Desde que el pasado viernes el Consejo de Ministros aprobara 
la reforma de la ley el aborto, he comprobado de forma preocupante que 
el debate ha tendido hacia una discusión de “hombres” contra “mujeres”. 
Defender el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo es una 
exigencia democrática, y esto hay quien no lo quiere entender. Pero es 
que, encima, hay quien no comprende que esta reforma nos afecta a todas y
 a todos. Y hago un esfuerzo por explicitar los géneros para aclarar que
 yo, como hombre, también pierdo derechos con la nueva ley —que de 
nueva, por cierto, tiene muy poco—.
Imagina que ahora tú, si eres hombre, o yo mismo quisiéramos ser 
padres. Pensarás que, si lo has decidido con tu pareja y se van a poner a
 ello, no te encontrarás con las consecuencias de la reforma de la ley 
del aborto. Déjame decirte que estás muy equivocado. La ley del aborto 
también te incumbe porque y, a la hora de tomar la decisión, deberías 
tener en cuenta algunas consideraciones.

¡Eso es mi decisión!
 
Si la vida de tu pareja corre peligro, o su salud psíquica puede 
verse gravemente en peligro a causa del embarazo, sólo podrá abortar 
legalmente con dos informes motivados, elaborados por dos médicos 
independientes que no desarrollen su actividad profesional en el centro 
donde va a llevarse a cabo el aborto (
Punto Tres. Modificación del Art. 135 bis, a).
 En un país donde las listas de espera para las especialidades son de 
semanas, acogerte a este supuesto no va a ser tarea fácil, a menos que 
dispongas de los medios suficientes para pagar a dos informes de dos 
ginecólogos privados distintos. No pensemos en lo que pasaría si la mala
 suerte te lleva a dar con alguno de estos médicos que anteponen sus 
creencias religiosas a su labor profesional, que los hay.
Si esto no te parece una razón de peso para replantearte la 
paternidad (algo que, por cierto, me daría mucho miedo), también 
deberías saber que tu pareja sólo podrá abortar en caso de que el feto 
sufra alguna anomalía incompatible con la vida, es decir, “aquella que, 
previsible y habitualmente, en el momento del diagnóstico, se asocie con
 la muerte del feto o del recién nacido durante el periodo neonatal, 
aunque en condiciones excepcionales la supervivencia pueda ser mayor”. 
En definitiva, solamente si se sabe que el feto no podrá sobrevivir y si
 la muerte se produce tras el parto. Por lo tanto, si el feto sufre una 
anomalía incompatible con la vida que conlleva que no prospere antes del
 nacimiento, tampoco podrá abortar legalmente. No me imagino tomando la 
decisión de concebir un hijo sabiendo que ahora mi pareja no podrá 
abortar aunque se sepa que el feto no va a llegar a nacer. Por cierto, 
ambos supuestos sólo se aplican en las primeras veintidós semanas de 
gestación. Después, no hay nada que hacer, salvo que el diagnóstico no 
hubiera sido posible antes de las veintidós semanas y que además exista 
un informe emitido con anterioridad que así lo indique, o que la vida de
 la mujer corra peligro. Y siempre pidiendo autorización a un juez. O 
sea, casi nada.

Decidir nos hace libres.
 
El otro supuesto, es de la violación, también tiene tela que cortar (
Punto Tres. Modificación del Artículo 135 bis. b)
 Sólo será legal si la violación ha sido denunciada y si se realiza 
durante las primeras doce semanas de la gestación. En caso de que la 
mujer sea menor de edad y de que los padres se nieguen —por ejemplo, 
porque sus creencias religiosas se lo impiden—, la decisión vuelve a 
quedar en manos del juez. Un defensor de esta ley podría indicar que 
este supuesto es garantista, ya que se supone que si una mujer no 
denuncia es porque realmente no ha habido violación, y por lo tanto el 
sexo ha sido consentido y la culpa es de la mujer por no tomar las 
medidas oportunas.
En un mundo perfecto, en el que los métodos anticonceptivos funcionan
 el 100% de las veces, donde toda la población tiene acceso gratuito y 
fácil a estos medios y donde, además, todo el mundo cuenta con la 
información necesaria para entender la necesidad de usarlos, esto sería 
hasta razonable. Razonable, siempre y cuando asumamos que para ese 
defensor de la reforma, el derecho a la mujer a disponer de su cuerpo 
como le plazca no tiene cabida. Pero no sólo habría que obviar los 
derechos de las mujeres, sino además implica asumir que denunciar una 
violación es fácil. Quien piense que eso es así debería conocer un poco 
mejor que muchas violaciones se producen por parte de la propia pareja, 
que existen situaciones —como la prostitución— donde una denuncia de 
este tipo puede resultar imposible para una mujer por encontrarse 
privada de libertad, o simplemente, que denunciar una violación sigue 
provocando un estigma social difícil de asumir. Esta ley favorece 
indirectamente a los violadores, y no creo que usted sea uno de ellos.

El estado no decide aquí.
 
Un último aspecto a señalar es que, si tu pareja y tú deciden abortar
 por cualquier razón y no cuentas con el dinero suficiente para irte a 
Londres, sólo se considera legal un aborto si se hubiera producido por 
imprudencia —como una caída, un accidente o la ingestión de alguna 
sustancia abortiva, y no quiero seguir que no me gustaría dar ideas a 
nadie—, como señala el 
Punto Cuatro, Modificación del Artículo 146, 2.
La modificación de la ley es más amplia, y habría que explicar 
también lo que afecta a las mujeres menores de edad, donde se les incita
 a no tener relaciones sexuales a menos que estén dispuestas a asumir el
 riesgo de quedarse embarazada (
Capítulo III bis, Art. 768 bis)
 endureciendo los requisitos para el aborto. También habría que hablar 
del insoslayable papel de la iglesia católica en este y otros temas, de 
la pseudociencia que se esconde tras muchos de los argumentos, como el 
del 
Síndrome Post Aborto (SPA),
 y también de la responsabilidad a la hora de ir a votar. Sin embargo, 
con lo visto hasta ahora, creo que queda bien claro, al menos, que esta 
ley nos atañe a todos y todas y que no se trata de un asunto exclusivo 
de las mujeres.
Pero también quiero dejar claro que, aunque así fuera, la reforma de 
la ley del aborto es una de las aberraciones democráticas más brutales 
que ha realizado el actual gobierno de Mariano Rajoy, lo que no es decir
 poco. No sólo se trata de una cuestión de salud: es una cuestión de 
derechos. Aunque si perteneces a ese grupo de hombres que no es capaz de
 entender que la ley del aborto también le afecta, no creo que pueda 
sorprender a nadie que pienses que tienes el derecho a decidir sobre el 
cuerpo de la mujer por una serie de creencias feudales, francamente.
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