This article discusses the importance
of the patronage of religious foundations and social conflictivity
generated around it, because it was an instrument of power through which
both nobility and clergy modeled social habits and promoted their own
symbolic ostentation . In order to do so, we have based on the case
study of a Cordovan nobiliary lineage: the Counts of Fernan Nunez, from
the late seventeenth century to the late eighteenth.
1. INTRODUCCIÓN
En
la España del Antiguo Régimen, la religión fue uno de los principales atributos
identitarios de las élites nobiliarias que, como es sabido, aprovecharon al
máximo los espacios litúrgicos para promover la ostentación y la distinción
social de los distintos clanes familiares. De este modo, en una sociedad
fuertemente mediatizada por el poder religioso, iglesias y fundaciones
conventuales constituyeron excelentes marcos escenográficos para el desarrollo
de una imagen pública propia de este estamento privilegiado, y sólo así podemos
entender las ingentes inversiones económicas efectuadas por la nobleza en la
construcción de capillas funerarias, en la ejecución de entierros, en la
decoración de sepulcros o en la celebración de misas por las almas de los
difuntos.
Con
este trabajo pretendemos estudiar las tensiones sociales y artísticas derivadas
de las luchas de poder por el control espiritual, ritual y visual de los
espacios religiosos entre clero y nobleza en la Edad Moderna. La clave para
entender algunos de estos conflictos se fundamenta sobre una institución muy
significativa de la España moderna: el
Patronato. Éste, según el
Diccionario de la Lengua Castellana publicado en 1780, era un derecho que se
adquiría
por haber alguno, ó su antecesor fundado, edificado, dorado, ó
aumentado considerablemente alguna iglesia con consentimiento del obispo; del
qual derecho resulta al patron honra, conveniencia y carga de mantener la
iglesia, ó fundacion[1].
En efecto, el concepto de patronato se basaba en un contrato de carácter
judicial ratificado por dos partes, la curia episcopal, de un lado, y el
fundador o patrono, de otro. Constituyendo así las condiciones para la
obtención de este derecho y las cargas y obligaciones del mismo, los aspectos
fundamentales para la comprensión de este fenómeno y la de muchos de los
litigios originados en torno al mismo (Atienza, 1990: 411-458; Mateo, 1996:
357-378; López, 1996; López, 2002: 1625-1648).
En este sentido, analizaremos un ejemplo de estas pugnas entre nobleza y
clero por el control del patronato de los espacios religiosos y las
repercusiones que tuvieron a nivel social y artístico, basándonos para ello en
un estudio de caso centrado en un linaje nobiliario cordobés: los Fernán Núñez,
desde finales del siglo XVII hasta las postrimerías del XVIII. De tal manera
que nos permitirá estudiar la evolución del patronato familiar en la iglesia
parroquial de Santa Marina en la villa familiar, distinguiendo dos etapas bien
diferenciadas: la primera bajo la titularidad del III conde de Fernán Núñez,
Francisco Gutiérrez de los Ríos y Córdoba (1644-1721), y sus dos hijos, IV y V
conde de Fernán Núñez, Pedro José Gutiérrez de los Ríos Zapata Mendoza
(1677-1734) y José Diego Gutiérrez de los Ríos Zapata Mendoza (1680-1749)
respectivamente, durante la cual existieron múltiples confrontaciones
judiciales con el cabildo catedralicio de Córdoba por cuestiones relativas a la
titularidad del patronato de dicha iglesia, repercutiendo de forma decisiva en
el proceso constructivo de la misma. Y la segunda etapa, durante el último
cuarto del siglo XVIII, que coincide con la titularidad del VI conde de Fernán
Núñez, Carlos José Gutiérrez de los Ríos y Rohan Chabot (1742-1795), quien
culminó el proceso iniciado por sus antecesores en el título al frente del
patronato de la mencionada iglesia y abrió nuevas vías para la publicitación de
las virtudes espirituales de la familia en su villa.
