Cien años después, el hundimiento del 
Titanic
 en el Atlántico Norte está rodeado de leyendas, mentiras y confusiones 
interesadas, como sucede con otros muchos hechos históricos: desde 
maldiciones egipcias hasta conspiraciones, pasando por sueños 
premonitorios y novelas que, años antes, anticiparon con gran detalle el
 naufragio. ¿Qué hay de cierto en todas esas sorprendentes historias? 
Veámoslo.
 El número del casco, reflejado en un espejo, se transformaba en la expresión “No Pope” (no al Papa)
El número del casco, reflejado en un espejo, se transformaba en la expresión “No Pope” (no al Papa). La leyenda dice que, cuando se dieron cuenta del 
mensaje oculto, los
 trabajadores de los astilleros Harland & Wolff, de Belfast, 
católicos irlandeses, lo consideraron un mal presagio que se confirmó 
pronto con la muerte de dos de ellos. La realidad, sin embargo, es que 
ni el número de casco del 
Titanic era el 3909 04 -”No Pope”, 
visto especularmente- ni los operarios de los astilleros eran en su 
mayoría católicos, sino protestantes. Así que, aunque el número del 
casco hubiera sido ése, tampoco les hubiera importado. Por cierto, el 
número del dique de los astilleros de Belfast en el que se construyó el 
crucero era el 401.
Conectada con esta leyenda, está la historia de que un trabajador 
quedó atrapado dentro del casco y nadie se dio cuenta dada la febril 
actividad. Así que, antes de su botadura, el
 Titanic ya sería 
una tumba. Ominoso, pero nada más que uno de tantos rumores sin 
fundamento que surgieron tras la tragedia. No sólo no pasó eso, sino que
 únicamente murieron dos obreros en accidentes durante la construcción 
del gigantesco barco, muy por debajo de la siniestralidad que sería de 
esperar.
Sueños premonitorios. Como en todas las catástrofes, no faltan en la del 
Titanic los sueños premonitorios a posteriori. Así, por ejemplo, se dice que el periodista y espiritista 
William Stead
 soñó en 1892 “con el hundimiento de un enorme barco; tanto como para 
situarlo de protagonista de una de sus deficientes novelas. Fue en el 
año 1892, exactamente veinte años antes del suceso, cuando describió la 
colisión de un gran buque con un témpano de hielo”, escribe Lorenzo 
Fernández Bueno en su reportaje “La maldición del ‘Titanic’”, publicado 
en el último número de 
Enigmas, revista de la que es director. Y
 añade: “En la desesperación del hundimiento, los tripulantes del mismo 
fueron socorridos por el 
Majestic, un barco que realmente existía por aquellos días, y que surcaba los mares capitaneado, casualidad, por 
Edward Smith, a la sazón primer y último capitán del 
Titanic“.

Vayamos por partes. Lo primero y más importante: Stead murió en el naufragio del 
Titanic,
 así que era un vidente en la misma medida que un adivino cualquiera de 
los que se publicitan como tales hoy en día en prensa, radio y 
televisión. Resulta arriesgado, siquiera, conceder a Stead el crédito de
 que soñara lo que decía haber soñado y que no se tratara sólo de una 
maniobra de mercadotecnia. De todos modos, en la época, eran bastante 
comunes los choques con icebergs en el Atlántico Norte, por lo que ese 
escenario para un sueño de alguien que viajaba no resulta ajeno.
