir lo que Bartolomé Delgado, en su amplio prólogo, llama “un sistema de columnas sobre el que se asienta toda la arquitectura del libro”.
Libro que a veces te sume en la meditación, y a veces despierta en su bravura semimágica, y en donde ”lo mejor queda en depósito”. Y hay que saber abrirlo, para poder gozarlo.
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