2. ANTECEDENTES: LA OSTENTACIÓN FUNERARIA EN LA CATEDRAL DE CÓRDOBA
Desde
época medieval, los Fernán Núñez impulsaron el desarrollo del culto religioso
en su villa solariega a través de la construcción de una iglesia parroquial
bajo la advocación de Santa Marina de Aguas Santas, clara alusión a los
orígenes gallegos del linaje. Concretamente, fueron los sextos señores de
Fernán Núñez, Diego Gutiérrez de los Ríos e Inés Alfonso de Montemayor, quienes
el 13 de febrero de 1385 firmaron el acta de fundación de la citada iglesia,
construyendo un edificio de modestas dimensiones
[2].
Sin
embargo, hasta bien entrado el siglo XVII los intereses sociales y políticos de
los señores de Fernán Núñez se centraron exclusivamente en la ciudad de
Córdoba, donde formaban parte de la oligarquía local. Esto explica que la
política religiosa y funeraria del linaje aspirara a ocupar los espacios más
representativos de dicha ciudad, donde destacaba principalmente el conjunto
catedralicio. Así, los citados sextos señores de Fernán Núñez recibieron
sepultura en la capilla del Corpus Christi de la catedral, que fue donada por
el cabildo cordobés en 1393 para los enterramientos de la Casa, localizándose
junto a la Capilla Real, constituyendo, por tanto, uno de los espacios más
relevantes de este conjunto arquitectónico
[3].
Y en adelante, importantes miembros del linaje yacieron en este lugar, tal fue
el caso de Lope Gutiérrez de los Ríos, protonotario de la Sede Apostólica
(Jordano, 2002: 1008; Molinero, 2005: 176-177).
No
fue hasta el décimo señor, Alonso Gutiérrez de los Ríos y Venegas, cuando un
titular de la Casa volvió a interesarse por el patrocinio religioso en la villa
de Fernán Núñez, inaugurando los enterramientos de la familia en la iglesia de
Santa Marina en 1531. No obstante, pasaría más de un siglo hasta que un nuevo
miembro de los Fernán Núñez fuera enterrado en dicho espacio. Se trató del I
conde, Alonso Estacio Gutiérrez de los Ríos, quien en su testamento de 1646
mandó ser sepultado en la capilla mayor de la iglesia parroquial de la villa
[4].
Este hecho tuvo su continuación gracias al III conde de Fernán Núñez, Francisco
Gutiérrez de los Ríos y Córdoba, quien a finales del siglo XVII inició un
cambio en las políticas de creación de la memoria familiar, buscando afianzar
la vinculación del linaje con la villa solariega mediante el patrocinio de
empresas religiosas, aunque sin olvidar aún la tradicional presencia familiar
en Córdoba gracias al patronato del convento de La Concepción (Blutrach: 2010a,
779-785).
En
las siguientes páginas vamos a estudiar cómo a lo largo del siglo XVIII los
titulares de la Casa, al tiempo que fueron logrando cargos políticos y
militares en la Corte, primaron las políticas de ostentación suntuaria en la
villa de origen en detrimento de las efectuadas hasta entonces en Córdoba.
Hasta el punto de presentar la villa de Fernán Núñez como un ejemplo innovador
de la nueva concepción piadosa de la Ilustración en tiempos del VI conde.
3. EL PATRONATO DE LA IGLESIA DE SANTA MARINA EN FERNÁN NÚÑEZ: UN EJEMPLO DE CONFLICTIVIDAD SOCIAL Y ARTÍSTICA
Como
analizaremos a continuación, si bien es cierto que la historiografía ha
estudiado en profundidad el conjunto histórico-artístico de la iglesia
parroquial de Santa Marina durante el siglo XVIII, hasta la fecha no teníamos
una explicación documentada que justificara el retraso de más de sesenta años
en su reedificación desde que el III conde de Fernán Núñez firmara en 1677 el
contrato de obra con el obispo de Córdoba, Alonso de Salizanes y Medina, hasta
su finalización en torno a 1739. Sin embargo, a tenor de la documentación
inédita consultada, sabemos que dicho retraso fue consecuencia de los litigios
judiciales mantenidos entre el obispado de Córdoba y los señores de la Casa por
el derecho de patronato y el control de la fábrica de la citada iglesia,
evidenciando hasta qué punto les interesaba a los Fernán Núñez este espacio
dentro de sus estrategias de distinción social.