“Los de Stead son relatos moralizantes con los que critica la 
legislación de su época. Como ejemplo bestia, llegó a comprar una niña 
para denunciar la vista gorda que hacían las autoridades con la trata de
 niñas para la prostitución”, me ha explicado Luis Miguel Ortega, del 
Círculo Escéptico y un apasionado de la historia del 
Titanic. Ya en 1886, Stead había escrito un relato en la revista 
Pall Mall
 en el que un vapor de pasajeros choca con otro barco y hay gran 
cantidad de muertos debido a la escasez de botes salvavidas, algo 
permitido por las autoridades. Que pusiera al 
Majestic de coprotagonista de su novela de 1892, titulada 
From the Old World to the New (Del Viejo Mundo al Nuevo), no es tampoco tan extraño. “El 
Majestic
 estaba en servicio desde 1889 y era el buque más famoso de la White 
Star Line, el más reciente y lujoso. Y, en contra de lo que apunta 
Fernández Bueno, en 1892 su capitán no era Smith”, apunta Ortega. Smith 
fue capitán del 
Majestic entre 1895 y 1904, cuando, dada su 
fiabilidad, la White Star Line le encomendó los viajes inaugurales de 
sus nuevos barcos. Por eso, estaba el 12 de abril de 1912 en el puente 
de mando del 
Titanic, como lo había estado antes en el del
 Olympic.
Hay otros ejemplos de sueños premonitorios que, supuestamente, 
llevaron a quienes los vivieron a negarse a hacer el viaje o, por 
incrédulos, al fondo del mar. El problema, como siempre pasa en estos 
casos, es que nadie dejó escrito 
antes que hubiera soñado lo 
que ocurrió en la noche del 12 al 13 de abril de 1912. ¿Que hubo gente 
que soñó con el hundimiento de un gran buque de pasajeros tras chocar 
con un iceberg? Seguro. Era un escenario familiar en aquellos tiempos, 
como hoy lo es un accidente de avión o de automóvil. Pero eso no implica
 que se tratara de premoniciones. Cualquier noche de finales del siglo 
XIX y principios del XX, cientos de millones de personas soñaban en 
Europa y Norteamérica. Con cualquier cosa. “Dicho de otro modo, entre 
tantos jugadores, alguno tiene que ganar, pero se trata de una ley 
estadística, no paranormal”, como indica 
Massimo Polidoro en su libro 
Los grandes misterios de la Historia.
Futility: la novela que predijo el hundimiento del Titanic. Si hay una predicción de la que se hacen eco todos los amantes del misterio es la de 
Morgan Robertson quien, a juicio de Carmen Porter, protagonizó “una casualidad imposible” al describir en su novela 
Futility, or the wreck of the Titan (Futilidad, o el naufragio del 
Titan), publicada en 1898, una catástrofe similar a la del famoso trasatlántico por un barco de ficción que parece un gemelo del 
Titanic. El 
Titan
 de Robertson no sólo tiene un nombre que evoca el del crucero hundido 
hace cien años, sino que además  sus características técnicas son casi 
las mismas: tiene 240 metros (frente a 268 del 
Titanic), 40.000
 caballos de vapor (46.000), capacidad para 3.000 pasajeros (3.000), 
tres hélices (tres), choca contra un iceberg en el Atlántico Norte en 
una medianoche de abril a una velocidad de 25 nudos (22,5) y únicamente 
sobreviven 13 personas (705) porque llevaba menos botes salvavidas de 
los necesarios. ¿Simple coincidencia o fenómeno paranormal?

“Decir
 que lo narrado por Robertson es increíble se queda corto. Rompe de un 
plumazo todas las barreras de la probabilidad”, sentencia Fernández 
Bueno, quien recuerda en su reportaje que el novelista era espiritista y
 “tenía la peculiaridad de escribir a veces en estado de trance”. Algo 
así sólo es apto para las tragaderas de un lector de 
Enigmas o un espectador de 
Cuarto Milenio. El fallecido Martin Gardner dio con una explicación mucho más creíble:  el 17 de septiembre de 1892, 
The New York Times publicó una breve nota en la que anunciaba que la White Star Line había encargado la construcción de un gran trasatlántico, el 
Gigantic,
 de 213 metros, 4.500 caballos de potencia (Gardner y otros ponen 
45.000, pero la noticia original dice 4.500; quizá hubo una suma de 
errores: un cero de menos en su día en el periódico y otro posterior de 
Gardner con un cero de más sobre el recorte), tres hélices, una 
velocidad máxima de 27 nudos…
Nombres como 
Titan y 
Titania no eran algo extraño en los barcos de la época, ni tampoco el peligro de los icebergs. Así, el 4 de noviembre de 1880, 
The New York Times informaba de que un vapor de nombre 
Titan
 había llegado a Halifax tras encontrarse con “un terrible huracán”, y 
una búsqueda en el archivo del diario neoyorquino demuestra que las 
alertas por icebergs en el Atlántico Norte eran normales en primavera. 
