Lo
hiciste. Querías ser una madre o un padre sofisticado y al final,
cuando llegó el momento clave, te reconoces diciendo las mismas mentiras
que te decía tu madre. Repasa todas y cada una de las más usadas y
confiesa: algunas las creíste a pies juntillas.
1.- “No tires el agüilla del yogur, que ahí está todo lo bueno”
En
realidad no es más que suero y sólo está en los yogures de fabricación
industrial. Si la abuela del yogur griego te hace una remesa, jamás
tendrá ese liquidillo y tampoco lo encontrarás en los lácteos de
producción artesanal, en envase de cristal y por los que pagas una
pasta. El líquido es fruto de la diferencia térmica del proceso de
producción (de 40º en la fermentación pasan a temperaturas de nevera en
pocos segundos). Sí es cierto que ahí se condensan gran parte de
las proteínas, pero ni mucho menos todas se sitúan en esos milímetros
acuosos que muchos desechan nada más abrirlos.
2.- “Tómate el zumo de naranja recién exprimido, que se le van todas las vitaminas”
A
tu madre lo que le molestaba era que tardaras tanto en el desayuno y
que el zumo presidiera una mesa que ella quería recoger cuanto antes.
Las vitaminas del zumo solo desaparecen si sometes el jugo a
temperatura extremas. Para eso, tendrías que calentarlo hasta 120 ºC o
casi congelarlo. Y a menos que lo metas en el microondas o te empeñes en
intentar hacer cubitos de hielo con sabor a naranja, tu zumo de naranja
tendrá las mismas vitaminas que cuando lo exprimiste durante un mínimo
de 24 h. Si por algún motivo no te queda otra que exprimirlo para
consumirlo después, es tan sencillo como guardarlo en un recipiente
opaco.
3.- “No puedes bañarte hasta que no hagas las dos horas de digestión”
No
hay nada tan español como la siesta. Y tu madre lo que pretendía era
disfrutar de ella sin estar pendiente de ti que no dejabas de hacer el
cafre en la piscina. Los cortes de digestión los provocan los cambios
bruscos de temperatura y tienen más papeletas de sufrirlos las personas
mayores o con problemas coronarios. Con que en vez de tirarte “estilo
bomba”, uses la escalerilla, todo resuelto.
Splash, foto de Javier Martínez Solera (CC, Flickr).
4.- “Ponle una cucharilla de café a la botella de champán para que no se le vayan las burbujas”
Ésta
es una de las frases que más hemos escuchado todas las Nochebuenas en
nuestras casas. Tanto que en 1995 el Centro Interprofesional de los
Vinos de Champaña se gastó una pasta en comprobar cuánto tenía de
cierto. El resultado fue claro: mentira cochina. A pesar de que la
cucharilla evita que parte del gas se fugue, a menos que tengamos un
tapón hermético, tu champán se convertirá en caldo. Lo mismo pasa con
cualquier bebida con gas, hasta con la vulgar gaseosa.
5.-“No veas la televisión tan cerca o te quedarás ciego”
Ojalá
todos los problemas de visión se redujeran a una causa tan simple. Ni
siquiera la televisión que tenía tu abuela emitía una radiación capaz de
dañarte la vista. La única consecuencia de verla demasiado cerca es que
no puedas disfrutar de todas las imágenes y, con muy mala suerte, que
termines con dolor de cabeza de tanto intentar enfocar bien. Si a pesar
de eso tienes a acercarte demasiado a la pantalla, corre a una óptica y
revísate, es más que probable que tengas miopía y no te la ha originado
tus distancias cortas con el programa que más te gusta.
6.- “Si te tragas un chicle se te pegará en el estómago y puede que tengan que operarte para sacarlo”.
Madres
de todo el mundo, un chicle no es más que goma masticable muy dulce.
Como todos los alimentos que ingerimos, el chicle como mucho estará 20
horas en el estómago y, también como el resto de alimentos, terminarás
evacuándolo en el primer apretón que tengas por el mismo procedimiento
que el bocata de jamón ibérico. Sí, es cierto que su digestión puede ser
un poco más laboriosa, pero también un huevo frito (por la yema, que
concentra todas las grasas) o el zumo de naranja recién exprimido en
ayunas (ése que tu madre no deja de insistir que te lo tomes cuanto
antes para que no pierda las vitaminas) son difíciles de digerir y ojito
con no comértelos cuando te los ponían en la mesa.
7.- “Deja de crujirte los huesos de los dedos de las manos o de mayor tendrás artritis”.
Cuando
nos crujimos los dedos estamos forzando una articulación. Todas las
articulaciones tienen una cápsula articular que las protege y en su
interior hay un lubricante natural llamado líquido sinovial que permite
el movimiento. El líquido sinovial contiene aire. Cuando te crujes los
dedos, la articulación se separa, ampliando el espacio dentro de la
cápsula articular, lo que provoca burbujas deseosas de ocupar más
espacio. Al forzarlo, las burbujas escapan emitiendo el sonido
característico. Vamos, que los dedos casi se tiran pedos, pero ni mucho
menos favorece la aparición de artritis con el tiempo y tampoco es un
hábito perjudicial para la salud. Al contrario, crujirse los dedos de
las manos puede ser muy placentero.
8.- “Si te afeitas, te crecerá el pelo más fuerte, duro y grueso”
Más
quisieran todos los calvos del planeta que su problema de alopecia se
solucionara con una simple maquinilla. Al afeitarnos lo que hacemos es
cortar el pelo a ras de la piel y su punta queda roma, lo que puede
provocar la sensación de dureza. A medida que el pelo crece, la punta
vuelve a ser puntiaguda y el vello sigue teniendo la misma consistencia
que tuviera antes. Ni más, ni menos. Si en algún momento tienes la
sensación de que los nuevos pelos son más duros, déjalos crecer.
Comprobarás que tu ansiada cabellera vuelve a ser la misma “pelusilla”
de siempre.
9.- “Come zanahorias que es bueno para la vista”
Ésta
es una de las mejores leyendas urbanas y que más indigna a los
oftalmólogos y optometristas del planeta. A pesar de que la zanahoria es
una fuente de betacarotenos que nuestro cuerpo transforma en vitamina
A, aunque tu alimentación se basara única y exclusivamente en
zanahorias, no conseguirías una vista de halcón. El brócoli, las
espinacas, los cereales y la calabaza tienen el mismo porcentaje de
betacarotenos que las zanahorias, pero por alguna razón especial, el
mito se lo han quedado ellas. Lo que sí se garantiza con el consumo de
estos alimentos es una dieta sana y con poca grasa, así que si la manía
de tu madre ha creado en ti una costumbre, más bien deberías agradecerle
no tener cuerpo de botijillo.
10.- “¡No te pongas bizco que te puede dar un aire y te quedarás así!”
Por
más que se empeñara tu madre en que dejaras de hacer el gamba para
hacer burla a tu hermano pequeño, ningún “aire” (convendría saber qué
entendían nuestras madres por “aire”, porque le daban categoría casi de
castigo divino) provocaría que tus ojos se concentraran en el centro de
tu nariz. Si acaso, darían muestra de lo poco que te favorecería serlo.
Si por cualquier motivo, tus ojos tienden a juntarse, lo mejor que
puedes hacer es consultar con un profesional. Con toda probabilidad no
te recomendará que aumentes la ingesta de zanahorias para recuperar la
buena visión y opte por taparte un ojo durante un tiempo y mandarte unos
cuantos ejercicios visuales hasta que consigan que tus ojos vuelvan su
sitio.
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