La
remodelación del antiguo templo medieval comenzó a gestarse el 6 de febrero de
1677, cuando el III conde firmó la escritura para la fábrica del edificio con
el obispo Salizanes, obligándose a sí mismo y a sus sucesores a financiar la
manutención y ampliación de la iglesia parroquial en el plazo de seis años,
tasándose dicha obra en 24.000 ducados. Pretendiendo así atender
convenientemente las necesidades espirituales de sus vasallos, ya que por estas
fechas superaban el aforo del antiguo recinto y, sobre todo, adecentar la
capilla mayor, espacio funerario de especial relevancia para el linaje por
estar reservado para los enterramientos familiares
[5].
Para ello, el III conde debía seguir las detalladas instrucciones efectuadas
por el maestro mayor de obras de la catedral de Córdoba, Juan Francisco Hidalgo
(Llaguno, 1829: 58), que consistían en la adicción de una amplia capilla mayor
con crucero y presbiterio a las naves ya preexistentes. A cambio, el obispo
cedía legalmente el patronato de la iglesia a los Fernán Núñez, dotándoles de
la capacidad para elegir a los rectores, curas, sacristanes y organistas de la
misma
[6].
El
III conde, a pesar de la obligación para seguir las directrices arquitectónicas
señaladas por el citado Juan Francisco Hidalgo, encargó el diseño de la capilla
mayor a José Granados de la Barrera, maestro mayor de obras de la catedral de
Granada y artífice de su entera confianza, que trabajaba en Fernán Núñez por
esas fechas (Taylor, 1975: 5-23; Bouza, 2005: 150-151). Así, en carta del 21 de
marzo de 1680 consta que el III conde consensuó el cambio en la dirección de
las obras con el propio obispo Salizanes, apremiando a José Granados para que
iniciara la fábrica de la capilla mayor en otoño de ese mismo año, aunque sus
problemas financieros retrasaron el inicio de la obra al menos hasta finales de
1682
[7].
Finalmente, hacia 1687, tan sólo se habían iniciado los cimientos de la capilla
mayor
y se hizo un Panteon muy costoso para los Sres. que es lo que ha de
quedar, devajo de ella y esta obra se sacó a rayz de tierra pero en esto se
gastó mas tiempo que el señalado en el contrato[8].
Sin
embargo, con la llegada al episcopado cordobés del cardenal Pedro de Salazar y
Toledo, la gestión del patronato de la iglesia parroquial cambió radicalmente,
pasando a depender de nuevo de la curia episcopal. Por este motivo, se inició
una disputa legal que se prolongaría en el tiempo como consecuencia del fuerte
interés tanto del III como del IV conde de Fernán Núñez por recuperar la
influencia directa sobre un espacio de poder estratégico para el clan familiar.
Así, el propio obispo Salazar informaba que en 1687 retiró el patronato de la
iglesia a los señores de Fernán Núñez por haberse incumplido el contrato
firmado con su antecesor:
Diez
años despues del otorgamiento de dha. escriptura allé la Iglesia de Fernan
Nuñez con la misma estrechez y nezesidad material sin efectuarse la obra
ofrecida aviendo ya aspirado la setenzia, y lo que fue de mayor dolor, allé
administrando los sacramentos con nombramientos de Rectores y Curas unos
sacerdotes inhabiles a los quales fue preciso suspender no solo de las
lizencias de confesion sino de las de zelebrar pues ni para esto los allé
capazes asi de parte de la suficiencia como de parte del talento y costumbres
los dos ya fallecieron y creo que ambos con grave lesion en el juicio[9].