Un sello de la White Star Line era que los nombres de sus buques 
acababan en 
ic. Cuando Robertson escribió su novela, tenía un 
Oceanic, un 
Britannic, un 
Teutonic y un 
Majestic, y sobre el papel un
 Gigantic para un gran trasatlántico de lujo. Como dice Gardner, otro nombre lógico para un buque así sería 
Titanic, al que el novelista quitaría la 
ic para no referirse directamente a un barco de la White Star Line. Por cierto, en otra novela de 1902, titulada 
A twentieth-century cinderella or $20,000 reward (Una cenicienta del siglo XX o la recompensa de 20.000 dólares), el escritor William Winthrop cita ¡un 
Titanic
 de la White Star Line!, aunque no lo hace naufragar. ¿Casualidad 
imposible?, como dice Porter. ¿Increíble?, como sostiene Fernández 
Bueno. ¿O simple consecuencia de la documentación del novelista?
El Titanic iba a gran velocidad, a pesar del riesgo de icebergs, porque la naviera quería que batiera el record en cruzar el Atlántico. “Las órdenes comunicadas al capitán Smith por la dirección de la compañía fueron claras antes de zarpar: que el 
Titanic pulverizara el 
record
 de travesía del Atlántico en su viaje inaugural”, dice Fernández Bueno,
 quien añade que el capitán “se dejó cegar por la posibilidad de 
alcanzar su destino antes de lo previsto y restó importancia a la zona 
de témpanos de hielo que atravesaban y cuyo anuncio llegó a través del 
telégrafo”. Según él, el naufragio supuso “la bancarrota” para la White 
Star Line, propietaria del 
Titanic. Otra vez, la desmedida ambición humana; otra vez, el castigo 
divino; otra vez, la fantasía se impone a la realidad.
A principios del siglo XX, 
la
 Cunard tenía la flota de trasatlánticos más rápidos. Frente a eso, la 
White Star Line centró su estrategia en construir los más grandes y 
lujosos. Con sus 24 nudos de velocidad máxima, el 
Titanic estaba por debajo de los 26 que alcanzaban los barcos de la Cunard, así que difícilmente podía batir 
record
 de velocidad alguno, aunque imaginarse a Bruce Ismay, presidente de la 
naviera, ordenándoselo al capitán en el puente quede muy cinematográfico
 y sirva, de paso, para culpar del desastre a un acaudalado empresario. 
Como 
indican Paul Louden-Brown, Edward Kamuda y Karen Kamuda en la web de la Sociedad Histórica del Titanic,
 éste y otros rumores fueron en realidad una invención de la prensa 
estadounidense y, en particular, de los diarios propiedad del magnate 
William Randolph Hearst.
“Otro mito es que, tras el desastre, la compañía entró en declive 
terminal, lo que no es cierto. En 1913, la White Star Line registró su 
record de
 ganancias. Un enorme número de inmigrantes cruzaba al Atlántico, lo que
 aseguraba el futuro de la naviera”, escriben Louden-Brown y los Kamuda.
 El Titanic se hundió como consecuencia de la maldición de una momia egipcia que transportaba
El Titanic se hundió como consecuencia de la maldición de una momia egipcia que transportaba.