Sin
duda, además de los retrasos en la fábrica de la iglesia, el obispo Salazar
censuró también la gestión religiosa del III conde en virtud del derecho de
patronato cedido a su familia. De este modo, no solo destituyó a los antiguos
sacerdotes de la Casa sino que prohibió el desarrollo de festejos de carácter
popular que venían impulsando desde hacía cientos de años los titulares de este
linaje, disminuyendo así la capacidad de estos señores para la exhibición del
poder nobiliario en el ámbito religioso. A este respecto, resulta especialmente
significativa la carta dirigida al III conde el 22 de junio de 1695, reiterándole
la prohibición expresa de ciertas licencias de origen medieval que éste
alentaba entre sus vasallos durante la fiesta del Corpus Christi:
Por
lo que toca a la danza de diablillos, o, begigueros que hemos prohibido
introducir en las procesiones del Corpus, u, otras del año, es cossa que ni en
sta Ciudad se permite, ni en otra parte (que yo sepa) del Obispado donde se ha
desterrado esta costumbre por los desordenes y maldades que cometian los que
asi se disfrazaban con la libertad, y licenzia que le daba el llebar cubiertas
las caras: Y con ser cossa tan diferente que estas danzas, la de los capirotes
en las processiones de penitenzia de la Semana Santa, y en que se podian temer
menores incovenientes, se han quitado por la misma razon, con que no se debe
estrañar la prohibicion de Fernannuñez; ni tampoco se puede alegar ignorancia
por parte de la Justicia de aquella villa, ni culpar al Vicario de que no
huviese antes avisado, por que a mas de un año, que alli se publicó edicto
prohibiendolo, (y si no me acuerdo mal) viendo que con todo esso se intentaba
continuar (como ha sucedido) quedó orden a Sr. Vicario para que en tal caso, no
sacase la procesion a la calle y la hiciese claustral: Pues jamas podiamos
consentir a titulo de la procesion las ofensas de Dios, que se avian de seguir
de la tal danza de diablillos en dia tan sagrado[10].
Ante
esta situación, el III conde, bajo el asesoramiento del doctor Juan Ortiz de
Zarate y Letona, abogado de la Real Chancillería de Granada, elevó un pleito
contra el obispo Salazar para recuperar el derecho de patronato sobre la
iglesia parroquial de su villa. Para ello, entre otras alegaciones, debía
probar que el embargo efectuado por el obispo de Córdoba impidió la
finalización de las obras explicitadas en el contrato
[11].
Sin embargo, pese a recurrir a sus agentes en la curia romana
[12],
el 3 de abril de 1699 fue informado por el fiscal Guidobaldo Salamani de forma
negativa a sus intereses
[13].
En ese sentido, tal como relataría años después su hijo, el IV conde, las
excelentes relaciones del obispo Salazar con la Santa Sede de Roma y, sobre
todo, la decisiva influencia del primo de éste, el VIII conde de Oropesa y
presidente del Consejo de Castilla, Manuel Joaquín Álvarez de Toledo,
decantaron el pleito a su favor
[14].
La
sentencia limitó el campo de acción del III conde que, ante la imposibilidad
para ejercer el derecho de patronato en la iglesia de su villa, cambió de
estrategia con el objetivo de salvaguardar el espacio reservado al
enterramiento de los miembros de su linaje. Así, como demuestra el intercambio
epistolar que mantuvo con el obispo Salazar, su interés se centró solo en
adquirir el control efectivo de la fábrica de la iglesia, de tal manera que
pudiera seguir construyendo la capilla mayor bajo los parámetros que más convenían
al decoro familiar
[15].
Sin embargo, a la muerte del III conde de Fernán Núñez en 1721, la iglesia
seguía regida por el obispado cordobés y apenas se había avanzado en su
fábrica, salvo unas intervenciones puntuales en los tres testeros de la cabecera
en 1717 (Rivas, 1978: 179).
La
llegada a la titularidad del IV conde de Fernán Núñez coincidió con el impulso
definitivo de la reconstrucción de la iglesia. Éste se inició a partir del 7 de
octubre de 1724, cuando el obispo de Córdoba, Marcelino Siuri Navarro, autorizó
el cierre de la iglesia al público y el derribo de sus naves, habilitándose en
su lugar la ermita del hospital de la Caridad como recinto temporal para el
culto religioso en la villa
[16].
En
adelante, el proceso constructivo y decorativo del nuevo edificio es bien
conocido gracias a los trabajos, entre otros, de Jesús Rivas Carmona (1978:
177-182; 1982: 232-236), Antonio Garrido Hidalgo (1983: 9-19), María Ángeles
Raya Raya (1985; 1987: 94-97) y Carolina Blutrach Jelín (2010a: 779-785; 2010b:
138-142; 2014: 213-218). En efecto, estos estudios han presentado la figura del
IV conde de Fernán Núñez como el principal impulsor de la fábrica de la iglesia,
lo cual, en parte, es cierto. Sin embargo, la documentación nos permite
asegurar que, como le ocurriera a su padre, entabló un prolongado litigio con
el obispado de Córdoba por el patronato y control de las obras de la capilla
mayor de esta iglesia parroquial, continuando así la estrategia iniciada por el
III conde con el objetivo de configurar, al menos, el espacio funerario de la
familia en dicho recinto.
Así,
el IV conde, en carta de 15 de mayo de 1725, anunciaba al cabildo cordobés su
intención de pedir facultad real para imponer un censo sobre sus estados de
10.000 ducados a fin de concluir la citada iglesia, con la condición expresa de
recuperar el derecho de patronato sobre la misma
[17].
Pero, pese a las mediaciones de sus agentes, como el rector de la parroquial de
Santa Marina, José Plácido de la Muda que, tras una de sus audiencias con el
obispo Siuri, aconsejaba al IV conde que le escribiera
dandole a entender
que ninguna otra cosa gusta mas V. E. sino es que la iglesia se haga con la
maior promptitud. Y que no subzediendo lo que en tiempo del Cardenal Salazar,
que haviendo ofrezido mucho, hizo nada[18], las obras
continuaron bajo las directrices marcadas por el citado obispo. Tanto es así
que el obispo Siuri, confabulado con el maestro de obras de la iglesia, Juan
Antonio Centella, mandó que comenzaran a levantar la capilla mayor sin informar
al IV conde
[19]. Este último, tras ser
advertido de las disposiciones del obispo de Córdoba, amenazó a Centella con
interponerle un recurso judicial
[20],
al tiempo que escribió una carta al cabildo cordobés el 11 de julio de 1725,
manifestando en clave genealógica el agravio que estas obras suponían para su
linaje y villa señorial:
Siempre
la iglesia como real piadosa a favorecido la memoria de los que han derramado
su sangre conquistando las tierras; plantando la cruz; dando el sitio; y
haviendo fabricado las iglesias, todo esto esta a mi favor, pero sin que sea
necesario hazerse cargo de ello, y dejando á parte otras razones que parecerán
a su tiempo: todas las en que fundó el Sr. Cardenal Salazar, han salido nulas;
pues los curas que puso por mejores, se quitaron por malos; la obra no a
andado; ni se alla alaja que su Emª. ni sus subzesores ayan dado; [...] Y así
suplico a la gran xptiandad y capacidad de V. E. considere la impropiedad en
faltar a lo que por los Sres. de aquel estado se propone; haviendo servido a la
iglesia como han procurado servir, el gravamen a las demas iglesias separandose
los Sres. de mantener estas, y el mayor retardo en la fabrica de ella, y que V.
S. se sirva mirar como por mas combeniente el condescender en la instancia que
por la Casa de Fernannuñez se haze como se sigue. Que si se ha de fabricar
luego la Capilla mayor se entiende en este año y en el que viene solo puede ser
condeszendiendo en las proposicion que tengo hecha a V. S. Y si se deja la
capilla mayor a que por la Casa de Fernannuñez se haga poco a poco se entiende
en siete o ocho años se executara y lo que mira a presentaciones por instancia
separada: esto ultimo en vista de todos los incombenientes, abrevia la fabrica
de la iglesia y por que todo el dinero de otras se puede emplear en ella; y
alivia las demas iglesias del obispado respecto de que eso menos abrá que
gastar aquí y mas para ella. Todos los que representan a V. S. en contrario
hazen un cisma y destruyen la iglesia de Fernannuñez. Y asi no dudo dever a V.
S. lo que le haga presente y que me facilite mayores ordenes de su agrado en
que me emplearé gustoso como suplico[21].