 En las bodegas del trasatlántico, viajaba la momia de la princesa 
egipcia de Amon-Ra, que vivió 1.500 años antes de Cristo (aC). Su 
sarcófago fue descubierto en Luxor en la década de 1890 y, desde 
entonces, todos los que entraron en contacto con él acabaron mal: uno se
 adentró caminando en el desierto y desapareció; otro sufrió un disparo 
accidental de un sirviente; tres miembros de la familia inglesa que la 
compró fueron víctimas de un accidente de tráfico y su casa ardió; se 
expuso en el Museo Británico, donde siguió sembrando el pánico y el mal 
entre trabajadores y visitantes… Ningún museo quería la momia maldita. 
Se puso a la venta, la compró un particular y consultó con la ocultista 
Helena Blavatsky,
 quien le animó a deshacerse de ella porque contenía la esencia del mal.
 Al final, la adquirió un arqueólogo estadounidense y embarcó con ella 
en el 
Titanic: momia y propietario acabaron el 12 de abril de 1912 en el fondo del Atlántico Norte con otras 1.516 personas.
Es una historia digna de una película de terror, pero nada más. Para 
empezar, Blavatsky murió en 1891, así que no pudo examinar la momia 
cuando dice la leyenda, después de años pasando de mano en mano. Por 
supuesto, no hay ninguna momia en el manifiesto de carga del 
Titanic, como tampoco hay referencia alguna a un tesoro que, según algunos 
conspiranoicos, viajaba a bordo y llevó a los malvados de turno a hundir el trasatlántico para hacerse con él. 
La leyenda de la maldición egipcia fue una creación de William Stead, periodista y espiritista, y Douglas Murray en dos fases:
 la primera fue la invención de la historia de una momia alrededor de la
 cual se destruía todo; la segunda, cuando durante una visita al Museo 
Británico vieron un sarcófago y lo convirtieron en el ataúd de un alma 
atormentada. Conectaron los dos hechos, contaron la historia a unos 
periodistas y éstos -cual 
misteriólogos actuales- difundieron acríticamente los sensacionales hechos. La historia de la momia maldita conectó con el 
Titanic
 porque uno de los supervivientes de la tragedia contó en Nueva York a 
la prensa que el antes citado William Stead, que viajaba en el barco, la
 había relatado durante la cena del 12 de abril.
La Momia de la Mala Suerte
 existe, aunque no es una momia ni corresponde a una denominada princesa
 de Amon-Ra. Se trata de un sarcófago policromado, de madera y yeso, de 
la XXI Dinastía, hacia 950 aC, adquirido para el Museo Británico en 
1889. Se cree que tuvo en su interior la momia de una mujer, por la 
figura pintada en su frente, y que sería de la clase dirigente egipcia, 
pero nada más. Hasta 1997, nunca había salido del museo londinense y, 
desde 2003, el sarcófago se ha expuesto en varios museos asiáticos sin 
que pueda achacársele ninguna desgracia.
Fue la primera vez que se uso la señal telegráfica de SOS.
 “El segundo telegrafista, Harold Bride, decidió poner en marcha la 
nueva señal SOS -«Save Our Souls», salvad nuestras almas- con el 
objetivo de que alguien respondiera a su dramática petición de ayuda. 
Fue la primera vez que se empleó el SOS”, escribe Fernández Bueno en 
Enigmas.
El uso del SOS como llamada de socorro en código Morse se acordó en 
noviembre de 1906 durante la segunda Convención Radiotelegráfica 
Internacional, celebrada en Berlín, y la señal empezó a utilizarse el 1 
de julio de 1908
. Según recoge el portal Snopes.com, antes del hundimiento del 
Titanic, había sido empleada, por ejemplo, por el vapor 
Arapahoe el 11 de agosto de 1909, por el 
Kentucky el 4 de febrero de 1910 y por el 
Merida
 el 13 de mayo de 1911. El SOS se adoptó internacionalmente por su 
facilidad de reconocimiento en Morse, ya que consiste en tres puntos 
(S), tres rayas (O) y tres puntos (S), y no quiere decir nada, ni 
“salvad nuestras almas” ni “salvad nuestro barco” (safe our ship, en 
inglés), expresiones que posiblemente tuvieran al principio utilidad 
mnemotécnica.