Dichas
quejas no tuvieron efecto, por lo que, a partir de septiembre de 1725, una vez
agotados los cauces convencionales de negociación con el episcopado cordobés,
el IV conde recurrió a la capacidad de persuasión de su tía, la abadesa del
convento cordobés de la Concepción, Inés Gutiérrez de los Ríos y Córdoba, con
quien el propio obispo de Córdoba se reunió en relación con este asunto,
logrando a su vez el favor de uno de los integrantes más relevantes del cabildo
cordobés, el arcediano de Pedroches, Francisco de Medina Requejo
[22].
Precisamente, a través de su tía entregó una nueva proposición de patronato
para la iglesia parroquial al obispo de Córdoba, cuya premisa principal
insistía en la idea de hacer
la capilla mayor enteramente hasta dejarla en
toda perfeccion al mismo tiempo que lo restante de la Iglesia se hiciere por la
fabrica o en su lugar por el Obispo de Cordova[23].
Y aunque fue rechazada en un inicio, sentó las bases para que el IV conde
volviera a tener cierto control sobre la construcción de la capilla mayor. Así,
en carta del 9 de enero de 1726, su agente en Córdoba, Rodrigo de Paz Gallego,
le confirmaba que pese a no lograr la facultad para nombrar sacerdotes, el
obispo transigió
desde luego en lo demas que toca a el derecho de Patronato,
entierro, sitial, armas, silla, que de justizia es devido a el Señor del lugar[24]. En ese sentido,
a pesar de la fragmentaria información que ofrece la documentación consultada,
sabemos que en adelante gran parte de las obras de la iglesia estuvieron
financiadas y supervisadas tanto por el obispo de Córdoba como por el IV conde
y, por tanto, el proceso negociador llevado a cabo por su tía fue satisfactorio
para el linaje, subrayando el papel central que desempeñaron las mujeres en el
gobierno de esta Casa (Blutrach, 2011: 23-51).
Así,
el 28 de julio de 1730, tras el memorial previo de Juan Antonio Centella, el IV
conde impuso un censo sobre sus bienes de 45.000 reales de vellón con el
objetivo de financiar la construcción de la bóveda del panteón y cubrir las
naves de la iglesia
[25].
Pero, a la muerte del IV conde en febrero de 1734
[26],
aún no se había finalizado la cubierta del templo debido al desprendimiento de
parte de la bóveda de media naranja de la capilla mayor
[27].
Por ello, el 23 de julio de 1735, su viuda transfirió los 8.000 reales de
vellón que faltaban por pagar según el acuerdo firmado por su marido
[28].
Sin embargo, el 27 de julio de 1735, bajo la dirección del maestro de obras
cordobés, Rafael López Madueño, tuvo lugar un nuevo hundimiento de las bóvedas
del cuerpo de este templo (Rivas, 1978: 179), retrasando la conclusión del
edificio hasta julio de 1739, cuando el vicario de la iglesia, Pedro de Luque
Granados, daba las gracias tanto a la IV condesa viuda de Fernán Núñez como a
la sobrina de ésta, la XI duquesa del Infantado, María Francisca de Silva
Mendoza y Sandoval, por las alhajas y esculturas donadas que ya habían sido
convenientemente colocadas para el culto religioso
[29].
Pese a todo, aún en junio de 1749, tenemos constancia documental de la
preponderancia del obispado de Córdoba sobre los Fernán Núñez, al no admitir la
colocación del escudo de armas familiar en la portada principal de la iglesia
[30].
Interior de la iglesia de Santa Marina, Fernán
Núñez.
Al
margen del resultado final de este edificio de una única nave con crucero y
capillas laterales, que en opinión de Jesús Rivas Carmona constituye uno de los
hitos del barroco cordobés (Rivas, 1978: 181-182), resulta especialmente
interesante porque, como hemos señalado, en su interior definieron el nuevo
espacio funerario de la familia ideado por el III conde de Fernán Núñez, aunque
su disposición formal distara mucho de la pretendida por éste en un inicio
[31].
Así pues, sabemos que la obra del panteón familiar se concluyó en época del V
conde de Fernán Núñez, pero
se cubrió con un tabique sencillo, sobre el se
hecho porcion de tierra y encima se puso la solería de el crucero de suerte que
quedo incapaz de poderse servir de los nichos ò separaciones que tenia
fabricadas[32].
Por este motivo, pensamos que el episcopado cordobés impidió la utilización
completa del citado panteón, empleándose en su lugar los nichos de la capilla
de San Andrés que fueron habilitados de forma provisional en septiembre de 1716
debido a la reforma de la capilla mayor
[33].
Con esto queda claro que los Fernán Núñez, pese a ser los fundadores de la
iglesia de Santa Marina, no pudieron dotar al panteón familiar del decoro
deseado como consecuencia de la preponderancia en este espacio del poder del
obispado de Córdoba durante la primera mitad del siglo XVIII.
Pero,
pese a esta fuerte oposición, la presencia de los Fernán Núñez en este edificio
fue constante, sobresaliendo la vinculación devocional en torno a la virgen de
Guadalupe como protectora de la Casa que instauraron los décimos señores,
Alonso de los Ríos y Beatriz Carrillo, colocando su imagen en el altar mayor.
Esta ligazón devocional fue reforzada posteriormente por el III conde en 1692,
cuando fundó una obra pía en dicha iglesia bajo la advocación de la citada
virgen, financiando así la fiesta anual celebrada en su honor el 5 de marzo y
la dotación de mujeres pobres de la villa
[34].
Esta caridad nobiliaria, además de tener su reflejo pictórico en el lienzo
La
procesión de la virgen de Guadalupe en Fernán Núñez, fue convenientemente
resaltada a nivel simbólico en la iglesia gracias a la lápida conmemorativa
colocada en la torre de su fachada principal en marzo de 1717.
Detalle de la iglesia de Santa Marina del cuadro
La Procesión de la Virgen de Guadalupe en Fernán Núñez, Ayuntamiento de
Fernán Núñez.
4. EPÍLOGO: LA REORDENACIÓN DEL ESPACIO FUNERARIO EN LA ÉPOCA DEL VI CONDE FERNÁN NÚÑEZ
La
llegada a la titularidad del VI conde de Fernán Núñez en 1768 supuso un sustancial
cambio en las políticas familiares de distinción social, afectando desde un
primer momento al espacio funerario de la Casa, consecuencia de los ideales
ilustrados de éste y de la merma de influencia del episcopado cordobés sobre la
iglesia de Santa Marina. Gracias a un informe de ese mismo año, sabemos que el VI
conde comenzó a interesarse por el panteón de la iglesia de Santa Marina y,
especialmente, por verificar los miembros de la familia sepultados allí, donde
yacían además de los ya citados X señor, I conde y III conde, los cuerpos de la
esposa del III conde y una de sus hijas, un hermano del III conde, las viudas
del IV y V conde y los criados de la Casa, Diego Gallego y Juan de Izaguirre
[35].
En
ese sentido, una de sus primeras actuaciones para resaltar dicho espacio fue el
encargo del retablo mayor al escultor cordobés Alonso Gómez de Sandoval el 20
de diciembre de 1776. Pero, lo llamativo de esta obra es que no llegó a
finalizarse según lo convenido en el primer contrato de obra, sino que se
modificó su estructura atendiendo a un diseño realizado por el propio VI conde
en junio de 1785 y remitido desde Lisboa donde éste era embajador, resultando
una obra de estética clásica que contrastaba con el resto de retablos del
edificio (Valverde, 1962: 87-92).
Asimismo,
con el objetivo de afianzar la ligazón de la Casa con la villa de origen, la
principal preocupación del VI conde fue la de cumplir las mandas testamentarias
tanto de su tío como de su padre, IV y V conde de Fernán Núñez respectivamente,
que mandaron enterrarse en el panteón familiar
[36].
A éstos les llegó la muerte alejados de sus estados, el cadáver del IV conde
fue sepultado el 13 de febrero de 1734 en la iglesia del Real Hospital de
Cádiz, mientras que el del V conde yacía en el convento de San Joaquín en
Cartagena desde el 14 de mayo de 1749. Por este motivo, el VI conde repatrió
sus cadáveres y mandó celebrar unas honras fúnebres los días 5 de mayo y 17 de
junio de 1787, acudiendo a las exequias de su padre junto a su familia y a las
principales autoridades civiles y eclesiásticas de la villa de Fernán Núñez
[37].
El propio VI conde dejó señalado en su
Diario de viajes lo excepcional
de este acontecimiento por constituir un claro ejemplo de la continuidad en las
políticas de creación de la memoria familiar:
Reciví
de manos de Dn. Antonio Bergalo, Consul de Genova, antiguo amigo de la Casa,
los huesos de mi Padre que descansaban en la Yglesia del Carmen de Cartagena
desde el año de 1749 en que murió; mandando se trasladasen luego à su villa de
Fernan Nuñez, orden que creí deber obedecer antes de salir de España. Costó no
poco el hallarlos, porque havia hecho fabrica en la Yglesia, pero despues de
mucho gasto, y fatiga, el zelo de Bergalo, que havia asistido al entierro
encontró al cavo de 38 años aquellos respetables restos y yo tuve el consuelo
de tener en mis manos con una reverente ternura christiana, filial y
filosófica, el cráneo del que me dio el ser[38].
Por
estas mismas fechas, el VI conde consiguió restituir por fin el honor del
linaje al habilitar de nuevo los nichos del panteón familiar ideado por su
abuelo que, como hemos señalado, fueron inutilizados por orden del obispado de
Córdoba, trasladando allí los cuerpos de sus ancestros que hasta entonces
yacían provisionalmente en la capilla de San Andrés
[39].
Tanta importancia dio a esta vinculación simbólica con la iglesia de Santa
Marina que lo reflejó a nivel visual, por un lado, en las páginas de
El
Atlante Español en 1787, obra de carácter corográfico escrita por Bernardo
de Espinalt García, que resultó un excelente escaparate para la exhibición
pública de las iniciativas del VI conde en su villa, incluyendo la estampa
titulada
Vista de la Villa de Fernán Núñez desde encima del Batán antiguo
grabada por su pintor de cámara, Vicente Mariani, donde resaltó los dos hitos
arquitectónicos más importantes llevados a cabo por el linaje de los Fernán
Núñez en su villa: la iglesia de Santa Marina y el palacio condal (Espinalt,
1787: 5-66). Y por otro, la singularidad de la citada estampa residió en el uso
que, poco después, le dio Francisco de Goya, basándose en ésta para configurar
el fondo paisajístico del retrato familiar encargado por el VI conde. Para
ello, Goya no dudó en deformar las proporciones del grabado de Mariani con el
objetivo de incluir los dos hitos arquitectónicos anteriormente citados
(Molina, 2013: 230-234).
Vicente Mariani, Vista de la villa de Fernán
Núñez desde encima del batán antiguo, BNE, ER/2108, Lám. 7.
Francisco de Goya, La familia del VI conde de
Fernán Núñez, colección de los duque de Fernán Núñez.
Sin
embargo, en adelante, el VI conde cambió de forma radical la estrategia
funeraria de la Casa, diseñando un proyecto de panteón familiar mucho más
ambicioso y en consonancia con los nuevos planteamientos funerarios de la
Ilustración, que debía constituir el núcleo principal del novedoso cementerio
público de la villa (Vigara, 2016: 449-469). Además, decidió construir una
capilla de nueva fábrica en el mismo palacio familiar, que conmemorara la
figura de su hermana, la XII duquesa de Béjar, María Escolástica Felicita
Gutiérrez de los Ríos y Rohan Chabot, fallecida el 5 de octubre de 1782 en
Madrid, al tiempo que sirviera para el culto privado de los miembros del linaje
(Cosano, 2008: 243-270; Vigara, 2014; Vigara, 2015: 119-137). Junto a esto, el
traslado permanente de los siguientes titulares del linaje a la corte de Madrid
a comienzos del siglo XIX propició el abandono definitivo del espacio funerario
de la iglesia de Santa Marina como marco para la creación de la memoria
familiar de los Fernán Núñez.
5. BIBLIOGRAFÍA
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